-¿Por qué escribe de nosotros?- me preguntó ella.
Le expliqué que dos recuerdos me invadían. Un diciembre, siendo niño, jugaba fútbol en la finca de mi abuela en una vereda de Guarne. Quiénes estábamos no importa, lo que no deja de sobrecogerme ahora que lo entiendo es la imagen de varios helicópteros que sacudían el viento. Bajo ellos unas bolsas negras. Son guerrilleros nos decíamos, sin importarnos, porque la muerte no era nuestro tema de discusión, porque las balas solo rugían en el televisor cuando papá veía a Rambo.
La segunda imagen que me llegó es la de siempre: mi abuela. Unos años después el Bloque Metro estuvo a punto de matarla. Sobrevivió. Se desplazó. Aún era muy joven para comprenderlo, pero la guerra al fin me había tocado.
Respondiéndole pensé a cada momento en la imagen de los helicópteros y ahora lo hago mientras escribo. Svetlana Alexievich, la última nobel de literatura, dice que la guerra siempre estuvo presente en su vida, tal vez por eso se convirtió en el principal misterio de su existencia y le ha dedicado gran parte de su obra a escribir sobre ella.
Svetlana dice en La guerra no tiene rostro de mujer que recordar es un acto creativo, es el renacimiento del pasado, cuando el tiempo vuelve a suceder. Dice sentirse como una gran oreja que escucha a miles de personas, que escribe sobre la vida y la muerte. No le interesan las armas, los comandantes, las estrategias. Importa el alma de los sucesos.
Han transcurrido tres semanas desde que ella me preguntó por qué escribía de ellos. Han transcurrido tres semanas desde que comprendí que era momento de empezar a escribir la historia que he recorrido en los últimos dos años. Las hojas de mis cuadernos están amarillas, tiesas por el sudor que el sol secó. La suelas de mis tenis están tan desgastadas que ahora solo me sirven para caminar torcido.
En la mañana corro la cortina y miro por la ventana. El aguacate que aún da sombra, mis perros que esperan mi invitación para ir a la calle, el chocolate que sorbo de a poquitos. Voy pensando en los niños que celebraron cuando sus papás les dijeron que se iban a ir de la vereda. Para los adultos era un desplazamiento y para ellos un paseo. ¡Al fin conocerían el mundo!; en el carnicero que dijo no a desplazarse, pero que bajo las cobijas comprendió que si todos se iban no tendría a quien venderle la carne; en la mujer que no se desplazó y que tardó más de una semana antes de abrir la puerta de la calle; en el primer hombre que retornó y que años después fue despedazado por una mina; en los perros que quedaron sin dueño y que en las noches reemplazaron con sus aullidos los cantos de los gallos.
Vuelvo con las historias del pasado al presente. Las cifras y los datos no podrán explicarnos qué sucedió. La dimensión humana, el alma de los sucesos, nos hacen comprender lo que hemos vivido. Recogemos lágrimas de nuevo, renovamos pesares para que al fin pisoteemos la ignominia.
Vale la pena, me digo, lejos de ella y su pregunta. Esta es mi deuda. Mientras jugaba fútbol y miraba al cielo en aquel diciembre varios helicópteros iban en dirección hacia la región sobre la que intento escribir. Yo reía y abrazaba mi abuela; en otro lugar había una mina, una orden irrenunciable, un cruce de tiros.
Hoy persigo las bolsas negras y el alma de quienes iban allí colgados. Voy escribiendo de esas regiones, de sus ríos verdes, azules y cafés; de sus bosques y sus lágrimas; voy recorriendo los caminos que transitaron cuando se fueron. En cada puerta, como escribió Alfonso Armada en su libro Sarajevo, hay un puñado de amargura. En cada puerta, me digo, también hay un puñado de esperanza.
Escribo contra el olvido, porque por muchos años no supe darme cuenta que los míos estaban muriendo. Algunos de ellos iban en bolsas negras colgando de los helicópteros.
*Juan Camilo Gallego Castro (Guarne, Colombia, 1987) es periodista de la Universidad de Antioquia. Autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta (2013), es especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de una maestría en Ciencia Política.