Demasiado humano

Johan Sebastián Ochoa Alzate, columna La sed

“Aunque el ser humano trata de resguardarse, recae, le es imposible prescindir de su naturaleza”.

Por Johan Sebastián Ochoa Alzate.

Para lidiar con la intemperie propia de lo humano hemos incurrido en el engaño; hemos intentado escindir una parte de nuestra naturaleza, y erigimos esa malograda separación al amparo del lenguaje como sol, como faro. La espiritualidad, el arte, la filosofía, no pueden comprenderse fuera de los saberes, las técnicas y las tecnologías humanas, ni fuera de nuestra incertidumbre y nuestras pasiones abismales. Tampoco las instituciones, llámense sociedad, Estado, Iglesia, familia, matrimonio, celibato, etc., que buscan normalizar, dominar lo animal con esquemas morales y de conducta. Intentan, como el rey Minos, encerrar al minotauro en el laberinto.

Como escribí en mi columna anterior, la intemperie es inherente a la naturaleza del ser humano, que ha intentado resguardarse de ella tanto física como simbólicamente. Para lo primero se valió del dominio del fuego, la elaboración de viviendas y el cultivo de una vida sedentaria. Para lo segundo quiso valerse, como consecuencia de lo anterior, de una separación frente a lo animal, cultivando la palabra, los saberes y su espíritu.

Así como encendió hogueras en claros y cuevas para calentarse y protegerse, también edificó instituciones para protegerse en el plano social, pues para la mayoría de los seres humanos, dueños del entendimiento, sería insoportable el peso de la conciencia si obrasen solo por los arrebatos de sus impulsos irracionales. Dice Nietzsche en Así habló Zaratustra que “En verdad los hombres se dieron a sí mismos su bien y su mal. En verdad no los tomaron ni los encontraron ni los escucharon como una voz caída del cielo. El hombre fue quien puso los valores sobre las cosas a fin de sobrevivir. ¡Fue él quien creó el sentido de las cosas, un sentido humano!

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Pero ni siquiera allí, en los cálidos hogares primitivos o actuales, o al amparo de la razón, podemos salvarnos de la intemperie; esa es, sin embargo, una puerta vedada al ser humano. En realidad, lo único que es radicalmente opuesto a la intemperie es la gestación en el vientre materno (un microcosmos bañado por un sigiloso fuego, con una poderosa hidráulica sanguínea y el delicado estruendo de un organismo vivo donde se permanece impermeable a casi todas las formas del lenguaje). Lo demás en lo que queremos refugiarnos es un artificio; lo son el lenguaje y la cultura.

Porque las manifestaciones del lenguaje rehúsan la transparencia. Ya en la antigüedad, en Grecia, se consultaban los oráculos, en especial el de Delfos, dedicado a Apolo, para conocer las minucias del porvenir, pero la respuesta estaba cifrada a modo de enigma: una respuesta expresada desde la oscuridad del lenguaje mismo. Usualmente se malinterpretaban los designios y el porvenir no podía ser cambiado. Se seguía, entonces, a la intemperie, expuestos a fuerzas capaces de deslumbrar la racionalidad, que cuestionaban, incluso, el libre albedrío.

Erasmo de Rotterdam decía, en el siglo XVI, que son numerosas las calamidades que afligen la existencia humana a causa del “demoniaco” invento de la razón y de la ciencia, como “los daños que el hombre sufre a causa del hombre, (…) la cárcel, la deshonra, la vergüenza, la tortura, las asechanzas, la traición, las injurias”.

Aunque el ser humano trata de resguardarse, recae, le es imposible prescindir de su naturaleza. En consecuencia, cada institución tiene sus grietas: Caín mata a su hermano, Edipo a su padre, Medea a sus hijos, incurriendo en crímenes de lazos de sangre que perduran hasta nuestros días; Judas, arquetipo del traidor, vende a Jesucristo; el rey David, Emma Bovary, Anna Karénina —pero ¿cuántos más?— practican el adulterio. Estas grietas evidencian lo paradojal y trágicamente humano, las embestidas del minotauro, de nuestro animal interior, que se rebela a los muros de nuestra racionalidad.

El problema moral, sobre los sentimientos morales, ya lo abordó también Nietzsche al decir que la vida no es un invento de la moral, y que el bien y el mal son determinados de manera distinta en distintas sociedades. “Basta decir que vivo y que la vida no es, en última instancia, un invento de la moral, sino que busca el engaño y vive de él...”, escribió en Humano, demasiado humano.

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El lenguaje propende a construir ideales, pero el ser humano, aunque creó las herramientas y los sistemas para nombrar y valorar el mundo, no es la medida de todas las cosas, no puede determinarlas ni logra determinarse del todo a sí mismo.

Hay que recordar ese bello poema de Alejandra Pizarnik (En esta noche, en este mundo) en el que dice: “no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/ si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?¿Cómo, pues, podría el ser humano confiar en ese artificio tan ciegamente?

Referencias bibliográficas

Nietzsche, F. (2019). Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Editorial Edaf.

Nietzsche, F. (2005). Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es. Alianza Editorial.

Nietzche, F. (1986). Humano, demasiado humano. Editores Mexicanos Unidos.

Rotterdam, E. (2016). Elogio de la locura. Océano.

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