Fueron 180 los artefactos explosivos que hallaron en la vereda El Jardín de Buenos Aires, en el municipio de San Francisco (Ver: Ejército y Policía decomisan 180 minas antipersonal en San Francisco). La noticia comenzó como un cuento, con una imagen sorprendente, impactante. El gancho, dirán los profesores de periodismo.
Minas piedras (I)
Estos soldados no necesitan entrenamiento. A diferencia de los que entrenan, sus cualidades están precedidas por el NO: (no) comen, (no) beben, (no) se quejan, (no) hablan. Pueden estar en el mismo punto hasta 30 años y ser efectivos después de tanto tiempo.
Antes de avanzar, a los soldados de carne y hueso les advierten: no salirse del camino, ir en fila india, evitar desvíos…
Silencio. Los soldados que no entrenan soportan la humedad, el calor. Sobre la tierra caminan algunos, a los que entrenan, bajo ella aguardan los ‘otros’. Éstos son los mejores guerreros, dicen, no hay que satisfacerles ninguna necesidad. Son certeros.
Atacan cuando sienten la cercanía o contacto de su enemigo –en estas condiciones es cualquier ser vivo que se mueva-. MAP las denominan, para abreviar su significado fatal: Minas antipersonal –no antipersonas, no antipersonales, no quiebrapatas-.
De acuerdo con el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal, “en el periodo 1990 – ENERO de 2014, se registraron un total de 10.628 víctimas por MAP y MUSE [munición sin explotar]. De éstas, el 39% (4.118) son civiles y el 61% (6.510) miembros de la Fuerza Pública. En enero de 2014, se registraron un total de 10 víctimas, 3 civiles y 7 militares”. (Ver: Víctimas Minas Antipersonal en el Mundo)
Regresemos. Estos artefactos llevaban en aquel lugar más de un lustro, según la versión de un excombatiente. Paradójicamente en uno de los municipios más minados del país… y el mundo.
Después de San Carlos, declarado oficialmente libre de minas antipersonal, San Francisco será el siguiente municipio colombiano en liberarse de esta arma fatal e inhumana. Y como lo comprueba la guerra, las verdaderas víctimas son los civiles.
Amputar. El efecto de las minas antipersonal es la amputación de la vida, de una extremidad, también de la familia y los sueños, o, para no ser soberbio, amputar implica resquebrajar y volver a surgir –cuando se logra-. Impacta ver una persona sin una extremidad, y no por lástima, sino por la indiferencia y métodos de los armados.
Seré pesimista: el 18 de septiembre de 1997 se aprobó el Tratado de Ottawa. Este obliga a los Estados que lo suscriben a no utilizar, entre otras armas, las minas antipersonal para atacar ni defenderse, a destruir todas las que estén en su posesión o jurisdicción. Antes era legal que el Ejército colombiano las poseyera y, por esa razón, además de las guerrillas y paramilitares, las fuerzas armadas también sembraron este artefacto.
A partir del Tratado de Ottawa cada Estado tiene el compromiso de desminar su territorio en un período de diez años. En Colombia aprobaron la ley que ratifica el tratado en diciembre de 1999. En 2001 entró en vigor en el país y, diez años después, es decir en 2011, era la fecha límite para limpiar de MAP y MUSE el país.
Ustedes tienen la respuesta: no se logró. Es así como el Estado solicitó una prórroga para cumplir. Sembrar las minas –y amputar la vida y los sueños- es barato. Desminar, por lo tanto, implica altos costos económicos, exige equipos y personal especializados.
Afortunadamente estos 180 artefactos que hallaron no fueron sembrados. Lo negativo es que aún, en silencio, aguardan –no sabemos cuántos- soldados enterrados esperando a sus víctimas. El futuro se presenta desolador, aunque siempre prefiero esperanzarme.
Les dejo la siguiente canción. Me es imposible negarme ante una lágrima que acaricie la mejilla. Cada mina es una piedra que lastima, que duele. Minas piedras.