Hace algunas semanas, cuando en los medios de comunicación nacionales se difundió la noticia de que el escritor colombiano Gabriel García Márquez había sido internado en una clínica de Ciudad de México, aprecié desde mi posición de lector la inmediata batalla entre especuladores informativos sobre el verdadero estado de salud del Nobel.
Algunos momentos del debate público se centraron en la veracidad de los rumores sobre una metástasis generalizada del cáncer que padecía el escritor, hecho apenas natural en la mayoría de los seres humanos (categoría de la cual ni el Premio Nobel había salvado a gabo). Luego se desempolvaron comentarios familiares sobre la demencia senil, sobre sus salidas en falso y hasta sobre sus necesidades de ir al baño a horas atravesadas.
Me quedó la sensación de que en Colombia, como siempre andamos tan escasos de hombres y mujeres extraordinarios, sentimos una necesidad desmedida de mantener en formol a los pocos que tenemos vivos, con la intención de que no se mueran nunca y poder exhibirlos triunfantes para evitar la vergüenza de pasar de agache.
Y desciendo a la conclusión de que el último acto de genialidad que puede cometer cualquiera de estos ilustres es morirse: así sellan con una firma indeleble el hecho de que son verdaderos seres humanos. Ahí, en el momento de acceder a esa uniforme llamada que acataremos un día todos por igual, se destaca lo más sublime, monumental y grandioso de Gabriel (y de todos los demás): que se trata de un simple ser humano, mortal como todos, que se atrevió a trascender y llevar su obra creativa más allá de lo que el resto de nosotros jamás hemos intentado. Que navegó, con las mismas limitaciones que los demás, en aguas más oscuras, más profundas, más agrestes, sólo con la voluntad de escribir historias enrevesadas y extrañas, que luego todos leeríamos con ojos asombrados porque nos iluminaron las tierras a las que nunca tuvimos el valor de ir.
Descubrir que Gabriel García Márquez es un gran ser humano es el tributo más importante que su figura puede dejarle a miles de jóvenes que en algún momento se tropiecen con sus relatos: así será fácil también empujarlos para que invadan las tierras desconocidas de la creatividad y reclamen continentes inexplorados a punta de verbalizarlos, porque se tendrá en la mochila la convicción clara e irrefutable de que aquel pionero también era un simple ser humano.
Gracias a Dios que gabo no era un semidios inmortal: con su muerte nos dió la segunda oportunidad que predicó en cada una de sus letras.
PS: Manifiesto mi incomodidad con uno de los múltiples entrevistados de esta semana que dijo, sin mesura y sin conciencia, que Gabriel García Márquez era “el escritor vivo en español más grande de los últimos 500 años”. Lo entendí como un disparate de momento a causa de la impresión por la muerte del Nobel, pero me da pena ajena con los cientos de escritores que tienen una vida entera dedicada a las letras.
A. Ramírez