Han pasado nueve años desde que Gladys González estiró su mano derecha y dibujó en el aire una cruz mientras su mirada enfocaba el rostro de su hijo, Juan Fernando González; esa fue la última vez que le pudo dar la bendición. Horas después, días después, semanas después, meses después, años después, no lo ha vuelto a ver, sentir ni escuchar.
Tras 3.285 días, las autoridades no han podido encontrar a Juan Fernando. Lo han buscado por cielo y tierra, de día, de noche, pero ni una sola prueba conduce a conclusiones razonables para la justicia. Nadie se explica qué, dónde y por qué pasó.
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La corazonada de una madre
Todo comenzó un 10 de agosto de 2012 en Medellín. Él era estudiante del pregrado en Ingeniería de Minas y Metalurgia de la Universidad Nacional de Colombia, vivía en un apartamento en la Loma del Escobero, en Envigado. Migró desde La Ceja -donde residía- hasta Medellín por su sueño: ser profesional. De un momento a otro, como nunca había pasado, las llamadas dejaron de entrar a su celular.
“Yo sentí la corazonada”, cuenta Gladys mientras se le escucha cómo tiembla su voz. Sintió que algo no estaba bien porque su hijo siempre contestaba, “él era muy llamador”. Desde ese instante dio aviso a familiares, amigos y a las autoridades para intentar descifrar el terror que apenas empezaba a vivir.
Preguntas sin respuestas
Junto al Gaula de la Policía trató de acceder, durante los primeros días de la desaparición, a sus cuentas de Facebook y Hotmail para encontrar pistas, pero los esfuerzos no dieron resultados porque las autoridades no pudieron jaquear la vida virtual de Juan Fernando.
Luego llegaron las visitas a hospitales, morgues, fiscalías, centros policiales y las corridas por toda la ciudad, pues “decían que lo habían visto por allí, allá y a correr con el Gaula para el sitio”, narra Gladys con el mismo afán con el que caminó por ese tiempo.
Por esos mismos días, en La Ceja se realizó una marcha por las principales calles del municipio, como un acto de solidaridad con la familia de Juan Fernando González; sin embargo, no hubo ninguna respuesta que condujera al paradero del joven.
Siguió pasando minuto tras minuto y -a ese ritmo- se acumulaba más dolor, Gladys sentía algo que hoy no define con palabras. Sus lágrimas seguían empañando su fuerza, pero no las ganas de encontrarle un porqué al sufrimiento.
Esperanzas que vinieron y se fueron
Ella incluyó a Juan Fernando en la lista de desaparecidos de la Cruz Roja Internacional, la Unidad de Víctimas y en la de la Interpol, dio sus características físicas y toda la información requerida para que lo buscaran en cada rincón del mundo y supieran que un joven de 23 años, con sueños -como usted-, estaba desaparecido.
En marzo de 2013 llegó un llamado de un centro hospitalario de San Luis de Potosí, una ciudad ubicada en el centro de México, donde un joven con algunas características similares a las de Juan Fernando estaba inconsciente; sin embargo, tras un análisis de huellas dactilares y la carta dental, descartaron que se tratara de él.
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“Sigo en la lucha por una verdad”
Desde ese mes la Fiscalía ha ido detrás de todas las hipótesis que se le pueden pasar por la mente a un investigador judicial, pero todo conduce al mismo camino oscuro, “pareciera como si se lo hubiera tragado la tierra”, afirma Gladys.
Ella no se ha cansado de recorrer los pasillos de los centros judiciales de Antioquia, antes de que empezara la pandemia por el COVID-19 visitaba al fiscal del caso cada quince días con el fin de encontrar algo nuevo, pero las pesquisas volvían al comienzo: una desaparición de un joven de 23 años en la Loma del Escobero, visto por última vez a las 4:00 p.m. por el portero del edificio. Nada más.
Con el cierre de las fiscalías por el alto número de contagios de coronavirus, Gladys desconoce desde hace 17 meses el camino de la investigación sobre su hijo Juan Fernando, o “Juancho”, como ella lo llama. Ha marcado y no hay respuestas. Espera en los próximos días instaurar un derecho de petición, con el acompañamiento de la Unidad para las Víctimas, para insistir por el esclarecimiento de los hechos, pues “sigo en la lucha por una verdad”, concluye.