“Nuestras violencias no son solamente las que nos tocaron en vida –dice Juan Gabriel Vásquez en La forma de las ruinas-, sino también las otras, las que vienen de antes, porque todas están ligadas aunque no sean visibles los hilos que las unen, porque el tiempo pasado está contenido en el tiempo presente, o porque el pasado es nuestra herencia sin beneficio de inventario y al final lo acabamos recibiendo todo: la cordura y las desmesuras, los aciertos y los errores, la inocencia y los crímenes”.
Éste párrafo contiene algunas explicaciones sobre el porqué escribimos sobre el sufrimiento humano en tiempos en los que manda la fuerza y la sinrazón. Y sé, convencido, que la de ahora es la suma de guerras anteriores, como dice Vásquez, una especie de ruleta en la que corre un ratón, siempre en círculo. Una violencia que se repite cada tanto; “la guerra es la menstruación de la humanidad”, dice.
La carátula del libro es algo así: una imagen difuminada de Jorge Eliécer Gaitán y la silueta de espaldas de un tipo de traje fino y sombrero oscuro que se aleja del caudillo. Esto tiene una explicación: en el Bogotazo hubo otras personas detrás del crimen, tal vez conservadores, tal vez de la iglesia. No es nada nuevo lo que digo, por supuesto.
El narrador de la novela, Vásquez, conoce a un personaje, Carlos Carballo, que ha dedicado su vida a investigar la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y de Rafael Uribe Uribe. La literatura cubre los resquicios que la historia no llenó hasta llegar a una conclusión: los asesinos de estos dos personajes fueron los mismos. No las mismas personas, claro, sino “un monstruo inmortal, el monstruo de muchas caras y muchos nombres que tantas veces ha matado y matará otra vez, porque aquí nada ha cambiado en siglos de existencia y no va a cambiar jamás, porque este triste país nuestro es como un ratón corriendo en un carrusel”.
Vásquez dice que el olvido no se controla. Por eso escribo esta columna sobre nuestras herencias. A lo mejor quisiéramos cerrar los ojos y recostar la cabeza en la almohada y encontrar la vida pasada en una película, guardada en un archivo, lejos de la vista.
Pero el olvido es presencia, así quisiéramos olvidar los años de la violencia –o de un desamor o un fracaso-. Como el olvido no está en nuestro poder, ahora escribo porque los recuerdos espantan y nos angustian. Hablo del conflicto armado, claro. Nuestra mente aún no lo controla y lo trae cada vez que una palabra o una imagen invocan el pasado.
¿Sería mejor si nos domináramos y evitáramos la forma cruel como el pasado se nos posa en el presente? Sería peor, pienso ahora regresando a La Forma de las ruinas -“No, no se controla el olvido, no hemos aprendido a hacerlo nunca a pesar de que nuestra mente funcionaría mejor si pudiéramos”. No funcionaríamos mejor, digo, porque seguiríamos de olvido en olvido, ocultando nuestras injusticias, negando nuestra guerra. Y seguirían las balas y seguirían matándonos. Por eso es preferible que no lo controlemos, porque de hacerlo viviríamos como si nada nos hubiera sucedido y, sin saberlo, el pasado se reproduciría de vez en vez, ignotos de que los hechos que se repiten en el presente son los mismos que nuestros recuerdos han negado.
El pasado es nuestra herencia sin beneficio de inventario.
*Juan Camilo Gallego Castro (Guarne, Colombia, 1987) es periodista de la Universidad de Antioquia. Autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta (2013), es especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de una maestría en Ciencia Política.