Un tipo de 31 años maneja a 90 kilómetros por hora por un bulevar lleno de gente, mata a 84 personas y deja otras tantas heridas en Francia. Un joven -no mayor de 30 años- anuncia su venganza contra los países infieles y ataca personas en Alemania. En Europa un montón de jóvenes se enlistan en el proyecto del Estado Islámico y anuncian sacrificios en videos de corte cinematográfico en youtube. En Dallas, Estados Unidos, el francotirador de 25 años Micah Xavier Johnson, sobreviviente de la guerra de Afganistan y afroamericano, disparó con un rifle de asalto 5 policías en medio de una protesta contra la violencia policial. En el Medio Oriente la carne de cañón de los bombardeos en Siria son jóvenes no mayores de 30 años. En Colombia los muchachos que empuñan los fusiles de asalto del hoy llamado Clan del Golfo son jóvenes, igual pasa en las bandas delincuenciales que pululan en las calles de Medellín, Cartagena y Cali.
Hay un común denominador en todas estas tragedias; son un montón de jovencitos encarnando guerras religiosas, económicas y políticas, traspolando ideales heroicos a causas que van en contra de cualquier principio de humanidad. Las instituciones tradicionales que deben encarnar los valores épicos para las utopías humanas, están en franca decadencia. De una parte el estado en todas sus manifestaciones se ha convertido en un lugar en donde se anida la corrupción. La iglesia, a pesar de su poder y legitimidad en Colombia, ya no puede tapar el sol enorme que significa el apetito sexual, humano al fin y al cabo, de sus clérigos sobre hombres, mujeres y en el peor de los casos niños, sin contar su evidente connivencia con los poderes de este mundo. Y en el deporte, depositario de heroísmos, ni hablar. Ya nos dimos cuenta que a la FIFA, el órgano máximo del futbol mundial, se lo robaron los viejos de siempre en las narices de todos y hasta ahora nos damos cuenta.
Vivimos en un mundo que para sus clases medias y altas alcanzó unos niveles de comodidad material insospechados para cualquiera futurólogo de hace dos siglos, y a pesar de todo, nos hemos dado cuenta que la sed de inmensidad, la sed de utopía, el heroísmo anhelado, no se calma con un carro último modelo, ni con el anhelo de tenerlo -vaya descubrimiento-. Los jóvenes lo saben. Aunque a veces cuesta aceptarlo, el mundo necesita significado, sentido, razón; el rol para orientar dicha búsqueda lo cumplía la familia, el estado, la religión y ya no les alcanza. Por eso no es gratuito que un montón de jóvenes diseminados en el mundo estén detrás de ideologías ultraconservadoras, grupos religiosos que defienden la virginidad y están en contra del aborto, extremistas religiosos que decapitan gente en videos HD, muchachos dispuestos a dar la vida por causas políticas y guerras ajenas. Es posible que todos ellos busquen lugares seguros en un mundo lleno de incertidumbre, acciones épicas dignas de recordar en un mundo sin memoria, gestas heroicas sin importar si son incluso inhumanas.
La técnica contemporánea aplastó el discurso del mito, los jóvenes no quieren ser mercancías, necesitan y quieren ser héroes y gestores de las guerras, simbólicas y reales, de ayer y de hoy. Por eso no es de extrañar que cada bala, cada bomba, cada ataque del llamado terrorismo es accionado por algún joven, que aunque extranjero, ha nacido en las entrañas del pensamiento occidental.