Siendo un niño, qué se yo, en los tres primeros años de escuela, creí la historia que un compañerito me contó. Él tenía un cofre de madera en el que guardaba el corazón de su abuelo fallecido. Lo cuidaba, lo contemplaba. Miraba inquieto sobre su mesita de noche.
Un día le ganó la curiosidad y decidió comprobar si en el cofre aguardaba lo que le había dicho su mamá. Desaseguró el candado y se halló ante el corazón que nunca había visto. No sé si latía, pero apenas lo miró éste salió volando hacia el cielo, alto, cada vez más alto. Se perdió de su vista y nunca más volvió a saber de él, ni yo de esta historia hasta que la recuerdo casi veinte años después.
De algo vale recordar una historia en la que creí por mucho tiempo. Ahora sé que el relato era una ficción, una muy buena ficción contada por un gran narrador y escuchada por un fantasioso. Increíble era todo aquello, cuando escuchábamos historias que nos atravesaban los sentidos y que se burlaban de la razón.
No sé ahora si lamentarme del engaño o alegrarme por el regreso de un recuerdo rescatado. Miro con asombro aquellos años, como si nunca los hubiera vivido. Nostálgico como Mario Escobar Velásquez en Música de aguas: “Soy en este presente de años acumulados una sola cosa: un viejo que añora. Antes era la variedad de los fenómenos de la naturaleza. A veces me digo que debería retroceder hasta ese niño, y volver a enriquecerme. Si tuviera tiempo, me digo. Si tuviera tranquilidad, arguyo. A esas dos cosas se las llevó la madurez.”
Somos viejos que añoran. No necesariamente por los años. No entendemos igual, no miramos igual. Somos la suma de personas distintas, con cuerpos distintos, con pensamientos distintos. Somos distintos al de ayer. Somos parecidos al de ayer.
Aún hay tiempo, aún hay manera de retomar la tranquilidad. Siendo así, puedo regresarme unos años y asombrarme con los fenómenos de la naturaleza, acumular variedad de historias, contar muchas más. Hacer que nada sea obvio y dedicarme a contar –o a actuar- como lo hacen los niños. A mirarlos, a escucharlos, a leerlos, a observarlos. Asombrarme con este niño que llega, con esta historia que me cuentan y que les narro:
El niño de tercer grado hace fila para recibir la comunión en su colegio.
Una vez llega hasta el sacerdote recibe la hostia en sus manos, se da la vuelta y la deposita en el bolsillo de la camisa.
El sacerdote lo mira de reojo y se ve obligado a seguir entregando "el cuerpo del señor".
-Niño -le dice su profesora al alcanzarlo-. ¿Por qué guardó la hostia? ¡Cómasela!
-Yo no tengo hambre todavía, yo me la como en el descanso.
* Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.