MiOriente > Altiplano > El Carmen de Viboral > Crónica: Las empanadas de Inesita: el sabor de la tradición

Crónica: Las empanadas de Inesita: el sabor de la tradición

  • Trabajo de grado: Rostros, Sabores y Melodías de El Carmen de Viboral, por Laura Beatriz Zuluaga Mejía, UDEA Seccional Oriente


    "Las empanadas amasan en la misma pasta lo sagrado y lo profano y dinamizan el ser, el saber y el hacer de las comunidades que las preparan, sirven y comen". Luz Marina Vélez Jiménez.

  • "Del Oriente Medio: la empanada, un misterio encubierto que devela el paladar". Todos somos historia: control e instituciones.

    A los siete años, cuando ocasionalmente visitaba El Carmen de Viboral, porque en ese entonces mi hogar estaba ubicado en el municipio Rionegro, recuerdo que una de las cosas que hacían parte de las actividades de los habitantes de este pueblo, lo que todos hacían, era comprar empanadas. Estas empanadas tenían un sabor diferente, pero no era eso lo que me impactaba en ese entonces.

    Como era costumbre, mi familia y yo nos sentábamos en una cafetería de la Plaza Principal, conocida como Crema y Helado. En una tarde, como muchas otras, mi papá decía:¿quieren empanadas? Me daba dinero y yo salía a comprarlas a la fonda del pueblo, la sencilla tienda de empanadas de Doña Inés.

    El local estaba muy cerca, diagonal a la cafetería, al lado izquierdo de la iglesia principal del pueblo, en el segundo establecimiento después de esa gran edificación. Este espacio pertenecía a la parroquia y fue una de las partes que resistió el sismo que destruyó la iglesia en 1962.

    Yo me paraba en la entrada de ese local a hacer fila para comprar las empanadas. Recuerdo que sus muros se veían desgastados y no había iluminación eléctrica. También había una mesa que bloqueaba el marco de una gran puerta verde oscura, esta mesa era un obstáculo infranqueable para mi estatura y la de otros niños.

    Cuando por fin llegaba al principio de la fila veía muy por encima a una señora: doña Inés, una mujer sencilla y humilde que siempre usaba vestido entero de cuello, de manga corta y color opaco, y por encima llevaba puesto su delantal. Era una matrona de tierra fría con cabello gris y piel exageradamente blanca y marchita por los años. Esa tarde me concentré mucho en sus zapatos planos de tela y su caminar disparejo. Sin embargo, habían otros detalles que me llamaban mucho más la atención: uno de sus ojos fallaba, estaba, como dicen en el pueblo, perdido. Fue ella la que se me quedó en la memoria, con su voz ronca, su imagen deteriorada y su forma de atender diligentemente a los clientes.

    Doña Inés salía de entre la oscuridad, cogía los paqueticos de empanadas y se los entregaba a quien los encargaba. Siempre estaba ahí, era muy amable.

    Inesita, como también le llamaban, era la única que recibía el dinero por el pago de las empanadas. Si por alguna razón tenía las manos ocupadas, había que meterle la plata en un bolsillo del delantal.

    Acompañando a este personaje, había otras mujeres, también de edad avanzada, que conformaban el equipo de empanaderas que hacían su labor de apostolado en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de El Carmen de Viboral.

    Después de que recibí las empanaditas, regresé a Crema y Helado, la cafetería en donde estaban mis padres, no sin antes haberme comido a escondidas un par de ellas muy amarillas, pequeñitas y muy tostadas. A algunas se les salía por los lados el guiso cuando la masa que las recubría se abría y se formaban unos bordecitos quemaditos, anaranjados, muy crocantes. Las empanadas de Inesita tenían sabor a aliños, a cebollita de rama con tomate.

