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De la Patria Boba o del miedo al cambio (Parte 2)

  • A modo de transición, con las consecuencias derivadas de la victoria del NO, pienso que este tipo de adoctrinamientos que rayan con el fanatismo traerían resultados catastróficos en un eventual segundo plebiscito (propuesta descabellada y populista de A. Leyva), puesto que el fanatismo no se corresponde con el dialogo, no es un sinónimo, y en esa medida sería imposible una negociación. A propósito, en relación con aquello de que “ganó la paz pero no así” es una vil falacia. Lo que ganó fue la opción de darle juego político a Uribe dentro del sistema político, más allá de si su estrategia de campaña sea un delito o no, eso lo definirá lo fiscalía o el CNE (si es que lo definen algún día). Entre tanto, las especulaciones y la correlación de fuerzas, como diría R. Dahl, juegan en el teatro político del acuerdo. Sobre esto volveré más adelante.

    Continuando con la consecuencias, como se notará me centro mucho en lo que no se ve, y es el caso de la cultura política que, según el politólogo bogotano Jorge Andrés Hernández, actualmente es desideologizada e interesada. En lo tocante a esto, está por un lado el tema de la estrategia política para cautivar votantes, tema ya tratado y sujeto a condiciones y restricciones propias del contexto colombiano; por otro lado está el tema de la responsabilidad política, que recae en la ciudadanía, pero que otros autores han ido modificando haciendo recaer la responsabilidad en los gobernantes, una responsabilidad de doble vía en el marco de la democracia representativa.

  • Los políticos en Colombia, en particular, y en el continente en general, no tienen responsabilidad de sus acciones. Incluso buscan chivos expiatorios o le trasladan el “chicharrón” a su sucesor mediante maniobras dilatorias, pero ni tan siquiera renuncian o se sonrojan. Por ejemplo, está la reacción de Uribe. Tan pronto ganó el NO corrió a esconderse en su feudo a ver cómo reaccionaba el gobierno para saber cómo actuar. Y no fue menos sorprendente su manera de deshacerse de la responsabilidad, ya que mientras decía a la sociedad que el “NO” no era un triunfo suyo, sus huestes decían todo lo contrario y todavía lo sostienen. Ellos pasaron a ratificarlo cuando tardíamente presentó sus propuestas (entre utópicas y contradictorias) con la condición de que ni él ni su colectividad fueran a dialogar con la subversión; que eso era tarea del ahora emisario del gobierno. En suma, su objetivo específico es dilatar tanto como le sea posible la renegociación para capitalizar la votación del 2 de octubre a favor de una presidencia en 2018 con él como ventrílocuo del lacayo que gane.

    A modo de conclusión, y retomando un tema que líneas arriba abordé, quiero resaltar que la estrategia pos plebiscito del CD de dilatar las conversaciones y progresos en el acuerdo y la convocatoria por parte de Juan Manuel Santos para un gran pacto nacional que legitime los acuerdos, no es más que la auto reproducción del sistema oligárquico de elites que ha gobernado este país desde la colonia. Lo que sea que se plantee en el sentido de Acuerdo Nacional Amplio no será más que la reedición del frente nacional o del pacto del punto fijo o el pacto de Moncloa en el que se reparten el poder los entes descentralizados, embajadas y consejerías, esto es, ampliar la base burocrática del ya paquidérmico Estado colombiano para satisfacer la ambición de unos lagartos, lagartos útiles para Uribe, ya que estos serían su plataforma de despegue de la campaña presidencial del 2018.

    Todo esto no sería necesario si el titular del poder hubiese firmado, aprobado y ratificado ese acuerdo a pupitrazo limpio sin consultas de ninguna clase. En consecuencia, quiero afirmar que lo que más le duele a Uribe es que la seguridad que ahora impera en el país –él mismo lo reconoce- se haya conseguido con una pluma y no con un arma. Las estadísticas del cese al fuego uni o bilateral son más dicientes que las de la seguridad democrática, lo que demuestra la capacidad de control territorial y bélica de las FARC como actor esencial del conflicto armado interno. Es entonces donde me planteo a mí y a los del NO una pregunta que leí recién en un libro[1] muy oportuno que dice: ¿fueron insuficientes mil días, no alcanzan cien años para demostrar que debe existir una opción diferente? Pues parece que serán cien años más de guerra, porque cuando tuvimos la oportunidad de pararla a los 50 años la desperdiciamos.

    [1] LA GUERRA DE LOS MIL DIAS,  Aida Martinez C. Planeta. 1999.

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