Desde que se vertió el agua del embalse en Guatapé, a finales de los años 70, el municipio se vio obligado a cambiar su actividad comercial. En otras palabras, Guatapé pasó de actividades del campo, como muchos otros municipios del Oriente y el departamento, al navío y actividades en torno a la nueva represa que en ese entonces pasaba a ser parte de su territorio.
Barcos, lanchas, deportes acuáticos y un sinnúmero de actividades y ventas ingeniosas fueron surgiendo alrededor del espejo de agua. Es tan importante el embalse, que se considera el renglón de la economía más importante de los guatapenses, junto a los demás atractivos que tiene el municipio para ofrecer a quien los visita. El 80 % de la economía del Guatapé gira en torno al turismo.
El 25 de junio, a las 2:30 de la tarde, en medio de la diversión de quienes navegaban en la embarcación “El Almirante”, -una de las estructuras que prestaba el servicio de recorrido por el embalse a propios y turistas, como lo han hecho muchas otras desde hace aproximadamente 30 años-, los gritos y la desesperación se confundieron con la música y a las 167 personas que iban allí solo les quedaba una opción: tratar de salir de él. Cinco minutos después de zarpar del muelle, “El Almirante” empezó a hundirse. Tres días después, el saldo fatal es de siete personas fallecidas y dos desaparecidas.
En medio de la dolorosa página que se escribió el pasado 25 de junio en Guatapé, y frente a la cual los guatapenses no han escatimado esfuerzos en generosidad y en apoyo, a quienes viven del turismo los bordea una preocupación: ¿qué va a pasar?
“Hay que estar preparados”
Esmeda López tiene un puesto de sombreros, pavas y ponchos en el Malecón. En diez años de presencia en el lugar “nunca había visto algo como lo que pasó el domingo”, y luego de “sentir tanta impotencia y preocupación por las familias”, piensa que “esto (naufragio de “El Almirante”) nos va a afectar mucho, de pronto no toda la vida, pero sí unos meses. De pronto a los turistas les va a dar miedo y hay que estar preparados”.
Por su parte, y de manera esperanzada, un lanchero de la zona cree que todo puede volver a la normalidad, “porque accidentes suceden en toda parte”. Mientras aprovecha los medios, les dice a los turistas “que vuelvan, que las embarcaciones son seguras y que siempre contarán con un chaleco”.
De igual manera Édison, vendedor de productos y artesanías de café en el Malecón, espera “que no nos afecte tanto. Queremos que la gente no tenga miedo, que no dejen de montar en los barcos, pues fue un lamentable accidente como puede pasar en todas partes”. Édison está seguro de que “las medidas de seguridad van a incrementar a raíz de esto, por eso el turista en vez de asustarse debe tener más seguridad de hacerlo”.
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“El Señor de Guatapé era un joven muy apuesto, fuerte, y era quien protegía, defendía y organizaba ese territorio de poca población”, así describe Álvaro Idárraga, historiador del municipio, al aborigen en cuyo honor se nombró al municipio de Guatapé a partir de 1811.
Hoy, los habitantes del municipio se enfrentan a la heroica labor de seguir a “El Señor de Guatapé”, pues innegablemente, el único pueblo del mundo en el que se puede ver una explosión de color en sus zócalos, enfrenta el reto de navegar sobre las picadas aguas que lo sacuden y resurgir entre ellas para ratificarse como uno de los principales destinos turísticos nacionales.
Zócalos, gente amable, color, diversión y descanso son atributos que, acompañados de la inigualable acogida de los guatapenses, hacen de su territorio un lugar para conocer, visitar y luego regresar. Después del luto regresará el color, los rayos del sol tibiarán nuevamente las aguas y el abrazo generoso de su gente harán de Guatapé un lugar para volver.
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