    A pesar de haber pasado múltiples tardes comiendo las empanadas que hacia aquella carmelitana, llegó un momento en que las visitas de mi familia a El Carmen de Viboral dejaron de ser tan frecuentes. Para 1998 el pueblo comenzó a vivir un tiempo de violencia, masacres y amenazas que atemorizaban a cualquier persona. Aunque mis padres disfrutaban compartir con amigos y conocidos en el parque principal, en verdad les preocupaba la poca seguridad que había en su pueblo natal.

    Tardamos mucho en retomar la costumbre de visitar el pueblo durante las tardes, por eso nunca supimos en qué momento exactamente desapareció el puesto tradicional de empanadas de la parroquia. Doña Inés y sus colaboradoras dejaron de hacer empanadas en el 2005.

    Años después, cuando ya era una joven de 21 años, estaba sentada en El Boston, otro de esos negocios de la plaza principal de El Carmen de Viboral ubicado debajo del Palacio Municipal. Ese día, en una plática familiar, una prima de mi papá mandó traer a domicilio un par de bolsas de papel llenas de empanadas. Las traía una jovencita hermosa, recatada y de pelo negro desde otra esquina del parque. Yo me había acostumbrado a comer las más recientes y populares empanadas del pueblo: las empanadas bailables, llamadas así porque a diario el vendedor pone en su local música parrandera a todo volumen. Pensé que se trataba de aquellas empanadas.

    Sin embargo, cuando saqué la primera empanada vi que era notablemente pequeña en comparación con las bailables, pero muy gustosa. Poco a poco el asomo de papita achicharrada de color anaranjado me hizo recordar el saborcito particular de las empanadas de doña Inés. No sé cuántas empanadas me comí esa tarde y no entendía cómo podía estar comiendo unas tan similares a las del puesto que había desaparecido cinco años atrás, pues inclusive doña Inés ya había muerto.

    Después de eso me dedique a preguntar si los demás también pensaban que estas nuevas empanadas eran muy parecidas a las del puesto tradicional creado por Inesita, y resultó que sí, que no solo era mi impresión.

    Estas nuevas empanadas las hacen en un puesto ambulante, el carrito freidor que está a la intemperie al frente del restaurante Pollos Mario, en la Calle 30, muy cerca al parque principal de El Carmen. Y aunque no las prepara doña Inés, eran una reproducción de su receta que me recordaba aquellas tardes en que visitábamos el pueblo cuando todavía era niña, las cuales transcurrían entre chismorreos o tertulias, acompañados por esas empanadillas que hacían parte del casado perfecto para el refrigerio de la tarde: empanadas con café con leche. Por supuesto este nuevo negocio de empanadas solo podía ser de una de las colaboradoras del antiguo puesto de la parroquia, pues solo así podría conocer tan detalladamente la receta de Inesita, e inclusive, utilizar la misma forma de armado de empanadas que utilizaba ella.

    Luego me enteré de que el puesto de la parroquia había establecido por casi 40 años, aproximadamente desde 1968 hasta el 2005, una práctica cotidiana de parque donde los afectos entre el espacio y las personas se reforzaron. Por eso muchas personas a las que les pregunté sobre las empanadas de Inesita aún las recordaban. Este hecho me causó mucha curiosidad y por eso decidí investigar la historia del puesto de empanadas de la parroquia. Quería estudiar la empanada como elemento de la vida social de los carmelitanos, pues llegó a configurar su cotidianidad, sus relaciones y sus hábitos en el espacio.

    La segunda comunión que construyó parroquia

    Aunque el origen de la empanada no está precisado con exactitud, ésta procede del contraste de técnicas culinarias tradicionales con ingredientes propios de cada cultura, y hace parte de lo que conocemos hoy como la cocina fusión. Es un plato que aunque puede contener los ingredientes más exóticos y estar hecho a través de técnicas complejas de cocina, también puede albergar en su interior, simplemente, un guiso bien condimentado que deja en sus devoradores sensación crocante y sabor ideal. Idea que complementa Luz Marina Vélez Jiménez, Antropóloga y Magister en Filosofía, en el texto Del Oriente Medio: la empanada, un misterio encubierto que devela el paladar: Es un alimento viajero; sus preparaciones y significados amplían y relacionan todos los aspectos del sistema cultural que las produce y las consume. Es un plato que ha logrado sostenerse en el imaginario colectivo de múltiples generaciones como ingrediente, técnica, uso y sabor propio, por lo que su procedencia se desdibuja y los títulos de alimento de origen proliferan.

