Es domingo en la evocadora Galicia. Vamos llegando a Sarria, una mancha blanca que emerge de un mar de tonos verdes.
Hoy se celebra algún tipo de fiesta católica, no sé. Hay fuegos pirotécnicos a pesar de la garúa.
Lo que llama la atención es el febril movimiento de los campesinos: las vacas van y vienen –Galicia huele a corral-, los tractores avanzan de un lado al otro de los sembrados y los bares no paran de atender viajeros.
Los gallegos son un pueblo que no se detiene.