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Este viernes se lanza Con el miedo esculpido en la piel, crónicas del conflicto en La Danta, Sonsón

  • "Con el miedo esculpido en la piel", libro ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo Antioquia 2012, está conformado por cinco crónicas sobre el conflicto armado en el corregimiento La Danta, Sonsón (Antioquia).

     

  • En las crónicas, son los pobladores de la zona quienes relatan la historia del lugar: la colonización, la toma guerrillera de 1982, la presencia paramilitar por cerca de 25 años y cómo es el corregimiento seis años después de la desmovilización de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio y su frente José Luis Zuluaga, comandado por MacGyver. Se recurrió al relato de los habitantes, pues sus percepciones y versiones del conflicto armado, del Estado y el paramilitarismo, dibujan claramente cómo los actores armados son legitimados y apoyados por la población, quienes reciben con beneplácito el ofrecimiento de seguridad desde sus labores de vigilancia y cuidado; sin embargo, estas no llegan solo hasta la seguridad personal de los pobladores, sino que trascienden a protecciones socioeconómicas, tales como la prestación y el mejoramiento de los servicios de salud, la construcción y mejoramiento de viviendas, el ofrecimiento de puestos de trabajo estables y bien remunerados, etc., generando condiciones de bienestar para los habitantes del corregimiento. Las connotaciones de ilegalidad de la organización paramilitar son irrelevantes para los pobladores, para ellos este actor representa el Estado, principalmente por los servicios socioeconómicos que ofrecen, e inclusive los danteños construyen sus proyectos comunitarios e individuales de vida de acuerdo con el horizonte de expectativas que el modelo de desarrollo establece.

    Juan Camilo Gallego Castro es periodista de la Universidad de Antioquia y especialista en Derechos Humanos y DIH de la misma institución.

    Prólogo de Con el miedo esculpido en la piel

    Son oficios similares. El escultor tiene que acercarse a la piedra; observarla detenidamente, darle vueltas, mirarla desde todos los ángulos; soliviarla, de ser posible; auscultarla, acariciar su  superficie, averiguar sobre sus características; compararla con algunas de sus pares. Calcular su edad o preguntar por ella. Saber de dónde proviene.

    Sabiendo lo anterior, y teniendo claro el volumen y la forma deseados, decidirá empezar a moldear y dará algunos almadanazos. Respirará lento, intentando descubrir si hay relación con lo conocido previamente y ese material nuevo ante el que se encuentra. Luego, dará unas cinceladas para ir dándole forma a esa roca. No ahorrará esfuerzos para sacar de ese burdo pedazo de piedra, una elegante figura que llene un espacio cualquiera. O simplemente algo que colme apremios interiores. Seguirá dando golpes y ensañando su buril en la superficie.

    Cuando ya alcanza a percibir la forma anhelada, se alegrará, seguramente, y seguirá adelante. Dejará sin embargo, reposar un poco el material: puede estar cansado, un burilazo de más, podría desmoronarlo por dentro…lo dejará un rato. Mejor no arriesgar. Descansado él y el material, volverá a dar los burilazos del terminado. Un brillito antes de entregarlo al cliente; de exhibirlo, o de quedarse con él. El escultor no es un presuroso picapedrero que va al destajo; es un artesano de las formas, quien de una amorfa roca construye obras que colman espíritus. El cronista también es escultor. Es un artesano que trabaja con palabras. Cuando, yendo por ahí, descubre una posible historia, comienza su labor: se acercará a los espacios, preguntará por los orígenes, dará vueltas, tratará de mirar el asunto desde muchos puntos de vista, comparará, observará el entorno, establecerá símiles, indagará más allá con expertos, con otros pares…irá, regresará un par de veces.

    Cuando cree dominar el tema, escribirá unas primeras líneas, se obsesionará, dormirá, caminará, comerá con él; seguirá escribiendo. Cuando siente que ya la obra está redactada, la dejará por ahí unos instantes largos…luego le dará una pulida, un brillo final y la mostrará al público.

    En este libro, Juan Camilo Gallego Castro también esculpe historias. Recién dejó sus estudios universitarios llegó hasta La Danta, ese poblado tan distinto y tan distante de ese “Oriente Antioqueño” que nos venden la publicidad y la propaganda y que él mismo habita.