    Según la investigación de Vélez Jiménez, a partir de crónicas narradas por frailes y misioneros, se registraron cómo los pasteles horneados inspiraron la fabricación de las empanadas. Las primeras fueron bocadillos fritos hechos con maíz, papa, tomate y carnes de caza, democratizados desde la Guajira hasta el Amazonas y desde los Llanos Orientales hasta el Chocó.

    Esta receta, base de la economía de las clases medias-bajas, también representa una forma de construcción del territorio en Antioquia. Muchas casas, canchas y obras comunitarias se construyeron a través de la venta ambulante de empanadas de barrio.

    Esta historia no podría ser la excepción. Después del sismo de 1962 en El Carmen de Viboral, el cual dejaría al templo parroquial sin arreglo posible, se marcaría un precedente: el obligado comienzo de la construcción de un nuevo templo de arquitectura moderna, diferente a todos los de la región; y eso, a su vez, motivaría el comienzo de un puesto de empanadas que se convirtió en el más concurrido y conocido del pueblo. El de doña Inés.

    La construcción del templo nuevo empezó en 1964, cuando era párroco el padre Mario Ángel Gutiérrez. Él dejaría hechos los cimientos. Después, en febrero de 1968, el sacerdote Flavio Velázquez empezó a poner los ladrillos de esta obra. Él estuvo 23 años como líder espiritual para la comunidad carmelitana, y es uno de los sacerdotes más recordados por los fieles. Se le recuerda por su capacidad oratoria y por su prolongada permanencia.

    Cuando este párroco empezó a liderar la construcción del templo, apareció doña Inés, una mujer soltera, en ese entonces de casi 30 años, que le propuso hacer empanaditas como una labor de apostolado y trabajo social, es decir, sin pago alguno para ella ni para sus colaboradoras. De este modo se enmarcó una relación para la práctica de la religiosidad por el carácter santo de este puesto de empanadas y su relación no laboral con la parroquia en un pueblo católico.

    Según me dijo el padre Luis Carlos Salazar, párroco del 2002 al 2005 en El Carmen de Viboral, el padre Flavio animó la venta de empanadas pues veía en ellas una entrada más que ayudaría a edificar la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.

    En este puesto no faltaron colaboradoras, pues muchas carmelitanas aportarían su trabajo en pro de esta noble causa, que además les otorgaría un estatus importante por su vínculo con la parroquia. Sin embargo, no trabajaron siempre las mismas mujeres. Unas perduraron más que otras; unas morían, otras se iban. Algunas damas carmelitanas y sus hijas iban ocasionalmente; también se acostumbraba que las hijas reemplazaran a sus madres cuando éstas últimas no podían ir.

    No obstante, hubo dos grupos de colaboradoras estables en el puesto de empanadas: primero fueron Ana Toro, Lola Toro, Inés Aristizábal y María Otilia Betancur Ramírez, y después Olga González y Ernilda Vargas, que siguieron acompañadas por María Otilia Betancur Ramírez. Todas ellas se rotaban las tareas de preparación del guiso y de la masa, armado, fritado y empacado de las empanadas. Estas mujeres acompañaron por casi 38 años a Inés Giraldo, la promotora de la iniciativa que perduró hasta el cierre del negocio.

    El primer grupo de mujeres empezó en el atrio con una hornilla y un molino de mano. Se ubicaron junto a la iglesia, en el lugar donde hoy está el edificio de la casa cural de la parroquia. En esos tiempos, en ese lugar funcionaba un antiguo negocio llamado El Parroquial (que tiene su homónimo en la actualidad pero con diferente administración) y la Cooperativa Lino de J. Acevedo.

