“Esclavos de la autorrealización, ansiamos vivir en una realidad alterna, simulada, sacrificando cada vez más la potencia y el aura de la experiencia vital, real”.
Por Simón Vargas.
Habitamos pasivamente una época en la que la cultura de la imagen ha desplazado el significado de la experiencia auténtica. La autoafirmación permanente de nuestra identidad a través de un post en las redes sociales se volvió un imperativo social y categórico. Mostrar obsesivamente que vivimos mejor que los demás y que nuestras rutinas cotidianas son en apariencia moral y estéticamente superiores, es la falsa ilusión a la que acuden todos aquellos que subrepticiamente anhelan validación y estatus a través de la social media.
En este sentido, los esnobismos se han diversificado y orientan la conducta de millones de personas que buscan a toda costa ser “cool”, o para ser más precisos, pretenden imitar las conductas de aquellos a quienes consideran distinguidos y aparentar pertenecer a una clase social superior: el running, las dietas limpias, la cultura fitness, los emprendimientos paisas con música reguetón de fondo, son algunos ejemplos de las múltiples modas y tendencias que configuran la “cultura snob”. Ya no basta con hacer ejercicio; hay que suplementarse con la última proteína del mercado, correr maratones y llevar ropa de marca. Ya no basta con comer para alimentarse y sobrevivir; hay que desayunar açaí bowls con colágeno y capturar la instantánea para subir en el acto a las redes sociales en espera de likes. Los gimnasios, por ejemplo, se convirtieron en templos de consumo y fantasmagorías, existe un culto enfermizo al cuerpo y el espejo dentro del lugar se convirtió en un juez implacable, que deforma la subjetividad y afirma la insatisfacción permanente de los individuos.
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Lo problemático de estas narrativas comienza cuando se vuelven hegemónicas y cooptan todas las esferas de la vida en sociedad, restringiendo otras formas de “ser” y otros espacios de socialización y “aparición pública”. Esclavos de la autorrealización, ansiamos vivir en una realidad alterna, simulada, sacrificando cada vez más la potencia y el aura de la experiencia vital, real. Bajo esta lógica y desprovistos de sentido, no captamos que “la vida es lo que pasa al frente”.
Son todos los anteriores esnobismos, en el fondo, formas sutiles de opresión, que limitan la libertad y atrofian la capacidad de pensamiento autónomo y crítico de los individuos. Como dijera alguna vez el filósofo alemán Walter Benjamin: “La humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado tal que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”.
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