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Amor a los setenta

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    abejorral_parque


  • Sus cabellos castaños no han perdido la batalla con los canos; su piel permanece inmaculada como reina que nunca se expuso al sol. Los años transformaron el llano de su rostro en agrestes montañas llenas de surcos, de accidentes y valles pronunciados.

    Él, por su parte, no se había acercado al altar vestido de negro, con el pecho agitado y sus manos sudorosas agarrando una reina que en poco fuera la madre de sus hijos y la dueña de sus días.

    Ellos, tan disímiles, tan desconocidos, tan alejados el uno del otro en un pueblo campesino, de casas viejas y restos de una colonización que inició por aquí, se conocieron hace cinco años. Ella, resignada a vivir sin compañía; él, con el desánimo de comprender que nunca se casaría y que el amor, el verdadero, el duradero, era una negación en su horizonte.

    Sentados sobre el estuche de una guitarra, macerado, lastimado, él tañe la guitarra y ella agita las maracas. Frente al parque de Abejorral, justo en las escaleras de acceso a un minimercado, Juan Gonzalo Ramírez, de 75 años, canta y estira su boca, y María Ernestina Gallego, de 79, tararea las letras.

    Los creí unidos por décadas, con una descendencia prominente, con el gusto de cantar en las calles tan solo por el placer de llenar de música este viento fresco que sopla desde lo lejos del páramo. Pero no, no. Hace cuatro años se casaron y fueron la sensación en Abejorral. Un sacerdote quiso impedirlo y no lo logró.

    -Un padre no nos quería casar- dice él.

    -No nos querían casar, como si fuéramos un par de culicagados- agrega ella, con el ceño fruncido, y no sé si es enojo o es el fastidio de la luz que el sol refleja en los adoquines y lanza como liebre sobre sus ojos.

    Caminan entre las calles faldudas, bien cerquita, cantando y sonriendo, recibiendo monedas y así, poco a poco, alcanza para comprar de comer, para seguir viviendo interpretando guascas, caminando hasta el parque y aguardando allí sin afanes, sin apariencias, disfrutando de la atención que reciben, de las monedas que les regalan, de lo felices que se muestran.

    Hace un par de meses cumplieron cinco años de casados. Ella se volvió a enamorar; él cumplió el sueño de ser esposo, de entrar por la puerta grande de la iglesia, de agarrar de la mano a su esposa, de besarla en la calle sin importar que les digan viejos. Al fin, lo importante, es que les llegó el amor a los setenta.

    Justo cuando la llama expira, en ellos nace.

     

     

    *Juan Camilo Gallego Castro (Guarne, Colombia, 1987) es periodista de la Universidad de Antioquia. Autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta (2013), es especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de una maestría en Ciencia Política.

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