    Después, las empanaderas se pasaron para un local ubicado al otro extremo de la iglesia. Por esa época tenía más auge la venta de empanadas porque estaban en el área de influencia de la plaza de mercado que ya no existe. Por eso se atestaba la plazoleta, llenando de clientes potenciales la venta de empanadas. Así fue como estas empanadas se volvieron un alimento común y buscado como aperitivo.

    Además de contar con el local, pues las empanaderas no pagaban arriendo, el padre Flavio animó a estas mujeres para dotar el puesto: tenían freidora, estufa y máquina de moler eléctrica, el montaje en general, ollas, sartenes y platos. A veces prendían la hornilla en el patio para adelantar el fritado de las empanadas que venderían en el día.

    Todas las ganancias del puesto las recogían Inesita o Anita, únicamente ellas la llevaban al despacho parroquial, y solo se quedaban con la plata para poder volver a comprar los materiales y pagar los servicios públicos, me aseguró María Otilia Betancur Ramírez, una de las colaboradoras de Inés Giraldo.

    Las empanadas que hicieron estas señoras, además de aportar muchos de los ladrillos que pertenecen al templo, fueron parte de la vida social del pueblo, ayudaron al posicionamiento de los locales aledaños (tradicionales en la actualidad). También se convirtieron en referente de la gastronomía y marcaron aún más esa concepción de punto de encuentro que tiene el parque principal en los pueblos pequeños.

    Y esto no ocurre únicamente con las empanadas, sino con cualquier receta tradicional. La gastronomía es un fenómeno que construye y modifica la cotidianidad, las tradiciones, como lo dice Isabel Álvarez González, socióloga e investigadora peruana en el Congreso de Perú: No podemos reducir la alimentación a un fenómeno únicamente biológico, el mundo está lleno de sabores mágicos e historias aladas, con las que se encuentran con los españoles que llegan con los remanentes árabes de siete siglos. Gracias a la transmisión que se ha dado de generación en generación, continúan las mismas viandas con sus sabores originales, como legado vital y del arte de nuestras madres culinarias, indias, zambas, moriscas, blancas y cholas.

    En las fiestas y demás días feriados de El Carmen de Viboral no se daba abasto en la elaboración de las empanadas en el puesto de la parroquia, sin embargo los días de mucha demanda no se limitaban solo a esos. María Otilia recuerda: Hace años era muy buena platica porque se vendía mucho, a lo último se puso menos, pero lo que era sábado, domingo y lunes se vendía mucha empanada; eso eran las filas, filotas‘ esperando, las pagaban, se iban y al ratico venían por más. Tenía mucha demanda esa empanada.

    Casi todos los carmelitanos con los que he hablado recuerdan haber tenido la costumbre de sentarse en una de las heladerías del parque, pedir gaseosa o café con leche e ir a comprar las empanadas de la parroquia, como dice Vélez Jiménez: Los domingos (días de fiesta, de resurrección) la población modifica la intensidad de su jornada, yendo a misa y comiendo empanadas de iglesia‘ que funcionan como el cielo prometido‘ para las matronas sin ingresos, como limosna con beneficio automático y como atractivo extra de los ritos litúrgicos

    El sabor de estas empanadas fue lo que las hizo populares y muy vendidas en el pueblo. Mi mamá, mis amigos, algunos de mis familiares y yo recordamos ese sabor característico. Unos dicen que muy ricas por tostaditas, otros les decían las vinagrositas (aclarando que no tenían un sabor desagradable), y otros dicen no tener una explicación para ese sabor tan particular que las hacía únicas.

    Además, esos momentos de descanso propiciados por el hambre, que en El Carmen de Viboral lo calmaban las empanadas de las viejitas, permitieron muchas veces la construcción, desde lo simbólico, de comunidad. Comer estas empanadas también significaba conocer el pueblo, sus costumbres desde lo religioso y social.

