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No tiene pies, tiene cascos

  • Es un viejo parecido a las mulas. Conoce los caminos, avanza con paciencia y sin cambiar de ritmo, evita los pantanos, resbala entre las piedras. Alfonso Toro no tiene pies sino cascos, como las mulas. Es viejo, pero no tanto como el camino de Mulatos, una antigua ruta caminera que conectaba a Medellín con el río Magdalena en el siglo XIX y parte del XX.  Vive en la vereda Venado Chumurro de Aquitania, en San Francisco, y recorre el camino real cada semana. El sábado sale de su casa, en donde vive solo desde hace ocho años cuando murió su esposa, carga un costal en su espalda, un poncho sobre el cuello y se agarra de una vara para apoyar sus pies gruesos, duros, firmes.

    El domingo va a misa y luego se regresa con el mercado para la semana. Cinco horas yendo, cinco horas viniendo. Cuando lo encuentro en el camino, que es una epidemia de piedras sobre la tierra naranja, miro sus pies, sus dedos y le pregunto si alguna vez en su vida ha utilizado zapatos. -Sí- responde -¡cuando me casé!- Ahora el pantano está seco en sus pies callosos. Explica que le duele una rodilla y por eso agarra una rama que convirtió en bastón. -¿Cuántos años tiene?- le pregunto casi gritando porque Alfonso es cada vez más sordo. -Póngame- responde satisfecho. Especulo con otros caminantes: que sesenta, que setenta, que cincuenta y algo. Él sonríe. -El 31 de diciembre cumplo 86 años- Luego se aleja, como las mulas, con un ritmo constante, midiendo sus pasos, resbalando entre las piedras, hundiéndose en el pantano con sus pies que no son pies, que son cascos, como los de las mulas, que no sienten dolor, que conocen de memoria este camino, más viejo que él, más viejo que su familia.

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