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Opinión: Reminiscencias de un atraco

  • La billetera quedó vacía y aún faltaban 20 minutos de camino. Sin dinero, estupefacto. Las tres personas que me acompañaban no perdieron sus celulares...

    La brisa de la muerte sopló suavecito. Ni furiosa. Tampoco esquiva. Me dijo shhhhhh. Me ordenó, me calló. No quería que apuntara hacia mi cara. No. Guardé silencio y se llevó computador, celular, cámara, grabadora, dinero. Quedé al lado del camino, con mis armas –libros, libreta y lapicero- regadas sobre el tapiz polvoriento del vehículo. Los recogí, desechados como papel higiénico.

  • Sucedió en noviembre. Regresaba de Angelópolis –en el Suroeste, a una hora de Caldas- de dar un taller y en el camino aparecieron. Eran cinco. Reconocí una mujer, la que me susurró la muerte, shhhhhh. Armados. Encapuchados.

    La billetera quedó vacía y aún faltaban 20 minutos de camino. Sin dinero, estupefacto. Las tres personas que me acompañaban no perdieron sus celulares. El de malas de esta historia fui yo. O el de buenas. Escribo estas líneas recordando, ileso, aquella noche zafia en medio de una reserva forestal que arropaba la carretera.

    En Caldas llevé la mano a los bolsillos y arrugado hallé un billete de cinco mil pesos. Bingo. La tarjeta cívica para cruzar la ciudad en Metro tenía lo suficiente para llegar hasta la terminal y de allí a Guarne. Regresé a casa vacío –sin mis equipos de trabajo-. Vivo. Al fin seguro.

    Desde aquella época siento temor en los buses. Miro cada uno de sus ocupantes cuando subo y me inquieto cuando se detienen en el camino. En algunos de ellos observo el fantasma de la muerte, ese shhhhh que aún aguarda como un recuerdo ladino.

    Aquello fácilmente pudo suceder en el Oriente. En Guarne ya roban celulares en sus calles –me enorgullecía de habitar un pueblo tranquilo-, roban entidades bancarias en el parque principal y extorsionan sus comerciantes. Dirán que sucede desde hace mucho tiempo. También. Sin embargo la sensación de inseguridad está latente, más grande.

    Si observamos los medios de comunicación, el seguimiento a los atracos es reiterativo. A veces moda. Eso vende, como el sexo y las series de mafiosos. No por ello deja de ser una preocupación. En Medellín algunos de estos delincuentes han sido ajusticiadas en las calles, salvados por la Policía -¡vaya paradoja!- de que sufran daños tan graves como los que ocasionan. Estamos cansados de tanto robo, de esa delincuencia galopante que nos espera cuando saltamos a las calles.

    En 2013 un microbús de El Santuario fue abordado por un grupo de delincuentes armados, con tan mala suerte que la Policía los detuvo (Ver nota). En la vía entre Sonsón y Argelia robaron un estadero y sus ocupantes (Leer nota). En Rionegro menores de edad hurtaron en diez minutos tres establecimientos (Leer noticia). Si continúo no quedará espacio para terminar. ¿Y la solución? No creo que sea la medida cortoplacista de endurecer las penas.

    Me abruma que la población civil tome la justicia por sus manos (ver noticia cortesía Minuto30) No quiero imaginar que esta manera de resolver los conflictos repita la larga historia de conflicto armado en Colombia. Pienso en aquellos que se dedican a robar, extorsionar, asesinar. No hablaré como un todo, pero sí estoy seguro que muchos lo hacen por sus réditos, por obtener mucho en poco tiempo. Son una empresa, una cadena. Muchos hablarán de falta de oportunidades. Así es. Esto que ahora vivimos también es el resultado de la cultura mafiosa que unos desagradables personajes cultivaron en nuestro territorio desde hace cuatro décadas.

    Regreso a la noche de noviembre. Del bolso hurtaron mis equipos y no mis libros. Se llevaron la pobreza y dejaron la riqueza. Hace falta leer, hace falta educar.

    *Juan Camilo Gallego Castro es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.

     

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