    Adriana Arroyave, una mujer carmelitana adulta, las recuerda desde que era niña: La sazón de las empanadas era incomparable, mi abuelita solo comía de allá. Tenían un molino inmenso y ollas grandes. Todas las señoras [que atendían en el puesto] eran de edad. Tocaba esperar mucho rato, todo el mundo las encargaba y entonces como uno era peladito lo dejaban de último. Todo el tiempo se oía ruido de ollas: pitando las papas, cocinando el maíz. No daban abasto vendiendo empanadas, ahora a la salida de misa, menos.

    Mueren los afectos, decae la tradición

    Inés Giraldo, la progenitora de la iniciativa de las empanadas parroquiales, murió a los 75 años, el 29 de junio del 2008, después de tres años de haber dejado de hacer empanadas, lo cual, según su sobrino Humberto Restrepo García, tuvo que ver en su decaimiento: Mi tía era muy simpática, con un genio muy acomodado a cualquier tipo de genios, tenía un carácter muy especial para atender a la gente. Pienso que por eso duró tanto tiempo en ese sitio y en ese trabajo, con un don de gentes espectacular. Era muy querida en la familia, era como el centro. Después de que mi mamá desapareció, era quien invitaba a la unión familiar. Ella empezó con las empanadas como una labor social, por vocación, y teniendo en cuenta que las creencias religiosas de ese momento eran tan arraigadas, podría verse como una manera de ir haciendo pinitos para ganarse la salvación del Señor.

    Vladimir Giraldo Acevedo, psicólogo y antropólogo carmelitano me habló sobre el significado de este puesto de empanadas de la parroquia: No necesariamente [la gente compraba las empanadas] por ayudar a la parroquia, era muchas veces el sabor. Uno entiende que El Carmen de finales de los años setenta hasta principios de los noventa era muy devoto, observándolo desde la asistencia a los ritos religiosos. También había un padre que tenía mucho carisma, Flavio Velázquez, quien utilizaba el púlpito para muchas cosas, entre otras para que la gente participara en todo este tipo de eventos como en la Feria de San Isidro. Él era como parte de la comunidad, articulado a lo que era el templo parroquial, lo que era este señor, lo que eran estas empanadas, con lo que se construía, era una tradición, incluso una rutina. Son distintas variables, pero fundamental, el sabor y después sí que hacían parte de la parroquia, porque empanadas siempre se han vendido.

    Fue así como las empanadas se volvieron fuertes en la vida de toda la comunidad carmelitana, sin embargo, y a pesar de todos esos recuerdos de plaza y parque que dejó el puesto de empanadas en los habitantes del pueblo, llegó el día de cierre: el 12 de marzo del 2005, cuando se hizo la entrega de las llaves del puesto.

    Ese mismo día se redactarían varios documentos*, entre esos un Acta de mutuo acuerdo, entre la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, representada por el párroco Luis Carlos Salazar Jiménez y el tesorero Francisco Javier Ramírez Pérez, y Blanca Inés Giraldo Moreno junto a su albacea Humberto Restrepo García, su sobrino.

    El padre Luis Carlos Salazar Jiménez me dijo que Inesita nunca lo reconoció como la autoridad eclesiástica a la cual debía darle cuentas de su labor de apostolado. Solo hasta después de un año llegué a recibir dinero de parte del puesto de empanadas, fueron 87 mil pesos, agregó el sacerdote.

    Según él, el resto del tiempo Inesita llevó la plata al despacho, pero a él no le participó de la actividad que hacía en las instalaciones de la parroquia.

    Los problemas entre el padre e Inesita empezaron una vez que él le pidió permiso a ella para pasar por su local a mirar una obra de otro puesto aledaño. Ella me recibió a gritos, además siempre se quejaba de que le marcaban mucho los servicios. Ella en ningún momento me respetó, me comentó el líder religioso. Sumado a esto, el entonces párroco tenía como meta adaptar ese y los demás locales de la parroquia para un centro comercial, por lo que debía hacerles reformas y desocuparlos por completo.

