Por Mons. Iván Cadavid O. - Tomado de www.diosonrio.org.co
Ya muy cerca de culminar el proceso electoral en Colombia, asistimos a una terrible descomposición social que reclama urgentemente una restauración moral. La forma como se ha adelantado la campaña para la presidencia ha desnudado una situación moral lamentable que requiere del compromiso de todos para enderezar el sendero. Varias cosas nos están indicando que la tarea es urgente y que los cristianos debemos actuar con celeridad.
Impera la ley del más "vivo". Tanto la clase política como los sectores económicos, productivos, de servicios, se han involucrado en una lucha por el poder, por alcanzar las mayores prebendas posibles; aunque para lograrlo, tengan que desconocer o pisotear los derechos de los demás. Se trata de buscar los fines sin que para ello importen los medios que se utilicen, en un maquiavelismo que nos hace cada día más insensibles a los valores éticos.
Arrecian los ataques personales. Nuestros líderes se han enfrascado en una pelea que los lleva a atacarse permanentemente, las denuncias sin pruebas, los escándalos por interceptaciones o "chuzadas" entre las campañas políticas, la polarización ante el proceso de paz y las sospechas mutuas; todo esto nos está indicando que hemos perdido el rumbo, el respeto por el otro, la búsqueda honesta de la verdad, el buen juicio en nuestras relaciones interpersonales.
La corrupción no se detiene. Aquí y allá aparecen denuncias de corrupción en el ejercicio del poder, de aprovechamiento de la posición privilegiada para obtener ventajas personales, desinterés casi total por el bien común. La Procuraduría no da abasto en el señalamiento de funcionarios involucrados en carruseles de contratación, en prevaricato, en enriquecimiento ilícito mediante el abusivo ejercicio del poder. No han valido las leyes anticorrupción para detener el accionar de funcionarios sin ética.
Estos y otros muchos factores, nos invitan a los cristianos a tomar en serio el deber de anunciar el Evangelio, un llamado a la fraternidad, a la limpieza de corazón, al respeto por el otro, a la búsqueda del bien común por encima de ventajas individuales, a instaurar el Reinado de Dios mediante una profunda conversión del corazón, condición ineludible para la restauración moral de una sociedad enferma y urgentemente necesitada de una radical transformación. Sigue siendo válido que no habrá una patria nueva sin hombres nuevos.