“Ayer se fue; mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado”,
Francisco de Quevedo
Una de las particularidades fundamentales que tienen los buenos diarios, es que logran hacernos identificar de manera profunda con lo escrito, quizás porque dan cuenta de los sucesos más íntimos que han constituido la forma de pensar y de ver la vida de un escritor, las tristezas que lo han acompañado, las dudas constantes, angustias y desasosiegos permanentes en cada palabra trazada, que no son más que el desangre del alma a la que se le hace imposible existir sin la escritura. Y es que en la vida de un artista (el escritor es uno de ellos) no es viable deambular por el mundo alejado de aquello que duele, que inquieta y hace sufrir, pero que al mismo tiempo brinda razones para seguir en pie.
Tal vez un diario es en sí mismo un obsequio para un lector, una puerta abierta a la intimidad de quien nos ha narrado acontecimientos recreados por la memoria, pero que ha reservado las razones de aquellos escritos. ¿Porqué lanzar abiertamente al mundo nuestra vida privada? ¿Por qué no dejar a la imaginación de cada lector ese privilegio de pensar lo que hace un literato en su vida cotidiana? ¿Por qué romper esa distancia que separa al lector del escritor para unirlo en un solo lugar? Eso es precisamente un diario: un acercamiento a los sentimientos y emociones que todo mortal vive y de los que nadie se libra.
¿Por qué decide publicar entonces Héctor Abad su vida interior? Vuelvo y pregunto algo de lo cual ni él mismo tiene respuesta: “¿Por qué publico algo que desnuda tanta intimidad propia y ajena? ¿Por qué expongo partes de mi vida de las que no estoy nada orgulloso y que más bien me parecen feas, tristes e incluso sórdidas? No lo sé bien”.
En estos escritos podemos seguir paso a paso la relación de Abad con la escritura, la nostalgia del paso del tiempo, la incapacidad en un momento de su vida de permanecer estable en un solo amor, la voluptuosidad que carcome a todo espíritu bohemio y de la cual es imposible huir, del dolor que padecen las almas sensibles para quienes existir es mucho más que una cuestión instrumental y que por ende está obligada a reinventar la vida en cada instante, a enfrentar los recuerdos dolorosos que no desaparecen y que solo cuando los miramos de frente podemos entender, como la muerte de su padre, de la cual en su momento se sintió algo culpable.
Sin embargo, no solo de angustia está constituida la vida, pues esta se transforma en la medida en que encaramos la existencia, como el ver crecer a nuestros hijos, por ejemplo, aunque quizás en el instante antes de nacer no los amemos como quisiéramos, porque el amor también es ingrato y parte de lo que nos brinda está anclado al dolor.
Estos diarios, que suman un poco más de 600 páginas, pueden leerse de forma alternada. Por ejemplo, abrirsen en la página 35 y vivir la incertidumbre ante el nacimiento de una hija, o avanzar a la página 49 y llorar con el escritor la muerte de su padre: “Llorar todo el día, gritar, protestar, luchar” y después de ello emprender en la página 111 “el estudio largo de la pereza”.
Sin embargo, también “puede leerse como una novela de formación”, por lo que podemos en algunos casos amar al escritor, quererlo abrazarlo y acompañarlo, pero también, en otros momentos, tener un sentimiento de odio y desprecio como sucede con nosotros mismos.
Hay un fragmento, por ejemplo, (y es el que más me resuena) que pareciera una invitación al desnudo del alma. En la página 311 está un escrito del 28 de Mayo de 1995: “Yo soy el infame. El que debe ser aplastado por todo el peso de la moral, por todo el pasado de las costumbres. Ahí está, aquí estoy, el infierno, el infame, el puerco. Apunten ¡Fuego! Hagan un sacrificio humano sobre un túmulo de piedra: sáquenme el corazón, muéstrenmelo vivo, palpitante, antes de que se me apague el alma”.
He ahí pues la necesidad de desnudarnos ante el mundo como la única alternativa que nos queda, o por lo menos la más cercana que se tiene cuando ya se ha publicado suficiente de ficción pero poco de la realidad, esa que a todos nos toca pero a la que respondemos de distinta forma según la visión del mundo que tengamos y las circunstancias en las que vayamos vivido. Aun cuando las características que cubren la angustia sean similares para todas las personas, hay algo en lo cual se manifiesta la individualidad de forma tangible y es en la forma en que nuestra conciencia concibe la experiencia, pues aunque sea similar, cada quien la enfrenta a su manera.
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