“En unos meses se aplicará una nueva Encuesta Nacional de Salud Mental para recolectar datos sobre la educación emocional de los estudiantes (y ojalá también de los profesores) para que los colegios puedan ajustar los contenidos y las metodologías de enseñanza”.
Por Carlos Hincapié.
La Cátedra de Educación Emocional está pensada para atender los problemas de convivencia en el ámbito de las habilidades socioemocionales y de salud mental en niños, niñas y adolescentes en los colegios del país. Se cuentan por miles las situaciones de acoso escolar, de maltrato, de ideación suicida, de autolesiones y depresión, de consumo de sustancias psicoactivas, de violencia en sus más variadas formas dentro de las aulas de clase. Es evidente la urgencia de hacer algo al respecto y la propuesta de la nueva materia pone la discusión sobre la mesa. Ahora bien, ¿se incluye en el debate de la implementación de la nueva cátedra la salud emocional de los docentes?
Conversando con una colega acerca de una columna anterior, ella me decía: “Compañero, estoy de acuerdo con que se atiendan las emociones de los estudiantes, pero ¿quién atiende las emociones de los profesores?” Es una pregunta fundamental. Es cierto, muchas veces los docentes (y en esto el 99 % de los que se han dedicado a esta labor estarán de acuerdo conmigo) hemos afirmado alguna de las siguientes expresiones: “Estoy mamado(a), no me los aguanto más”, “quién me manda a estudiar una licenciatura”, “no les digo lo que quiero, porque me echan”, “qué pereza ir a ese salón”, “ojalá que hoy llueva bien duro para que lleguen poquitos”… Podría escribir un libro compuesto de cinco tomos con las expresiones que utilizamos los profesores cuando se está al borde del colapso, pero lo que realmente me interesa resaltar es el inmenso esfuerzo que día a día se hace en la docencia.
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Se trata de un desgaste físico, emocional y mental permanente porque maestro se define en la actualidad como aquella persona que todos los días está alrededor o en el centro de los problemas y se espera de ella que pueda solucionarlos. Y claro, para eso estudió cinco años en una universidad, se puede pensar, pero realmente no son así las cosas. No hay maestría ni doctorado que le dé a un educador las herramientas suficientes para atender de manera adecuada la cantidad de casos que se presentan en un aula de cincuenta y cinco estudiantes de la más variada diversidad con los más varios diagnósticos de neurodivergencia. No intento quejarme, al fin al cabo “Quién me manda a estudiar una licenciatura”, lo que trato de resaltar es que entre teoría y práctica hay un desfase muy difícil de zanjar, y dentro de él se encuentran los docentes explotados con agobio, cansancio, tristeza, depresión, ansiedad y un largo etcétera intentando poner la mejor cara todos los días, y posiblemente en unos meses estarán hablando del manejo de las emociones que en ellos mismos están a punto de desbordarlos.
Ante todo, la teoría sostiene que para garantizar la correcta implementación de la cátedra el Ministerio de Educación será el encargado de formar a los maestros y orientadores sobre la base de enfoques científicos e interdisciplinarios adecuados para cada contexto. Para ello, será fundamental la intervención del Ministerio de Salud, dado que en unos meses se aplicará una nueva Encuesta Nacional de Salud Mental para recolectar datos sobre la educación emocional de los estudiantes (y ojalá también de los profesores) para que los colegios puedan ajustar los contenidos y las metodologías de enseñanza. Hasta que llegue ese momento, nosotros seguiremos pensando en: hay nueva cátedra, ¿y las emociones de los profes?
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