Gilberto Echeverri Mejía, un rionegrero que encarnó la decisión del pueblo

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No soy el poder detrás del trono. No me siento el poder. Yo no tengo poder ni para nombrar un barrendero, si el poder es hacer cosas, que la gente tenga fe en uno, que la gente crea, entonces sí lo tengo, porque encuentro apoyo en todas partes y a donde llego me creen.”

Gilberto

Por: Carlos Andrés Zuluaga Marín Ig: @rionegro_historico

Para que viajemos al Rionegro de este ingeniero electricista que siempre soñó con ser marinero, pero que el destino lo ocupó en avatares ligados a tomar las riendas del desarrollo y el progreso de Antioquia y el país, tendríamos que remontarnos a la hermosa novela costumbrista que escribió su hermano Arturo, la cual lleva por título Belchite, en memoria a la antigua callejuela colonial donde se encontraba la casa donde se criaron bajo el amparo de José María y María, Gilberto y sus 11 hermanos. “Una espaciosa casa, con patios interiores rodeados de josefinas y rosales. Atrás un solar cercado por tapias. Más allá el prado y el río. Cuando el cielo estaba limpio de nubes y el sol calentaba, descendíamos corriendo, saltábamos el último paredón y nos arrojábamos desnudos al agua.”

Como buen rionegrerito del siglo XX, recibió su bautizo de primeras letras en la Escuela Julio Sanín. De clase saldría para la Plaza a gaminiar con sus amigos o para la tienda de abarrotes de su padre, quien siempre le enseñó antes de su trágica muerte a “no casar peleas que habría de perder” y a tener la Patria por encima de todo.

Otra educación que se recibía en la “Cuna de la Libertad” era la de ser Liberal, en alguna ocasión dijo que “mi tío Juan creía más en Alfonso López que en la Virgen del Carmen”.

Precisamente su sueño de ser marinero que lo llevó a la Academia Naval, se vio frustrado a los quince días de su llegada, al parecer le habían detectado un “soplo” en el corazón, pero la verdad fue que alguien sopló que era un liberal de Rionegro.

De allí pasó entonces al San Ignacio de Medellín con la intención de ser jesuita, pero con la ayuda de su familia pudo abortar la misión. Finalmente terminaría el bachillerato y la universidad en la UPB.

Como buen paisa todero tuvo su primer trabajo como maderero en las selvas del Nechí, allí trabajó con los turcos que enviaban la madera hasta Barranquilla. Su primer ánimo empresarial lo tuvo con su firma de ingeniería eléctrica con la firma Mejía Echeverri, fundando posteriormente a Pro Eléctrico, Andina de Transformadores, Emelec.

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El último trabajo antes de ingresar al sector público fue el de una ferretería.

De aquí en adelante tuvo el cargo de diplomático, gobernador, ministro de varias carteras, director de Proantioquia entre tantas otros. El más recordado: auténtico hombre de Paz.

Como contaba en el inicio, fue un predestinado para impulsar el progreso y desarrollo de la región. Por su mente pura del ethos paisa (concreta, emprendedora, eficaz, creativa, resolutiva, discreta y parca) estuvo la tarea de la construcción de la autopista Medellín-Bogotá, el Aeropuerto José María Córdova, Cornare, la Zona Franca, el SENA oriente, la Universidad Católica del Oriente, la Clínica Somer, la Cámara de Comercio, el Comité Empresarial, la adecuación del a Casa de la Convención, entre un sinfín de obras. Todo lo que atañe a su amada tierra.

En medio de esa vertiginosa evolución jamás renunció a su esencia pura, a ese muchacho rionegrero de características de auténtica humildad. A pesar de las ambiciones políticas y la embriaguez de poder que lo rodeaba el sector político y sus militantes.

Su camino hacia la paz lo emprendió inicialmente con un acercamiento a las guerrillas del EPL, pero donde más énfasis puso fue cuando dejó el camino que aún se encuentra abierto. El 2003 tuvo que ser uno de los años más violentos de Colombia en los últimos tiempos, la desesperanza y un miedo espantoso agobiaba a cada uno de los colombianos. Gilberto como Asesor Consejero de Paz, y de la mano del gobernador Guillermo Gaviria emprendieron el Movimiento Antioqueño conocido como Noviolencia. A él se sumaron muchos habitantes que en el camino se cruzaron desde Medellín a Caicedo.

La petición era clara, le pedían al frente 34 de las FARC que cesarán los actos de terror que tenían sumidos a los habitantes del occidente de Antioquia. Tras un desalmado secuestro fueron asesinados a sangre fría Gilberto, Guillermo y otros ocho secuestrados más.

Esa masacre apagó la vida de estos hombres de paz, pero encendió la indignación de un pueblo cansado, quienes motivaron ensalzar las banderas de la seguridad pública y democrática, al no ver ninguna otra opción más sino la de un Estado fallido.

Finalizo con esta frase de don Gilberto en su cautiverio: “Podemos equivocarnos una vez, dos veces, pero la tercera tenemos que cambiar o reaccionar, no hacerlo es fracasar.”

Habrá más espacios para escribir sobre este hombre, parte de sus fascinantes anécdotas de su infancia y su Rionegro amado. Hoy quiero dejar en homenaje a su memoria, a los 20 años de este crimen de lesa humanidad a un humanista. Por la Paz y Seguridad de Colombia.

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