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Planazos

  • PLANAZOS

    De Arturo Torres sé que fue un bravucón en los bosques del Oriente en el Magdalena Medio. Ambrosio Pineda, un viejo de Aquitania que vive en la vereda Pocitos –San Francisco- lo conoció hace ya tantas décadas que no puedo imaginar sus ojos escrutadores de hace más de medio siglo presenciando un ataque felino de Torres en el corregimiento La Danta.

    Me dice Ambrosio que las peleas con machete no han cambiado mucho. Lo miro arreglar las bolsas plásticas en las que empacará el borojó que sus hijos cultivan y le veo el cuello arrugado, como si un marcador hubiera pasado por allí. Las manos hinchadas de sangre, sus venas que laten como serpientes bajo el sol.

  • Arturo Torres, que en realidad se llamaba Santiago Arredondo, no daba plan sino filo, y sus piruetas con el machete iban directo a destajar, amputar. Ver correr la sangre. En una ocasión quiso matar a Juan de Jesús Hincapié, el colono fundador de La Danta. Logró que el viejo Hincapié perdiera uno de sus ojos. Luego fue en busca de la esposa y una de sus hijas, Emma Guerra, que aún vive en su casa de madera.

    A Emma alcanzó a asestarle un machetazo en la espalda cuando la encerró en la cocina, mientras que la esposa del viejo Hincapié se escapó aprovechando que Torres intentaba zafar el machete del marco de la puerta. En aquella época debieron cargar con los heridos durante horas hasta San Miguel, al lado del río La Miel.

    Ambrosio Pineda no sabe por qué Arturo Torres intentó matarlos, pero sí sospecha que pudo ser porque Emma nunca quiso entregarle su amor. No sabemos, solo que “era peligrosísimo. Era un A villano del todo”.

    Muchos de los problemas en estas tierras siguen solucionándose como lo hicieron los viejos: a punta de machete. El viejo Chulo Guzmán, una eminencia en Aquitania, perdió la movilidad en los dedos de una de sus manos gracias al machetazo que dejó una cicatriz miedosa y pronunciada en su brazo derecho. Otros no contaron con suerte y perdieron sus manos, sus dedos.

    Las luchas a planazos son pan de cada día. De los locales, discotecas en las noches y cantinas en el día, salen los borrachos como si estuvieran en la guerra de independencia. Saltan chispas, golpean las hojas en el aire, rastrillan el suelo, resquebrajan las paredes. En los alrededores se agolpan los espectadores, rumiando el chisme del lunes.

    Muy cerca, los niños simulan las batallas con palos que encuentran en las calles, ¡pas! ¡pas!, parecen decir mientras juegan, sin saber que serán ellos quienes continúen con esta práctica macabra.

    Un domingo cualquiera salen dos hombres de una cantina. El uno fornido, el otro escuálido. El fornido vocifera, el escuálido le responde. ¡Pas! ¡pas! Cual guerra las hojas gritan en el aire, en el suelo, y se empujan y se gritan. El escuálido baja los brazos y le deja el cuerpo al fornido para que haga lo que quiera. Los espectadores emocionados –unos pocos estupefactos- no se imaginan el desenlace. El fornido va hacia el escuálido y le lanza un abrazo y caminan rengueando de nuevo a la cantina. A los minutos salen de nuevo pero ya están los hijos del escuálido colgados de sus pantalones suplicándole que no siga peleando. Se resigna, guarda su machete y obedece. No se va para la casa, entra de nuevo a la cantina.

    Al frente de la iglesia siguen los niños jugando con sus palos. ¡Pas! ¡Pas!

     

    * Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.

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