La muerte del periodista Luis Carlos Cervantes nos enluta. Las balas enmudecieron el alma de muchos de los que amamos este oficio.
Ni en un momento tan doloroso para el periodismo –y más para quien escucha el llanto de su esposa-, los medios de comunicación dejan el morbo característico del día a día: se refieren a Cervantes como un sitio común, a la libertad de prensa como un paisaje. El periodista más amenazado del país, y bla bla bla, como cualquier noticia. (Escuchar: Ruth Dely Escobar)
Y todo esto me deja pensando en la censura. Las amenazas son una forma de coerción, un manto negro que imponen sobre el ambiente turbio que envuelve el ejercicio periodístico. Ahora creo que es peor la autocensura, no la que toman quienes ven en riesgo su vida, sino quienes usufructúan el oficio, a costas de la verdad.
A menudo los periodistas olvidan que nuestra labor se debe a la gente, que entre sus roles está la defensa de los débiles, el compromiso con la verdad, la vigilancia del poder.
No serán necesarios nombres propios. Digo. En nuestro entorno parte de los medios de comunicación y periodistas se mueven como veletas ante el mejor postor. Hay canales comunitarios que no dependen de la pauta publicitaria y aun así comprometen su línea editorial –si es que la tienen- con la administración municipal de turno. Oportunistas en potencia.
Es evidente, en algunos casos, que quienes están al frente parecen conocer poco de los compromisos que tiene el periodismo con la gente y con el Oriente como región. Entonces recuerdo algunas de las palabras de Ryszard Kapucinski: “La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, lo que los otros nos permiten”.
La gente, me digo, la gente.
En otras condiciones los gerentes de los canales son cualquier cosa menos periodistas o comunicadores. ¿Se entiende? En la frente está el signo pesos. ¿Periodismo? Responda usted.
Es cierto que los medios viven de la publicidad, dirán quienes leen esta columna. Claro. Sin embargo, ante todo, nuestra profesión es un ejercicio de dignidad y respeto. De manera que la dignidad está relacionada con el ejercicio libre y responsable del periodismo, en el que no se compromete la verdad por el dinero de las organizaciones, administraciones y políticos profesionales que saben muy bien cómo se callan las críticas: pagando.
Y aquellos a quienes les pagan bien saben qué hacer: se quedan calladitos, destiemplan la mano, descargan el garrote y viven felices mientras el contrato permanece. Así es.
El respeto con la gente se pierde en el camino. “Ser reportero significa antes que nada respetar a otro ser humano con su propia privacidad, personalidad y escala de valores”, agrega Kapuscinski.
Dignidad y respeto valdrían ser rescatados, a quince años del asesinato de Jaime Garzón y a pocos días del adiós impuesto a Luis Carlos Cervantes. El periodismo en el Oriente requiere de compromiso. Estos dos periodistas, guardando las proporciones, pagaron con sus vidas la práctica responsable del periodismo. En otros casos –en el Oriente, por ejemplo-, algunos medios y periodistas se privan de criticar y denunciar. ¡Ojo! Allá vienen a pagar la pautica.
SHHHHHH. Silencio. Si-len-cio.
* Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.