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Homenaje póstumo: ¡No hay muerto malo!

  • No hay muerto malo, lo dice la gente. A todos en algún momento nos ha tocado ver partir a alguien de nuestra familia o entorno que nos toca las fibras, nos mueve y nos compunge sobremanera. Hoy, cuando infortunadamente veo partir a alguien que, sin ser allegado a mí, sí te mueve el alma y te escandaliza por lo intempestivo, tormentoso y triste del asunto, me atreví a decir con letras lo que siente el corazón.

    Lloré, lo admito. Lloré en silencio y me cuestioné sobre el valor de la vida, esa misma que se esfuma cuando uno ni lo piensa. Nadie nace para semilla y todos moriremos, eso es obvio, pero no es obvio asimilar los porqués de unas muertes tan extrañas, tan injustas a nuestros ojos y tan dolorosas.

  • Sentí rabia y miedo. Pensé en todos, incluyéndome. Ratifiqué, entonces, que nunca estamos preparados para morir y que al conocer el deceso de alguien con cierta proximidad construimos, en torno a la imagen de la persona que ya se fue, un altar donde salen todas las virtudes, enseñanzas, momentos positivos y las cosas más buenas que todos, por viles, despreciables, santos o carismáticos, tenemos para compartir con la humanidad; ¡por eso no hay muerto malo!

    Reflexioné que en el trabajo de asimilar que alguien parte, dejando familia y una vida aún inconclusa, con cosas por aprender, enseñar y construir, dejamos nuestro ego a un lado y ponemos los pies sobre la tierra, nos olvidamos de nosotros y pensamos en los demás: es ahí en ese justo instante donde comprendemos que todos somos humanos y tenemos muchas cosas para cambiar y que sin duda estamos plagados de errores y defectos por mejorar, sin embargo, en ese momento de dolor profundo o de simple “¡qué pesar!”, podemos quitarnos las vendas de los ojos y entender que son más las cosas buenas, muchas más, las que esa persona, sea cuál fuese la que partió, tenía para los suyos, para los nuestros, para el entorno y por ello lamentamos que alguien deje este plano físico y somos conscientes que, si bien para nosotros será un momento de dolor que pasará y hasta olvidaremos rápidamente, para quienes sienten directamente la pérdida será un sórdido momento que durará años o la vida misma, refugiándose en la esperanza y en entender que la vida sigue, así sepamos que lo que vendrá será duro y muy diferente al confort que se tenía con la presencia de quien ya no estará más.

    Todos los muertos son buenos porque entendemos que ellos, en vida, al igual que nosotros, sufrimos, amamos, reímos, cometemos  errores y hacemos cosas buenas. Todos los muertos son buenos porque hablamos desde el dolor ajeno, el mismo que deberíamos transformar en sentimiento de ayuda con el otro, esa misma ayuda que nos debe movilizar a querernos como hermanos, a perdonar y ver lo bueno del prójimo ahora que podemos disfrutarnos, no sobre un frío ataúd, porque, aún sabiendo que en nuestro funeral siempre habrá alguien que hablará bien de nosotros, debemos en vida quitarnos el ego y la envidia que nos recubre muchas veces y entender que los vivos también son buenos, buscando lo mejor de cada uno de nosotros para que el mundo cambie y la muerte sea, muchas veces, un premio a la vida; así todo tendrá sentido, pues la existencia misma será el camino y el espacio que tenemos en la tierra para construir la paz, pues en últimas la vida se vive con los vivos, no con los que ya no están.

    No hay muerto malo porque sacamos lo mejor de nosotros y sentimos el dolor que podríamos experimentar al perder a alguien cercano; no hay muerto malo porque nos ponemos en el lugar de la familia; no hay muerto malo porque, en ese momento de impacto, nos olvidamos de la palabra rencor y pensamos en la palabra compasión… Hoy solo quiero decir que no quiero ser un muerto bueno, quiero ser un hombre vivo con defectos y cualidades, al que se respete, quiera y corrijan en vida, pues por más palabras bonitas y golpes de pecho, cuando el corazón deja de latir y la vida se apaga, no valdrán celebraciones extraordinarias ni homenajes póstumos, al fin de cuentas eso no me revivirá. Hoy entendí que cuando uno muere, los vivos buscamos razones para ver lo realmente valioso de los demás: sus cosas más bonitas y loables, pero también entendí que uno está muerto en vida cuando los que están a tu lado te sepultan reviviendo solo lo malo, oscuro o errado que como humanos tenemos.

    Hoy quisiera enterrar tantas cosas que resucitamos día a día para matar al hermano y rescatar lo bueno que todos tenemos para dar, así habría más vida después de la muerte, -al menos en este plano físico, pues el recuerdo es la manera más humana y real de hacer a alguien inmortal.

    Buen viaje a los que parten, fuerza a sus familias y a quienes quedan, y ojalá que no hayan tantos muertos buenos en el mundo y más vivos buenos por los cuales luchar y en vida disfrutar.

    Paz en tu tumba, Fanory. ¡Vuela alto, tan alto como quisiste volar!

    Germán Mejía Vallejo

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