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¡La Navidad es más que buñuelos y natilla!

  • Germán Mejía Vallejo - @GermanMejiaV - Comunicador Alcaldía de Alejandría

    Desear una feliz Navidad se volvió tan cliché como desearle a los recién casados que sean felices por siempre, o que al año venidero se le augure prosperidad, o concluir una despedida con un "Dios lo bendiga", simplemente porque ya está en la punta de la lengua, no en el fondo del corazón.

  • La Navidad se convirtió, como todas las fechas, en una cuestión de consumismo más que de vivencia real de lo celebrado.

    Cada que llega diciembre la gente empieza a cambiar las fachadas de sus casas, a comprar casi compulsivamente muñecos de nieve que hablan y se mueven solos, instalaciones de luces multicolores, espumas de todas las texturas, cintas, regalos, y un sinfín de cosas para hacer ver nuestras casas más bellas.

    Unos toman este tiempo como la excusa para salir a vacaciones y llevar una vida de excesos, viajar y embriagarse con el pretexto de que se acabará el año, y otros, no menos mundanos, creen que Navidad es sinónimo de sexo, de licor, de drogas, de gastos desmedidos y de desidia excesiva.

    Pero en contraposición a ese grupo de autómatas fiesteros, están aquellos que aún conservan la tradición hogareña de reunirse en familia, de rezar las novenas al Niño Jesús, de convocar a su árbol genealógico para estos días, aún quedan familias que hacen una oda al perdón y sienten la fe y el verdadero sentido de las cosas.

    Imagino por momentos las navidades de los soldados, de los enfermos, de los presos, de los médicos, de las prostitutas, de los olvidados y sin nombre, de los desvalidos, de esos seres anónimos que ni hogar poseen, de las personas de la calle, mal llamados desechables, de los huérfanos, en fin, de todos los que no tienen una casa y un techo rodeado de bolitas en un árbol de Navidad ni ovejas en un pesebre, pero ante todo, quienes adolecen de un ejemplo como el de María y de un padre como José, en un hogar llamado familia.

    Debe ser duro estar sintiendo la sonrisa agitada en las calles mientras se vive una enfermedad que mata a cuentagotas, o mientras se entierra a quien se ama, porque la vida como la muerte vienen sin fechas establecidas.

    Debe ser duro engrosar las frías filas de grupos armados y saber que se es parte de la guerra, anhelando vivir la paz  y el calor de un abrazo de madre o el beso de una familia, mientras al interior de la selva solo te acompaña la soledad, el vacío y el remordiendo de un pasado que pudo ser mejor y menos maquiavélico, porque buenos o no, violentos o pacíficos, ellos, los que oprimen el gatillo, tienen su corazón, aman y extrañan, y ante todo siguen siendo igual de humanos y las fechas no son ajenas ni a ellos ni a nadie.

    Debe ser duro para las prostitutas vender su cuerpo para comer, mientras sus almas son rematadas y mancilladas por  los mejores apostadores, que huyen de su miseria y hallan en el placer refugio a su cobardía.

    Debe ser duro dar sexo sin medidas y encontrar desamor en demasía.

    Debe ser duro soportar la lluvia y el frío inclemente de la calle, con su perturbador silencio y un peligro devastador, buscando un hogar en medio de la mugre, la soledad y la ruina, añorando un café caliente, una ropa limpia y un aliento fresco, en vez de duros pisos que sirven de camas, cartones que suplen abrigo, drogas y vicios que estimulan en el cuerpo la excitación que no hace vibrar al alma y sobras de comida que emulan cenas navideñas, ¡nosotros, los que tenemos tantas comodidades somos tan ricos y no lo sabemos, solo miramos hacia arriba, pero no hacia abajo!

    Debe ser duro vivir la Navidad fuera de casa anhelando estar con sus familias, vivir fuera del país y extrañando sus raíces.

    Debe ser duro trabajar como soldados o policías, cuidando a los borrachos que se matan solos y matan a otros, por su terquedad y obcecación, manejando en ese estado, o evitando robos o actos vandálicos de desadaptados sociales, o inhibiendo guerras en medio de esas calmas pasajeras en pueblos y vecindades, mientras se anhela estar con la familia disfrutando de un buñuelo, una natilla o una cena preparada por quien te dio la vida, o al menos, por quien la hace más feliz.

    Debe ser duro pasar la noche viendo gente sufrir en urgencias hospitalarias, oyendo el llanto desgarrador de familias o personas que están jugándose una oportunidad, como en un reality barato, de un sí para continuar viviendo, o un no con camino al cementerio.

    Pero lo más duro, creo yo, debe ser tener un hogar donde llegar, una familia a quién amar, una gente a quién visitar, una salud de la cual gozar y la libertad para caminar sin barreras, y no aprovechar ese dechado de oportunidades, acabando uno mismo con esos dones preciados, olvidando lo que se posee por hallar lo innecesario, y cuando ya no haya nada que hacer, regresar a casa buscando refugio donde no hay calor y lamentándonos de lo que pudo haberse hecho, pero hoy no tiene solución.

    Finalmente, este tiempo más que de regalos y de vacaciones, más que de cualquier orgía mental o física, y más que de “marranadas”, natilla y buñuelos, es tiempo para unirse realmente, para estar con quien hace rato no se ve y para pensar en los otros, más que en uno mismo, porque bueno o malo, siempre tenemos donde llegar y qué comer, a quien visitar y quien nos extrañe.

    Por eso esta época es mejor vivirla en familia con quienes amamos y no buscando en la calle lo que tenemos en la casa, porque hoy estamos mañana no, así que en familia, amándonos y compartiendo con los otros, nos vemos mejor.

    Ahora sí, y de verdad, ¡feliz Navidad!

     

     

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