Hace nueve años, cuando todo comenzó, no creía que me saldría de la autopista para recalar en caminos escabrosos calzando botas pantaneras, con la ropa empapada por el sudor y el alma llorando y narrando tragedias.
Hace nueve años cuando era un joven imberbe que soñaba con ser periodista deportivo, no me interesaban temas que no se relacionaran con el deporte. El fútbol, en realidad.
Estando en la Universidad de Antioquia absorbí todos los libros relacionados con el deporte; también leía grandes cronistas, un poco de literatura y hacía un programa radial deportivo. Un poco después, en 2009, y sin graduarme, ingresé al periódico El Mundo como periodista encargado de cubrir la actividad física diferente al fútbol.
Después de tanto, me decía, al fin recibía remuneración por mi labor. En aquel año, como preparación para los Juegos Suramericanos Medellín 2010, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano –FNPI- realizó en la ciudad el Primer Seminario Internacional de Periodismo Deportivo. La profesora Patricia Nieto me invitó a ser uno de los relatores del evento. ¡Cómo negarme si lo mío era el deporte!
Ahora que ha pasado un lustro desde aquello recuerdo las palabras que causaron escozor entre los periodistas asistentes. Sentado en la mesa de panelistas el cronista José Alejandro Castaño rompió el protocolo y parsimonia de la conferencia cuando dijo con su estilo, un poco sobrado, que “los periodistas deportivos son buenos muchachos a los que no les toca, digamos, mayormente el drama, los antagonismos sociales” (Ver: José Alejandro Castaño, Conclusiones a primera vista).
Recuerdo algunas de las reacciones. Un periodista de un canal regional se levantó de su asiento y aseguró que algunos de los textos de sus alumnos en la Universidad de Medellín fueron mejor escritos que una de las crónicas de Castaño. En el receso se formaron varios corrillos en los que debatían, irascibles, las palabras del intruso. En silencio, incluso un poco molesto, escuché la desazón de algunos colegas destacados que se sentían ultrajados al ser empacados en el mismo costal de los “científicos” del futbol.
El suceso lo recordé con el despliegue periodístico del Mundial Brasil 2014: Presentadoras despampanantes, cifras por doquier, dioses del periodismo brindando la última palabra o las palabras mayores que no admiten debate.
Las cifras desbordan; en los micrófonos se desgastan, como si se tratara de una ciencia, hablando de las cualidades del 4-4-2, del 4-3-3, de que seremos campeones. Hablan del deporte como una ciencia exacta, con soluciones precisas y se olvidan de lo más importante: la condición humana.
Paradójico que los mejores trabajos sobre el deporte o los deportistas hayan sido escritos por periodistas que no tienen en su haber la etiqueta “periodista deportivo” ni la arrogancia de entregar la única verdad.
Gay Talese y Alberto Salcedo Ramos, mágicos narradores del drama de dos boxeadores como Joe Louis o Kid Pambelé, exponen la magia del periodismo cuando se dedica a narrar historias, a retomar el sufrimiento de aquellos seres humanos que ensalzan como dioses. Estos atletas, al igual que todos, sufren, tienen familia y sueños, derrotas y revanchas.
Castaño agregó unas pocas palabras antes de recibir las acusaciones de los periodistas deportivos asistentes: “El llamado es a que los periodistas deportivos superen la visión un poco técnica, acartonada, esquemática de los deportes. Aunque eso es importante, y tienen que hacerlo, trasciendan eso y busquen las historias de los protagonistas, historias de vida, historias que reflejen el drama”.
En noviembre de 2009 tomó fuerza la decisión de abandonar el campo del deporte y abrirme paso en otros temas, entre los que no descartaba a los fabricadores de hazañas y de orgullo nacional. En efecto consideraba que la mayoría de periodistas del momento, dueños de los micrófonos, siempre transitaban en la autopista de la comodidad: destruían cuando las derrotas tocaban la puerta y sobaban chaquetas cuando se celebraban títulos. Así era –o es-. Algunos, pocos, se salían del camino y transitaban carreteras destapadas.
No mucho ha cambiado en el oficio. “En el periodismo deportivo nos quedamos con el 4 4 2″, dijo Carlos Arribas, gran cronista del diario El País de España; “Hay muy pocas historias de vida en las secciones deportivas”, agregó Jorge Barraza, de la Conmebol; “Hay un nicho de historias extraordinario que se desaprovecha por lo obvio”, sentenció José Alejandro Castaño. (Ver: Conclusiones sobre el oficio)
*Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.