La tierra tembló. Las manecillas del reloj marcaban las 6:30 de la tarde del 21 de junio del extraño 1978, y 350 cargas de dinamita se abrían paso dando abrazos demoledores a las dos torres de la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, en El Peñol, que una semana antes se habían negado a caer.
Así derribaron hace 40 años el frontis del templo que tardó 30 años en ser terminado, y con él la promesa de dejarle su desaparición a la fuerza de las aguas que llegarían con los años, promesa hecha por el entonces gerente de las Empresas Públicas de Medellín, Diego Calle Restrepo.
Con ese hecho “infame”, como lo categorizan algunos peñolenses, se estableció “El último día del viejo Peñol”, cuyas ruinas reposan bajo el agua del embalse que se extiende por 6.360 hectáreas y que inició su llenado en lo que un día fue un pueblo.
Aunque después de 12 años de negociaciones convulsionadas, y de casi un año de mudanzas hacia el sitio que hoy es la cabecera municipal de El Peñol, ese 21 de junio del 78 quedó en la historia de su gente como el último día.
Desde entonces, cada año el repicar lúgubre de las campanas de la nueva iglesia que conservó su consagración a la advocación de la Virgen de Chiquinquirá, patrona del municipio desde 1.774, se impone a las 7 de la noche sobre el cielo peñolense para recordar a quien las oye lo que un día fue.