Hay viajes silenciosos, felicidades mudas, hay promesas y hay olvidos. Hay paisajes sobrecogedores que desaparecen por la ventanilla de un bus y hay miradas inolvidables que absorben como esponjas para luego pintar la vida.
Hay emociones que se callan, regocijos que se dejan para sí evitando que se agoten al compartirlos.
Hay personas, hay lugares, hay sueños, también pesadillas. Esos sueños-pesadillas se adhieren como jorobas y recuerdan, siempre recuerdan, las promesas y los olvidos.
Emma Guerra es un sueño, Emma Guerra es un olvido. Hace tres años hablaba con ella, la abrazaba, la besaba y, con la despedida, le hacía una promesa. Ese mismo tiempo ha transcurrido con el olvido. Me advirtió los peligros que podría correr si regresaba de nuevo, con libreta, con grabadora, al pueblo que fundó su padre, en donde los armados, ahora sin armas, podrían acecharme. No la olvidé, pero al no cumplir con la promesa parecía haber desechado las palabras que fácil se dicen. Ésa era mi joroba.
Hace unas horas el paisaje frío de la mañana transitaba ante sus ojos, tiritaba de frío, su felicidad muda, de vuelta al pueblo en el que nació 76 años atrás y que abandonó cuando tenía 8 años de la mano de su familia aventurera, colona, que luego fundaría La Danta. El periodista de todos los días lo guardé durante la mañana: sin lapicero, sin papel, sin preguntas. Bueno, una pensando si escribiría esta nota en mi diario: ¿Se parece a lo que imaginabas? “Sí, yo imaginaba que tenía más de loma que de plan”, dijo, lanzó una sonrisa corta como un segundo y se agarró de mi mano al subir una de las calles empinadas.
Entramos a la iglesia, se arrodilló, escuchó una misa, se sentó en el parque, nos tomamos unas cuantas fotografías y le di un beso de despedida.
Cuando Emma no había nacido Juan de Jesús Hincapié arribó con su esposa al municipio de San Luis en busca de tierras para colonizar. Nació ella, la primera hija, y la bautizaron en la iglesia. Más de un lustro permanecieron en ese pueblo hasta que el viejo decidió adentrarse en los bosques, vivir primero en Las Mercedes, cerca de Puerto Triunfo, y luego adentrarse en la tierra de las dantas y los tigres. Al caserío que se formó le daría por nombre La Danta.
Al ver que su taxi se alejaba de regreso a casa –solo hora y media separa su hogar de su sueño-, me aseguré que había cumplido nuestra promesa. Si regreso al último párrafo de mi libro Con el miedo esculpido en la piel, sonrío complacido al cumplir uno de sus sueños antes de morir: regresar al pueblo en el que nació y fue bautizada. Esa era nuestra promesa, Emma.
Promesa cumplida.
Adenda: No es nuestra responsabilidad, claro, pero como periodistas debemos devolver a nuestros personajes al menos un poco de lo mucho que nos entregan.
Foto: Diego González.
* Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.