    Ella prestaba un servicio pastoral, no era empleada, ella no tenía ningún contrato, lo que pasa es que la señora se fue quedando y, lógico, se sintió muy segura ahí, añadió el sacerdote.

    El padre Luis Carlos Salazár, según él, en su labor de administrador, defendió lo que era de la parroquia porque Inesita alegaba que el local era de ella.

    Después el padre corroboró que las escrituras estuvieran en el despacho parroquial y llegaron a un punto en que la conciliación se hizo a través del sobrino de Inesita, porque ella no quería llegar a ningún acuerdo para dejar el local.

    En el Acta de mutuo acuerdo que firmaron las dos partes Inés Giraldo se declaraba a paz y salvo con la parroquia, también declaraba que la única dueña del bien inmueble que ocupó tanto tiempo, era la Parroquia Nuestra Señora de El Carmen. Además renunciaba a hacer réplicas o refutar ese acuerdo, para lo cual se pactó una multa de cinco millones de pesos para la parte que lo incumpliera.

    También se hizo un Comprobante de pago de dinero por $22 millones de pesos, dados por la parroquia en reconocimiento a su labor de apostolado. Además de la indemnización, la Iglesia se comprometió a que de los locales nuevos que se remodelarían para edificar un centro comercial, se le proporcionaría uno, y en pago ella daría un arriendo menos costoso que los demás arrendadores, por su antigüedad. La construcción de este centro nunca se llevó a cabo pues el párroco que reemplazó a Luis Carlos Salazár nunca tuvo conocimiento del proyecto.

    Este documento reposa en el despacho parroquial. Además, el padre le regaló a Inesita todo el montaje para hacer las empanadas y el puesto quedó vacío.

    Luis Carlos Salázar también declaró que no solo se le había dado una indemnización a Inesita, sino a sus colaboradoras, entre todas repartí más o menos 40 millones de pesos. Sin embargo, según los comprobantes de pago archivados en la parroquia sumaron $28‘100.000 pesos. En total son 7 documentos redactados de la misma manera pero con el nombre de cada una de las colaboradoras que recibieron este incentivo: María Hermelina Tobón Betancur, Norela González Ramírez, Rosario del Socorro Ramírez, María Hernilda Betancur Giraldo, María Otilia Betancur Ramírez, Virgelina Vargas de Betancur* y, por supuesto, Inés Giraldo.

    A la semana siguiente de la firma del acta, Inesita sufrió un derrame que la dejó en cama. Y aún en ese estado, según una de sus cuidadoras, Marina Arias, ella recordaba y añoraba volver a su oficio de empanadera.

    Cuando desapareció el puesto parroquial de empanadas y se marcharon las señoras que guardaban el secreto de la receta de las mejores empanadas del pueblo, se modificó, desde lo simbólico, el uso del espacio. Ya no se veía la fila de gente esperando afuera del local.

    La concepción social y la cercanía que se tenía con este local, por la excusa de comer empanadas, desapareció y se perdió uno de los referentes de la identidad carmelitana. Al respecto, la socióloga peruana, Isabel Álvarez González dijo: Comer, entonces, implica un hecho social complejo que pone en escena un conjunto de movimientos de producción y consumo tanto material como simbólico diferenciados y diferenciadores. Y en este sentido, el consumo de alimentos y los procesos sociales y culturales que lo sustentan, contribuyen a la constitución de las identidades colectivas a la vez que son expresión de relaciones sociales y de poder.

    En la actualidad el local está arrendado al puesto de helados La Fuente. Nunca se le hicieron reformas, y las que se le pudieron haber hecho fueron por parte del arrendador.

    La heredera de la tradición

    Todos los días, desde el 2008 y desde las cuatro de la tarde, Olga González Ramírez saca su carrito freidor y se instala al frente del establecimiento conocido como Pollos Mario. Ella es una mujer joven, de tez blanca, cachetes colorados y cara redonda. Viene de una familia campesina y numerosa (papá, mamá y nueve hijos) que residió en las veredas Rivera y Viboral.

