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Los vendedores de jugos con pinta de oficinistas

  • Por Daniel Santa I.

    • ¿Quién atiende acá?
    • Yo lo atiendo con mucho gusto.
    • ¿Usted? ¿Usted con esa pinta de oficina?
    • ¿Y quién dice que por vender jugos y fruta picada tengo que estar mal vestida?
    • (Silencio).

    Tinto. ¿Con azúcar o no? Sí, un poquito. ¿Poquito?, listo. ¿Tabaquito también? No. Mango. ¿Limoncito mi reina? Hágale. ¿Pimientica también? Sí, sí. Dicen que la sal es muy mala pero échele que eso sabe muy bueno. ¿A cómo son los cardos? A quince mil. Esta suculenta vale diez y esta monedita veinte. Vea que bromelia tan linda. Hola Iván, ¿cómo te va? Yo misma las cultivo. ¿Maracuyá sin colar? Listo.

  • Calor. Y sobre los adoquines calientes de las once de la mañana duerme un perro bajo el vaivén de piernas. Nadie sabe si Rionegro es pueblo todavía. En la caseta de al lado suena muy bien la Primavera de Vivaldi. Aquí, mientras tanto, una licuadora haciendo lo suyo. Borojó de cinco mil con hielo, ginsen, milo, cola granulada y miel de abeja. Más allacito el librero de las joyas literarias ignoradas recostado sobre un ejemplar de Dickens. Y ese estallido de metales en la reparación del frente. Obreros en la altura, sombrillas de colores y sed. Sopor y sed como para un juguito de mora.

    • (Un extraño). Amiguita, ¿usted es la que vende chimichurri, cierto?
    • Sí señor.
    • A ver yo lo pruebo. Tengo un cliente que me está pidiendo chimichurri. Vende chorizos por montón.
    • Este lo preparo con mi esposo y lo vendemos. Es bueno pa los asados, pa las carnes…
    • ¿Cómo?
    • No que el chimichurri es bueno pa la carne. Le estaba comentando a él.
    • Ah no, pa lo que sea. Una arepa tostadita con chimichurri…
    • ¡Ah!
    • … y le echa queso mozarela encima. ¡Hablamos! (Y el extraño choca sus palmas). Revuélvalo. Perejil… ¿qué más le echa usted?
    • (Ella). Eso lleva perejil, ajo, cebolla de huevo pero tiene que ser de la morada…
    • Ojalá fuera cañera que no se consigue ya.
    • … el ajo no es en polvo sino que nosotros lo pelamos uno por uno. Nos gastamos medio día picando este chimichurri.
    • (El extraño saborea) Delicioso. A esto le falta picante.
    • No, a eso no se le echa picante.
    • No, yo sé. Nadie le echa pero yo sí. Esto con unas papas rellenas. Jueputa. O unos huevos rancheros… lo que tú quieras…

    Es lunes 28 de agosto. Doña Lili cumplió años ayer. Lleva treinta y dos aquí, en la calle peatonal de La Convención, vendiendo jugos, fruta picada, matas, mecato, chimichurri, etc. Se llama Martha Lilian García. Su primer esposo comenzó vendiendo aguacates en este mismo lugar. “Por recomendación de la gente comenzamos vender fruticas, juguitos, y así hasta hoy”. Se divorció y desde hace doce años convive con Orlando Álvarez. El impecable Orlando de la peatonal. Él abre a las seis y media de la mañana y doña Lili llega a las ocho. Y así se van, todos los días, hasta las nueve de la noche.

    • Tiene jugo de borojó, de guanábana… ¿de qué más?, -pregunto-.
    • Mango, mora, fresa, maracuyá, tomate de árbol, guayaba, piña, papaya, zanahoria, naranja, remolacha.
    • ¿Buena relación con los vecinos?
    • Muy buena relación. Tengo treinta y dos años aquí y nunca en mi vida nadie ha podido decir que me han visto en una contienda con un vecino. A mí no me gustan los problemas. Yo digo que la gente me quiere. Pero que no lo diga yo. Pregúntele a los vecinos.
    • Toda una vida. ¿Cómo era esto por aquí?, -vuelvo a preguntar-.
    • Todo esto eran casas viejas y un camino de tierra prácticamente. A mí me tocó ver hacer La Convención, me tocó ver hacer Camino Verde. También cuando primero estaba Comfama. Por aquí pasaba una quebrada.

    Que no se piense que es ilegal. “Pagamos espacio Público e Industria y Comercio”. Lili y Orlando son de Rionegro, y siguen allí, pagando arriendo en algún lugar del Alto del Medio. Aquí abajo, en el centro, tienen clientes fijos, itinerantes, puntuales como un reloj suizo. Lo que más venden son jugos de guanábana, borojó y mora. El especial es a cinco mil. Los normales a dos. Desde hace cuarenta y cinco años Orlando trabaja también como director de bandas musicomarciales. Hoy tiene más de ochenta alumnos entre los seis y doce años. Cuando no está en el puesto se va para el estadio, donde ensaya y hace mantenimiento a los instrumentos.

    • Yo empecé aquí sola y ahora somos quince. Cuando cerraron SurtiMax fue muy difícil porque el supermercado atraía mucha gente. Nos tocó pasar momentos muy difíciles pero aquí estamos. Fueron cinco años muy duros de trabajar casi que para conseguir la comidita y el arriendo. La mejor época fue cuando empezamos a abrir. Cuando eso no había tanta competencia. Entonces nosotros vendíamos por cantidades. En esta vitrina no cabía un alfiler. Vendíamos por cajonados de fruta y ahora compra uno es kilitos.

    Sueñan, como casi todo mortal, con asirse de un terreno, aunque sea pequeño, para construir su casa. El mejor de los días venden cien mil. Los peores treinta o cuarenta. Por cuestión de ganancias prefieren dos épocas del año: septiembre y diciembre; hecho casi lógico. No crea, lee. Lee a Gabo, poemas, libros de la India y de “espiritualidad”. Citó, mientras charlábamos, a Cien Años de Soledad, y Cuentos de la Mamá Grande. Hay quienes llegan a la misma hora, siempre, cada día, y doña Lili ya sabe qué prepararles. Ve un rostro, una figura girando en la esquina, y ya sabe por lo que vienen. Se anticipa: mango especito –piensa-. O, borojó especial con hielo. A todas estas ha terminado sirviendo incluso de consejera, confidente.

    • A mí lo que me gusta es el contacto con la gente y aprender cada día más. Hay un dicho que dice que si no aprendemos diario algo nuevo no vale la pena vivir. Entonces a mí me gusta aprender, así sea una palabra nueva. Yo no me imagino viviendo de otra forma.
    • (Desde afuera llaman) Doña Lili.
    • Espéreme… Hágale mami. ¿Le echo sal y limón? Estrellita ahí están los palillitos. ¿Ya los cogió?.. Espere le hago el borojó a este chico. Si ves. Ya los clientes saben.

    Y de nuevo el zumbido de metales de los obreros del frente bajo el sol de las once y treinta. Y la misma calle de adoquines sin perros ahora. Pasa una larga fila de desprevenidos. Una danza de bolsos y sombreros. Las canastas de mangos, las pulpas, la piña oro miel y las zapatillas y los problemas de las gentes y la radio encendida. Suena una salsa: “Ahora entrégate. Si lloro o tiemblo es por ti, amor”.

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