    Juan Camilo quiso seguir los pasos de otros colegas que han intentado mostrar el Oriente, más allá de las postales con sus cielos turquesa y sus prados verde pera. Esa región tan diversa, tan paradójica, tan rica en recursos naturales, la de tan pocas oportunidades para tantos, tan inequitativa; esa región tan luchadora a lo largo de su historia.

    Ese Oriente por tanto tan conflictivo. El conflicto armado vino para quedarse hace ya más de treinta años. Y no estaba “más abajito”, ni “más allacito” como muchos quisieron hacer ver. Estaba aquí, en las cornisas del Valle de Aburrrá, no más. Juan Camilo lo vivió y lo sintió en carne propia, allí no más, a media horita de Medellín.

    Y entonces sintió que había una historia por contar. Una piedra de donde extraer una obra de arte. La vio, porque en calidad de Periodista comprometido y de hijo de la región, sentía que no podía quedarse quieto, oídos sordos, manos cruzadas, ante la realidad difícil que vivía la región que habita. Había pues una piedra que él quería empezar a tallar: una obra que mostrara lo que somos y que también ayudará a construir memoria sobre los que hemos sido. O lo que hemos padecido.

    El Oriente antioqueño, con sus diversidades y sus gentes no es una isla. Hace parte de un contexto geográfico, histórico y cultural que, como la mayoría de regiones de Colombia, soportó el conflicto armado. Los grupos se enseñorearon en el territorio comenzando por la periferia, precisamente llegaron a los corregimientos, esos poblados distantes de las cabeceras municipales y casi hasta de sí mismos; impusieron su ley, actuaron a sus anchas, quisieron incluso planearle un futuro. Se tornaron parte del paisaje. Fueron, si se quiere, en algún momento, males necesarios, ante la ausencia o el abandono del Estado.

    Fue así como le llegó a su vida el corregimiento de La Danta. Porque hay que decirlo: “la guerra” fue en muchos casos una excelente cátedra de Geografía. Sitios que no existían para muchos colombianos, principalmente los de las ciudades, comenzaron a aparecer, gracias a los medios de comunicación. (De hecho nombres como Mapiripán, Macayepo, Bojayá, Yarí ya son eufónicos y cercanos, cuando antes ni de su existencia sabíamos). Así le llegó a Juan Camilo el nombre de La Danta.

    Alguna vez supo de un jefe paramilitar que hablaba de “obras sociales” en La Danta, el territorio de su influencia. Y le sonó curioso eso de “obras sociales”, cuando el mayor rastro que dejan los armados ilegales es de zozobra y muerte. Se sorprendió también cuando averiguó que ese nombre de La Danta hiciera parte de la región que lo viera nacer y él habitara. Hablaban pues de su tierra y de gentes con similares raíces.

    De esta forma y animado por una convocatoria para escribir sobre Antioquia, se animó a acercarse hasta La Danta, centro de operaciones de los comandantes de las Autodefensas, MacGyver y Ramón Isaza; un poblado cuyo joven pasado y parte de su presente sin embargo está también cincelado en mármol y piedras calizas. Allá Juan Camilo se encontró la paradoja frente al Señor: a la vez que se le rinde aún pleitesía y gratitud por sus obras sociales, se le endilga por la muerte y la zozobra con que regó su geografía y los sitios cercanos.

    Este libro tiene un gran valor en cuanto se aleja del mero registro de cifras de víctimas. Las mismas cobran nombre, se les construye un pasado, una cotidianidad; a los danteños –como se observa- se les entierran las uñas; se les aventura un futuro, que no. También los espacios tienen nombres propios, unos bordes, tienen lluvias y soles.

    En la primera crónica La marca que les dejaron, el autor describe la llegada hasta ese territorio inhóspito y la posterior fundación de La Danta por parte de Juan de Jesús Hincapie, narrada por su hija Emma Ascensión quien aún vive en el caserío. Este relato, muestra además esa “marca en el tiempo”, que propone el antropólogo Armando Silva: Un momento que define un antes y un después. La Danta la tuvo en 1982, cuando la guerrilla de las Farc arribó al poblado y mató a unos lugareños, lo cual generó miedo e incertidumbre frente a este grupo lo que a su vez le allanó el camino a los grupos de autodefensa que con los dineros del narcotráfico y con la venia de las Fuerzas Armadas, se afianzaron en la región.