    Desde muy pequeña trabajó jornaleando; desyerbaba, arrancaba papa, recogía hierba con azadón, fríjol y arveja, se levantaba a las tres de la mañana para poder volver a las siete y media y entrar a estudiar a las ocho. Solo estudió la básica primaria. Hoy en día es mamá de dos mujeres y una trabajadora que hace empanadas. Desde los doce años aprendió a hacerlas.

    Cuando su mamá no podía ir a ayudar al puesto de la parroquia, la remplazaba en las mañanas y comenzó haciendo lo mismo que ella: arreglando la papa. Primero la pelaba, la cocinaba y la migaba solamente, después hacía el guiso.

    Así recordó Olga, en una de las conversaciones que tuvimos, sus primeros días en este oficio tradicional: A las empanaditas empezó a ir una tía mía, una viejita ya. Entonces Inesita le dijo que por la edad ya a la gente no le gustaba, y que siguiera yendo sólo arreglar la papa. Entonces ya empezó a ir mi mamá. Más adelante yo le dije a Inesita que me ensayara haciendo telitas [aplastando la masa que recubre las empanadas] cuando estuvieran súper ocupadas; y ya me fue yendo súper bien gracias a Dios.

    Cuando su madre tuvo a uno de sus hermanos y no pudo colaborar con la misma frecuencia en el puesto de empanadas, doña Inés Giraldo le pidió a Olga que se quedara ayudándole permanentemente. Desde entonces estuvo 15 años en el puesto de la parroquia hasta que lo cerraron.

    La actual empanadera nunca recibió ningún pago por la asistencia en la preparación de empanadas, y no lo esperaba. Le gustaba ir a aprender y a pasar los ratos fuera de su casa, porque su papá la maltrataba. Inclusive, a los 20 años cuando tuvo su primera hija, se la llevaba para el puesto, le hacía un cambuche en un cajón con unos cartones para que se durmiera entre el trajín de la preparación y entrega de estos bocadillos.

    En la actualidad, Olga González agradece haber participado de este puesto tradicional de empanadas pues hoy es su forma de sustento. Este nuevo negocio no tiene relación con la parroquia y aunque todavía el grueso de la población no lo reconoce como parte de ese legado, sus empanadas son muy parecidas, quizá iguales, a las que decían eran el sabor de la tradición.

    Esta tradición de comprar empanadas de parroquia que conocí desde pequeña comprueba cómo la gastronomía hace parte del sistema cultural del territorio. No solo por el hecho de que estas empanadas dejaran una inquietud en la mente de una niña de siete años, que perduró en su recuerdo, e hizo que posteriormente llegara a recabar en la historia de una tradición que duró alrededor de 40 años; sino porque la empanada trasciende su lugar en la gastronomía y se convierte en una posibilidad de progreso para las personas de bajos recursos en unos casos; en otros representan el pase de la salvación para las damas devotas de sociedades creyentes. Los alimentos son portadores de sentido, y este sentido les permite ejercer efectos simbólicos y reales, individuales y sociales […] Se utilizan según representaciones y usos que son compartidos por los miembros de una clase, de un grupo de una cultura. La naturaleza de una ocasión, la calidad y el número de los comensales, el tipo de ritual que rodea el consumo constituyen elementos a la vez necesarios, significantes y significados.

    Las empanadas forman un sistema de economía fácil y rápida, de poca inversión y gran beneficio. Los ingredientes son favorables, más en este caso porque solo están hechas de papa y aliños. A punta de empanadas se tiran planchas, se compran muebles y se paga el seguro. A punta de venderlas se compra el pedacito de cielo. A punta de los ingresos que generan las empanadas, que primero costaban cinco centavos y ahora cien pesos, se edificó una parroquia, se conformó una cotidianidad propia de pueblo, de El Carmen de Viboral.

    Hace algún tiempo se decía jocosamente en el pueblo el templo fue hecho con el esfuerzo de los hombres y el sudor de las señoras de las empanadas.

    Compartir: