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Una llamada de Luis Javier

  • Un hombre maduro, el rostro firme, cubierto con un tapabocas, grita en la piedra con burilazos que le dan forma. Tin, tin, tin, tin. Despacito. Unos minutos después enciende una pulidora que levanta una nube blanca y espesa bajo la choza de paja y guadua. Luis Javier, el artesano, le da forma a la roca blanca y negra como una cebra y de ella extrae una danta.

    Esto es un recuerdo.

  • Una dantica, pequeñita y rechoncha, con un hocico primitivo que apenas recuerda la trompa de un elefante. Una dantica parecida a la gran danta del parque principal esculpida en roca blanca, con dos de sus patas al aire trazando el camino en los bosques que antes, inmarcesibles, circundaban el río Magdalena.

    En cualquier momento interrumpirá su labor y contra el techo lanzará una piedrita para detener el tucu tucu que amenaza con destruir la madera. Es un rugir que estremece la labor de Luis Javier. No le molesta. El pájaro carpintero también es un artesano como él, pero su labor capotea con el desastre en donde el hombre maduro, de rostro firme y cubierto por un tapabocas grita tin tin tin tin en la piedra, para darle paso a su imaginación.

    Esto es un recuerdo.

    Es un fumador empedernido que dibuja figuritas blancas mezcladas con palabras. Chupa del cigarro y narra historias ilustradas con el humo de su adicción.

    Con su voz afloran las imágenes de la choza y los animales esculpidos entre la paciencia de sus manos; también los paisajes de La Danta, en Sonsón, en donde las garzas y loros cruzan a cielo abierto entonando cumbias de alegría. En esta tierra hay gente maravillosa, como él, que antes empuñó las armas y ahora desafía la tormenta de épocas difíciles obstinado en hacer de su oficio el orgullo de un corregimiento.

    -Oiga Camilo –me dice por teléfono e interrumpe las imágenes que su voz genera- hace unos días alguien vino a la choza. El hombre estaba como serio. Preguntó por unas figuras que había hecho. Dijo que sabía de armas, entonces le pregunté si había estado en el Ejército. Me dijo que no. Le pregunté si estuvo con los paramilitares, y tampoco. Y, ¿entonces? Le pregunté. ‘Hombre, yo fui guerrillero del ELN’.

    De inmediato los recuerdos se desvanecen con la curiosidad.

    -¿Qué pasó, entonces?

    -No, pues me puse a hablar con el hombre. Me contó que estuvo en la guerrilla y yo le dije que era de los paramilitares. Hicimos una buena amistad.

    -¡Cómo es la vida! Antes peleaban como si el otro fuera un monstruo, sin tener en cuenta que de cada lado eran campesinos, humildes, con familia y sueños. Seres humanos…

    -Sí, el hombre me compró algunas cosas. Ahora estamos alejados de la guerra y uno hace estas amistades.

    El recuerdo del hombre maduro, de rostro firme y cubierto por un tapabocas, que grita tin tin tin tin en la piedra para dar paso a su imaginación, continúa con su labor de artesano en la tierra de las dantas. Las armas quedaron atrás. Aguarda esperanzado la época en que La Danta sea un sitio turístico, para dejar en cada visitante el recuerdo en mármol de un pueblito que se aleja del estigma de la guerra.

    * Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.

    Foto: Diego González.

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