    En la segunda historia, “El Señor de La Danta”, narra la influencia y la preponderancia de alias MacGyver, quien se convirtió en referente de la población. El mismo hombre que a la vez que planeaba –cuando no ejecutaba- una masacre en un pueblo vecino, sacaba de su mochila algunos millones de pesos para pagar el tratamiento de un enfermo en la mejor clínica de Medellín. Una especia de Robin Hood paisa, como lo soñaba Pablo Escobar, quien suplía la ausencia del Estado, con lo cual lograba patente de corso para legitimar sus acciones violentas. MacGyver se encargó de muchas “obras sociales” y de infraestructura que agradecen y extrañan los lugareños. Era pues un Señor que invertía en el territorio y a la vez espantaba cualquier riesgo de regreso de los farianos que alguna vez sembraron dolor y odio a su paso. Ese miedo justificaba su presencia.

    El aprecio por el Señor se tornó pronto en admiración y emulación entre los jóvenes que no viendo más opción que la ilegalidad o el duro oficio del picapedrero, en las minas de mármol, siguieron su paso. “Lucho quedó en el Magdalena” cuenta la historia de uno de tantos chicos de La Danta que soñaban con convertirse en paramilitares, y así poder manejar motocicleta, cargar un fusil, tener mujeres al amaño, una renta fija, y poder.

    Lucho, es uno más de tantos que desperdició su vida enrolado en un grupo armado. A los 14 años (lo que significa una violación del Derecho Internacional Humanitario) ingresó al grupo y cuando tenía 20 no se volvió a saber de él. Es probable que haya terminado en las grises aguas del Magdalena, a 40 minutos del poblado, donde debieron terminar tantos otros.

    En la cuarta historia, “Fuego en la niebla”, a mi juicio la mejor de la obra, Juan Camilo muestra cómo mientras el Frente José Luis Zuluaga y MacGyver “cuidaban” a los danteños e invertían parte de su dinero en el corregimiento, fuera de él generaban terror. Argelia, un pueblo vecino fue uno de los más golpeados por los paramilitares, donde el accionar de éstos disparó la cifra de muertos, desaparecidos y desplazados en esa tierra de niebla. La crónica es narrada a través de la voz de Kataleya y Magdalena, víctimas de las Farc y el Frente José Luis Zuluaga, de las Autodefensas. También, en la voz de Robinson de Jesús Arango López, líder local de las víctimas, quien relata las consecuencias que dejó el conflicto armado en su pueblo y cómo el Estado, a través del Ejército y la Policía, actuaron en connivencia con los paramilitares para “limpiar” el pueblo de guerrilla.

    Este libro posee otro acierto como obra periodística. Los reporteros de los medios, en sus afanes, van tras el olor de la sangre pero tan pronto hacen sus reseñas regresan a sus cabinas o cubículos y se olvidan de las víctimas. Juan Camilo, estuvo un par de veces y regresó otras más. En su texto “Se abre un mañana”, se describe la población seis años después de la desmovilización de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio. El autor evidencia cómo la presencia de los ilegales y el “Estado de bienestar” no sirvió para solucionar los problemas básicos de la población. Los armados se marcharon pero no las problemáticas que aquejaban y que solo fueron asistidas durante la estancia paramilitar.

    Tras la partida del Frente José Luis Zuluaga el corregimiento quedó en similar estado de miseria, desvelando además cómo, en palabras de un desmovilizado, los habitantes se convirtieron en “parásitos”, por cuanto todo lo que necesitaran era solicitado y recibido del Señor de La Danta.

    La vida continúa y sus pobladores tratan, a punta de pica y de almadana, de sacar de entre las entrañas de la tierra, las piedras que les garanticen un sustento. Y sin embargo, el futuro de los danteños, como ellos mismos lo añoran, pasará porque esas riquezas que le ofrenda la naturaleza no siga saliendo en volquetas por sus vías polvorientas dejando no más que el verde de las montañas convertidas en mustias heridas amarillentas, sino que ese el mármol y sus piedras calizas se conviertan en finas obras de arte, esculturas terminadas que lleven noticias de un pueblo ingenioso que quiere apostarle a un futuro sin taras ni estigmas sociales.

    Como muchas esculturas que ocupan ciertos espacios para significarnos o recordarnos algo, también la obra de este novel escultor de palabras deberá estar ahí para recordarnos las marcas y heridas que dejaron los armados entre la población civil. Las mismas que debemos sanar, pero no olvidar si queremos labrarle al Oriente antioqueño y al país en general, un futuro menos áspero que las rocas que extraen los danteños de las entrañas de su terruño.

    Guillermo Zuluaga Ceballos

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