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Día del Libro: así comienzan cinco de las más prestigiosas novelas escritas en español

  • La celebración del Día del Idioma —y también del Día del Libro—, este 23 de abril, es la ocasión para reconocer la riqueza de las lenguas del mundo, cada una con sus expresiones y sonidos particulares, sus diferentes formas de nombrar, su historia, y sin duda su influjo esencial en cada cultura y en el pensamiento, la gran facultad del ser humano.

    Por eso, es una festividad que conmemora la palabra y la literatura, y, con ellas, el legado literario de cada idioma.

  • La fecha se propuso como homenaje a dos escritores cuya obra trascendió a nivel global: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare, fallecidos el 22 y el 23 de abril de 1616, respectivamente.

    Es noticia: El nivel de los embalses del país subió un punto y se encuentran en 30 %

    En lo referente al español, es la lengua oficial de 21 países en el mundo. Hoy se estima que este idioma tiene alrededor de 600 millones de hablantes

    Para hacer parte de esta especial celebración, queremos recordar algunas de las obras más emblemáticas escritas en español. Así comienzan cinco de las novelas más prestigiosas en este idioma.

    El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), Miguel de Cervantes

    En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda

    El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

    Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez

    Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo

    Cien años de soledad.

    Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti

    Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más sombrío del mostrador, vuelta la cara —sobre un fondo de alpargatas, el almanaque, embutidos blanqueados por los años— hacia afuera, hacia el sol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo

    Los adioses.

    Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo

    Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura que le dará gusto conocerte’. Y yo no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas

    Pedro Páramo.

    El siglo de las luces (1963), de Alejo Carpentier

    Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y requiem —y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquel, y había dicho el otro que no éramos nada…— y sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo el tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas

    El siglo de las luces.

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