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Aquitania es sueños de paz

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  • Llevamos nuestros ojos de ver, el alma para querer y llorar, para amar, para almar (¿almar?). Vamos entre montañas, sube y baja, adentro y más adentro.

    En Pocitos, una vereda del corregimiento Aquitania de San Francisco, ubicada en la mitad de los 33 kilómetros entre la autopista Medellín-Bogotá y la cabecera, un grupo de campesinos decidió erradicar su pasado, la coca, y sembrar sueños de paz.

    Daniel Urrea Muñoz y yo regresamos hasta Aquitania, la tierra de mis sueños, y contamos esta historia, que es una partecita, hermosa y admirable.

     

    Entre los nacientes arroyuelos y la espesura de un bosque quebrado por el sube y baja de las montañas, del que mana agua que corre hasta Rioclaro, encontramos cientos de matas de coca invadidas por la maleza o acompañadas por cultivos de cacao, plátano o tomate.

    Semanas después inició una angustia que no registraron las cámaras. Por teléfono uno de los campesinos me dijo que estaba muy preocupado, que había pensado en crear una página en internet en la que se dijera “quítele el hambre a un campesino de Aquitania”, para que un empresario, que sabía eran de corazón duro, al fin se le ablandara. Algún lado deben tener blandito, dijo, y yo no supe más que callar. Que estoy trabajando en el video que grabamos sobre la erradicación de coca, le dije, pero pronto pronto escuché su silencio y se soltó a llorar.

    Lo llamé por varios segundos y no respondía. Escuchaba el llanto, su llanto. No imaginaba al hombre fuerte, no menos sensible, doblado sobre el dolor por el hambre de los suyos, de su vereda.

    -¡Aló, aló!

    Un minuto después volvió a hablar, que en las noches no duerme pensando en cómo ayudar a su gente. Me contó que cuando fue expulsado por la guerrilla en un municipio del nordeste de Antioquia salió con la ropa, tres hijos y una esposa, nada más. Al regresar a Pocitos tuvo que empezar de nuevo. Que aún es pobre pero tiene para alimentar a su familia, pero muchas en la vereda no tienen sino para dos comidas cada día.

    Escribí consternado en mi diario, impactado, conmovido desde mi cuarto, mi sitio de comodidad, describiendo algo que es –no quisiera- inútil. Ahora, meses después, y gracias al gesto de erradicar su pasado, estos campesinos son beneficiarios de un proyecto de Consolidación Nacional con el que se dedican a su tierra, su cultura, su territorio.

    De toda esta historia nos quedan las emociones que ningún dinero puede cubrir. Daniel y yo acompañamos a estos campesinos a erradicar su pasado, el alimento de la guerra y de la incertidumbre de estas familias que ahora sueñan con el fin del conflicto armado, como nosotros, y siembran sueños de paz. Como dice Darío Cárdenas, cantante aquitaneño, anhelamos un país “donde las balas se cambien por besos y abrazos que no se puedan borrar”.

    A nosotros nos emociona, nos llena de orgullo esta historia que nos demuestra que podemos crear un nuevo relato de país, de reconciliación, de paz. A Pocitos hemos llevado nuestros ojos de ver y dejado nuestra alma de almar.

    Almar.

     

    * Juan Camilo Gallego Castro (Guarne, Colombia, 1987) es periodista de la Universidad de Antioquia. Autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta (2013), es especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de una maestría en Ciencia Política.

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