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Entender: evitar, aprender

  • De la guerra siempre nos quedan las ausencias: sus muertos y sus cementerios; las mangas vacías en el viento.

     ¿Qué hacemos, entonces, con el pasado que nunca nos abandona, que siempre vuelve, no precisamente para salvarnos?

  • Tenemos que entender, dice Javier Cercas en El Impostor (un gran relato de no ficción sobre Enric Marco, un español que construyó su reputación a base de mentiras: hacer creer que estuvo en un campo de concentración nazi y luego liderar la causa de sus víctimas en España). Entender es la primera obligación del artista, y ello no significa disculpar. “El deber del arte (o del pensamiento) consiste en mostrarnos la complejidad de la existencia, a fin de volvernos complejos, en analizar cómo funciona el mal, para poder evitarlo, e incluso el bien, quizá para poder aprenderlo.”

    Entender para evitar y aprender.

    Ryszard Kapuscinski escribió en su primer libro, La jungla polaca, que la guerra nos persigue como un tumor, como un recuerdo que nos encadena al pasado. Fue la guerra el estado natural de su infancia. ¿Habría algo distinto a vivir en ella? Svetlana Alexiévich, la nobel bielorrusa, también lo expuso en La guerra no tiene rostro de mujer: “No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?”

    Al final de una guerra entre dos enemigos eternos, que no quiere decir paz, que no quiere decir posconflicto porque aún se agita como un mal presentimiento las armas de la guerrilla que sigue armada y de las que llaman bandas criminales, que no son tales, sino organizaciones con el poder suficiente para paralizar el país, al final de todo esto, digo, ¿podemos imaginarnos sin la guerra, el estado natural de nuestros recuerdos?

    Nos queda el pasado. Los artistas nos preguntamos a cada instante sobre cómo sortear la dificultad de narrar el pasado, de comprenderlo, de transmitirlo: las emociones, los sentimientos.

    Entender la guerra –las motivaciones, las aberraciones, el amor, el adiós- nos lleva a pensar en cómo pasar por encima de los puñados de tristeza sin aumentarlos, sin quitarles su dimensión. Para librarnos del estado natural de la guerra, como si enderezáramos la espalda y dejáramos atrás la joroba, estamos obligados a transitar de nuevo en el pasado para entenderlo.

    No solo es la labor del artista que escribe sobre los sentimientos, que siempre encuentra cementerios en sus historias, que también halla un jardín en un campo desolado, también es el deber de los demás –de todos- de revisar nuestros recuerdos. Sabemos que no inicia propiamente con fusiles y cohetes, “sabemos que también –escribe Kapuscinski-, y quizá incluso en primer lugar, surge del fanatismo y la soberbia, de la estupidez y el desdén, de la ignorancia y el odio. Que se alimenta de todas estas cosas, que germina y engorda por y para ellas”.

    ¿Podemos imaginarnos sin guerra? No se transita, de pronto, entre un encendido y un apagado. Debemos caminar de nuevo el pasado para entenderlo, para evitar, para aprender.

    * Juan Camilo Gallego Castro (Guarne, Colombia, 1987) es periodista de la Universidad de Antioquia. Autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta (2013), es especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de una maestría en Ciencia Política.

     

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