Sin duda estamos en una situación sin antecedentes en la “vida moderna” para casi toda la humanidad. El Covid-19 está presente en prácticamente todos los países del mundo y las tasas de muerte e infección crecen exponencialmente; en la actualidad, cerca de 1.500 millones de personas en el mundo están confinados en sus casas, algo inédito e inimaginable hace solo unos meses.
Hace un poco más de 100 años ocurrió una de las últimas pandemias más letales en la historia: la gripe española que mató entre 20 y 40 millones de personas en un momento en que también fue necesario confinar a la población para evitar o al menos controlar la letalidad de un virus.
Se trata de algo inesperado, una emergencia que, por lo menos en Colombia, apenas avanza en las primeras fases; como el pico de contagios y muertes aún no ha llegado, es imposible saber cómo serán las cosas después de esta pandemia.
Sin embargo, algunas situaciones son demasiado visibles y evidencian que se presentará una de las mayores crisis mundiales, solo comparable con las producidas por la Gran Depresión o la Segunda Guerra Mundial; la crisis económica que se avecina no tendrá antecedentes recientes, será muy superior a la ocurrida en el 2008.
Pero eso es lo que viene, muy pronto, eso sí, sin embargo, la mayor tragedia es lo que se vive actualmente, especialmente en países en vía de desarrollo y donde Colombia es el ejemplo típico de ellos. La desigualdad se coloca en primer plano, está en cada cuadra, barrio y vereda, son millones de personas que no tiene la capacidad económica de cumplir una cuarentena, ya que el virus del hambre puede llegarles más rápido que el propio Covid-19.
Esta crisis muestra los más nefastos resultados de políticas neoliberales que han obedecido exclusivamente a la oferta y demanda sin mayor regulación, que por su puesto han mostrado generosos crecimientos del producto interno bruto del país, pero este solo representado para los grandes jugadores de la economía nacional.
Este lo confirma el hecho de ser uno de los países más desiguales del mundo, lo que así mismo ahonda más la crisis; la privatización de los servicios esenciales para todos los ciudadanos y la salud que se convirtió en un negocio para los privados, muestras sus más tristes resultados con hospitales sin las más mínimas condiciones para atender la pandemia.
El personal hospitalario está totalmente desprovisto y vulnerable ante el virus y, por su puesto, la población está totalmente indefensa ante este enemigo invisible. También se profundiza más la crisis a causa de la corrupción que ha permeado y afectado nuestros propios derechos, y principalmente nuestra salud.
Estas situaciones ratifican la necesidad de que el Estado debe garantizar unas condiciones dignas a sus ciudadanos, protegiendo y promoviendo derechos humanos, económicos, sociales, entre otros, y de todas sus libertades fundamentales. Esto no es convertirse en un estado paternalista, es generar unas mínimas condiciones para que estemos en capacidad de ingresar a un libre mercado y a una sociedad diversa, sin que esto se convierta en una excusa para gobiernos autoritarios y que afecten nuestros derechos civiles y políticos.
Complejiza más la situación actual la falta de liderazgos mundiales solidarios; priman los intereses propios y de las superpotencias mundiales por mostrar su poderío. En cuanto a la difusión de información y unificación de estrategias para la contención del virus, preocupa enormemente continentes como África, regiones como Latinoamérica, entre otras.
Sin embargo, aunque la angustia puede ser más fuerte que cualquier otro sentimiento en estos tiempos que vivimos, es también el momento de reflexionar, de una “rehumanización” que empieza desde nosotros. Esto quizás cambiará la forma como vivimos, trabajamos, nos comunicamos y muchas cosas más; ojalá que todo esto inicie por iniciativa de los líderes mundiales, nuestros gobiernos y los grandes poderes económicos del mundo.
Se trata de buscar un desarrollo sostenible, con equidad para toda la humanidad y en armonía con el ambiente. Desafortunadamente, lo que se nos viene no es nada mejor que lo que estamos viviendo: el cambio climático y sus consecuencias las construimos diariamente con nuestras prácticas cotidianas.
Pese a las dificultades que enfrentamos, debemos resaltar que también las crisis aceleran la historia y en algunos casos ayudan a tomar decisiones y a hacer reformas que en otras condiciones no se darían. Para la muestra un botón, los grandes avances que ha tenido el Gobierno Nacional, la Alcaldía en Bogotá y parcialmente la de Medellín en políticas sociales en las últimas semanas, logrando focalizar y atender una población vulnerable afectada directamente por la cuarentena.
Pese a la difícil situación, estoy seguro que llegarán mejores momentos, se identificarán nuevas oportunidades y será un punto de inflexión para nuevas reglas de juego, pero ojalá no estemos esperando recuperar “la normalidad”, es claro que por ahí no es.