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Recuperar una historia olvidada

  • Por: Felipe Vélez Pérez

    Debería abogarse por la interpretación de las experiencias humanas a partir de una historia crítica. Lo que ha vivido un grupo social, un pueblo, una región, un país, etc., debe ser tratado en su conjunto como la historia más amplia posible. Allí, desde luego, tendrán que caber los errores, los desastres, los desaciertos de los individuos y de los colectivos. Una historia que se conciba como crítica debe apuntar a eso, pues es preciso comprender que no solo sumamos triunfos y aciertos, sino también fatalidades irreparables. Así, desde la crítica se debe apuntar a la interpretación de los fenómenos humanos en su compleja configuración, y tratar de hallar de manera incesante los cambios precisos a los problemas que nos agobian y la preservación indeclinable de los logros alcanzados.

  • Con esto, ¿a qué  se ha dedicado entonces la historia patria? A llenar de orgullo a los pueblos, a construir sentimientos de arraigo por el lugar y el espacio que se habita y a configurar un tipo de ciudadano específico frente unas instituciones y símbolos determinados. Esto es válido y valioso al mismo tiempo; sin embargo no constituye la totalidad de la Historia como disciplina. El error en el que se ha incurrido con frecuencia es el de difundir la historia de los héroes, la bandera y la nación como la única historia viviente en el presente, como la única posible. Al margen de esta visión se ha olvidado con frecuencia una rica historia que aborda los fenómenos pasados como complejas tramas en las que se ha desenvuelto lo humano. La historia de la humanidad sobrepasa los fines políticos a los que, con frecuencia, remite la historia patria.

    Desde luego que la identidad colectiva que logran los gobiernos con el uso de la historia patria es, a todas luces, evidente. Sin embargo, es una forma problemática de difundir y utilizar la historia, pues como se ha visto con frecuencia la Patria y la Nación terminan excluyendo muchas otras maneras de ser colombianos o antioqueños, por ejemplo. Desde las formas culturales y étnicas hasta las prácticas más cotidianas y corrientes, el ser de un determinado territorio implica un comportamiento específico y una cultura precisa y demarcada. Por eso mismo es necesaria una historia crítica de esos modelos, una interpretación constante de las formas como los territorios y las comunidades configuran los elementos de la identidad colectiva.

    La historia patria debería abandonar esos lugares comunes y fragmentados del hito fundacional de la república, de la bandera, de los héroes y las batallas, del himno y, a menudo, de la política. En su lugar, debería transformarse en una historia verdaderamente nacional, que sepa abarcar la diversidad que nos constituye y que pueda abrirse a desentrañar la complejidad de nuestra cultura. Tal vez aún sea posible construir nuestra identidad colectiva englobando nuestros fracasos, nuestras desdichas, nuestras frustraciones y todos los desaciertos que hemos cometido a lo largo de nuestra historia. Al reconocer también la otra cara de la moneda (lo que debería ser olvidado) podremos interpretar mejor nuestras problemáticas presentes y señalar de manera más convincente lo que somos. Construir una historia crítica del pasado permite determinar con mayor claridad la actual condición social, cultural y política que vivimos y, en ese sentido, perfilar mejor nuestro futuro y no andar divagando en ideas trasnochadas sobre lo que ya no somos.

    Historiador Universidad Nacional

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