Nadie hubiera pensado, ni lo han dicho, que la cancha de arena en donde nos citábamos a ver los partidos de Guarne contra otros municipios del Oriente se transformó en un cementerio. Susurro en mitad del campo, absorto con los fantasmas del pasado. Aún me parece ver la olla negra con el sancocho adentro y el aguardiente rodando de mano en mano en espera del partido. Siento el aroma del chorizo, que la brisa llevaba hasta el parque y anunciaba el inicio de la fiesta. ¡Hoy juega Guarne, carajo!
En los kioskos el ánimo iniciaba con las letras de Willie Colón. ¡Gitana gitana, gitana gitana, tu pelo tu pelo, tu cara tu cara! Aún lo escucho en este silencio, guiado por el marasmo de un recuerdo opaco en la cancha. El dulcecito de la yerba iba de nariz en nariz extasiando los ánimos. Allá íbamos todos. Íbamos…
La tribuna era un harapo de césped desde donde se arengaban los propios. Los borrachos se entrenaban como equilibristas en los barrancos, que hacían las veces de despeñaderos para los fieles bebedores de la cancha. Niños que vieron jugar sus ídolos en aquel desierto de arena blanca. Esa cancha era un buen terreno para aprender a sobrevivir en zonas agrestes.
En verano las tormentas de arena salpicaban el maquillaje de las doñas. Entenderá que era un niño y no tenía idea de las delicias del cuerpo femenino. También en invierno la lluvia formaba sus ríos y la arena era lodo y los surcos, grandes valles en donde cabían acostados los jugadores. Faltó poco para que los nuestros se escondieran allí y sorprendieran a sus rivales saltando desde la cuenca. Pero no.
Escribo desde el centro de la cancha. No están las líneas blancas que con cal dibujaba después de mediodía el tipo encargado de la carretilla. Por aquellos años caminaba con afán soportando la modorra de la noche del sábado. En sus maneras no conservaba el cuidado que expone cuando haciendo las veces de mensajero lleva ramos de flores para enamorados o muertos o viejos. ¡Vaya a saber!
Ahorita no, y es lo que me parece triste. En el centro se escuchan los fantasmas. En la oscuridad de este cementerio no ondean los colores de la bandera de Guarne. No hubo un momento de tanto orgullo propio como cuando a la guerra del fútbol amarillo, rojo, blanco y verde sobresalían entre la multitud. ¡Acaso orgullosos y airosos de las victorias en la cancha! ¡Éramos guarneños!
Cuando éramos guarneños el fútbol –o el deporte- era motivo de orgullo local. Justo en la tribuna, ahora separada con una malla de la cancha y vestida con bloques de cemento para reposar el cansancio, el grito era ¡Guarne, Guarne! En el pálpito de la emoción se cantaba con holgura “Con el alma ferviente te canto, Guarne Guarne, mi patria y mi hogar”.
Al final los miles de asistentes se perdían en la muerte de la tarde con el afán de ver por televisión el último partido del fútbol colombiano. El de los grandes, creerán. El verdadero grande, la auténtica selección era la propia: la Selección Guarne. ¡Claro! Es que íbamos a nuestro estadio. ¡Perdonen el eufemismo! En un estadio vacío se escuchan las voces de los muertos, habrá dicho el mexicano Juan Villoro. En la cancha del pasado los domingos eran fiesta guarneña, barullo al unísono, reyerta desde el morro. Y los escucho –o los recuerdo-. Ya no sé. Pero sí estoy seguro que después del triunfo o de los escasos títulos obtenidos la celebración se abrió campo en el parque. Y allá, borrachos, niños, jugadores e hinchas –todos- éramos uno.
*Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.