Era una niña muy dulce. Eso es todo lo que recuerdo de ella. Bueno eso y que la valoré como se valora a cada estudiante cuando uno ama verdaderamente la docencia. Sin embargo, no recuerdo haberme sentado nunca a conversar con ella. Era mi estudiante y punto. Claro, hablamos varias veces de sus inquietudes de clase, de notas y de trabajos académicos, pero nunca de situaciones de vida o de sus preocupaciones... lástima.
Ayer me enteré por la radio de que había muerto. También supe que la habían violado y que una posible causa para que hubiera sido atacada era su orientación sexual. Era lesbiana y por eso la mataron; eso fue, poco más o menos, lo que mencionaron en las noticias. Rabia y tristeza fue lo que sentí cuando escuché el reporte. Rabia porque la intolerancia cobra otra nueva víctima, y tristeza porque uno jamás se acostumbra a saber muertos a sus estudiantes. Serán ya ocho o diez estudiantes los que se han ido por muertes violentas durante estos casi 20 años de servicio docente.
No voy a explayarme en las desafortunadas circunstancias de su muerte, ni tampoco en detalles de su vida y ni siquiera voy a mencionar su nombre por respeto a su familia y a su memoria. Sin embargo, de verificarse que esto fue un asesinato selectivo por intolerancia hacia las preferencias sexuales, estamos ante una gran atrocidad que se viene cometiendo en el Oriente antioqueño: los crímenes de odio. El crimen de odio es un delito cuya motivación es el prejuicio contra la víctima.
La orientación sexual de una persona me da lo mismo. No lo digo con desprecio, sino con la misma tranquilidad con la que le tomo del pelo a un gran amigo (flaco como un espartillo), a quien le encantan las mujeres de más de 90 kilogramos. Eso es un asunto personal. Desde luego, tampoco creo que una persona lesbiana, gay, bisexual, transexual o intersexual haya recibido un don mágico o que sea mejor que cualquier otro ser humano por esta causa. Cada persona es como es y punto. No juzgo ni hago apología a ninguna preferencia sexual, siempre y cuando su práctica sea consensuada y no haga daño a otros.
Lo que sí es inconcebible es que de cuenta de la orientación sexual de un grupo, se desate una paranoia sexual que desencadene una serie de asesinatos y agresiones hacia los habitantes del Oriente antioqueño o de cualquier lugar del mundo. La intolerancia por motivos de género, condición física, afiliación política, creencias religiosas o preferencias sexuales nos regresa a un oscurantismo que se manifiesta en el incremento de los crímenes de odio.
El Oriente antioqueño en particular ha sufrido históricamente las consecuencias de la violencia partidista; el accionar de los grupos armados de uno y otro bando que han dejado tras de sí asesinatos, desapariciones y desplazamientos forzados; ha pasado por las guerras del narcotráfico, los falsos positivos, los secuestros, el accionar de las bandas criminales, la extorsión, la desidia del Estado y la corrupción política. Esto por no hablar de la expropiación velada de nuestros campesinos por parte de familias acaudaladas, entre otros problemas. En consecuencia, me pregunto: ¿acaso necesitaremos agregar también los crímenes de odio por homofobia a esta lista de tristezas?
Reafirmo lo dicho: de mi estudiante recuerdo que era una mujer muy dulce. Con seguridad hubiera sido una profesional excelente y estoy seguro de que le hubiera hecho grandes aportes a nuestra región. Lo demás… está de más.
Por: Carlos Eduardo Vásquez Cardona
Coordinador programa de Comunicación Social U.C.O