La historia de un cirujano de la Clínica Somer.
En septiembre de 2015 llega a la clínica Somer en horas de la noche un joven de no más de 21 años, flaco, moreno, con un diagnóstico de fractura abierta de tobillo izquierdo. El motivo fue la caída de un mueble sobre su pie, o por lo menos así quedó registrado en la anamnesis. El suceso se dio cuando el paciente organizaba su nuevo apartamento, donde pagaría una detención domiciliaria por los próximos 4 años. Justo en el momento en que se estaba llevando a cabo el registro, un médico caminaba por los pasillos del departamento de cirugía, de repente se detuvo, perplejo. Sin duda alguna había reconocido la voz de aquel hombre.
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Jairo Florez, de ojos pequeños, contextura acuerpada y piel trigueña. Su estatura no sobrepasa los 1, 64 centímetros. En su mirada se refleja un hombre valiente, que no le teme a la vida y en la marcada expresión de su rostro se podría descubrir la satisfacción que siente de lo que ha logrado hasta el día hoy. Viste de forma sencilla. Se pone unos jeanes, sin determinación escoge cualquier camisa e indiscriminadamente se pone el par de zapatos que primero encuentra, claro está, cuando su esposa no le saca la ropa, porque de no ser así saldría a la calle como un loco, dice ella. En su vestimenta nunca ha de faltar el escapulario que cae sobre su pecho y una tula de hilo, para cargar sus pertenencias, dice con un tono un tanto gracioso que así maneja el bajo perfil. Jairo se desempeña desde hace 40 años como médico, 30 de ellos en la en la clínica Somer como médico anestesiólogo. Se refiere a su carrera como el mayor logro que tuvo en la vida. Se le endulzan los ojos cuando habla de la medicina y del amor que siente por ella.
En agosto de 2014 salió de misa de 6:00 pm de la capilla de balcones, en Rionegro. Cogió la ruta 01 que lo llevaba directo hasta la clínica para recibir turno a las 7.00 p.m.
-Cuando íbamos por Altos de la Pereira se bajó una señora. Yo me bajé también, animado para caminar hasta la clínica y así hacía tiempo para llegar al turno. Empecé a caminar, eran las 6:40 p.m., ya estaba un poco oscuro. Yo iba por la acera alta, la que es un sendero, que queda como a dos metros de altura de la carretera. Yo iba solo, no se veía venir nadie.
“Al poco tiempo pasó un muchacho, venia en dirección opuesta a la mía, él me miraba mucho y fijamente, pero yo ni me fijé en él, después se siguió. A los cuatro minutos, si no fue más, pasaba otro joven, moreno y muy alto, caminaba muy rápido, atento esperó el momento preciso y no antes de tenerme lo suficientemente cerca me dijo, con una voz ronca y afanada, “me entregás todo, y no vas a hacer bulla porque te chuzo”.
“Miré hacia atrás, para ver si me podía escapar corriendo, pero el primer hombre que paso se había devuelto, ¡me tenían acorralado! Mi tranquilidad se encontraba bloqueada por dos hombres que tampoco les daba miedo enfrentarse a la vida, pero a muchos sí les daba miedo la forma como ellos la vivían.
“Apoderado ya por la resignación, intenté alzar la tula, para mostrar que solo tenía un libro, no tenía nada más. Uno de ellos se asustó tanto cuando metí la mano al bolso, porque pensó que iba sacar algún arma o algo así para defenderme, que me atacó, emprendió marcha con su navaja rumbo a mi estómago, yo no supe cómo hice, pero me empecé a defender con el bolso. ¡De la que me salvé!, porque no fue una, ni tres, fueron 10 puñaladas las que intentaron pegarme, pero todas fueron a dar con el libro, tanto así que la tula terminó rota, deshilachada.
“Por lo visto ellos no pretendían parar, yo estaba muy asustado, pero lo que pasó después me dejó sin palabras.
“Estuve sosteniendo ese libro como se sostiene un escudo en la guerra. No supe si del asombro o del agotamiento las manos ya me estaban temblando, pero yo seguía ahí, aunque no sabía por cuanto más. Sin darme cuenta en qué momento pasó, tres motos se acercaron, los hombres que iban en ellas empezaron a gritar “dejá quieto al doctor”. Los dos ladrones salieron corriendo, rápidamente se metieron por la quebrada y los movimientos de sus sombras se empezaron a perder.”
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-Esta no es la primera vez que Jairo se salva de un atraco.
El 15 de diciembre 1981, en horas de la mañana, acababa de salir del trabajo en el Hospital general de Medellín. Ese día les habían pagado la prima, el mes de diciembre y adelantado el de enero. Andaba con todo ese dinero en el bolsillo. Salió del hospital con una enfermera, “no recuerdo ya ni cómo se llamaba”, dice. Se quedaron en un paradero de carros para esperar la ruta, en San Juan con Bolívar, por el bar El atlántico. Jairo esperaba el bus que lo llevaría hasta terminal del norte, al respecto ella le dijo “¿a vos no te da miedo andar en bus con toda esa plata? Vámonos mejor en taxi”. Se iba a ir en bus, pero su afabilidad no le permitió dejarla sola y se quedó con ella. De un momento a otro y sin verlo venir, Jairo se encontraba sujeto por dos hombres, uno lo retenía y el otro le esculcaba los bolsillos. El que lo sostenía lo tenía amenazado para no moverse con una navaja que le estaba empezando a hacer daño, Jairo le dijo que se llevara todo lo que tuviera pero que no lo lastimaran. El sujeto, que en ese momento le esculcaba los pantalones, se paró y le preguntó, “¿vos sos médico, cierto?” Jairo movió la cabeza dando una señal afirmativa, los dos hombres se miraron y todo terminó en un “dejemos a esta pinta quieta, yo la conozco”. “No me robaron ni un solo peso y se fueron, todo porque me reconocieron la voz”, cuenta el médico.
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Cuando los hombres de la moto se fueron Jairo quedó solo, no supo quiénes fueron los personajes que tanto le habían ayudado. Siguió caminando su trayecto hacia la clínica, ¿qué más hacia?, le tocaba trabajar.
Una vez en el cafetín de los médicos, sentía que tenía adentro una bomba que si no se sacaba iba a estallar, y así fue como comenzó a contar la historia de lo que había ocurrido apenas hacía unos minutos. Un instrumentador, Octavio Díaz, contó que hacía una semana lo habían atracado en ese mismo punto y que aunque le robaron se sentía tranquilo porque no le habían hecho daño.
Jairo se retira del cafetín y llama a su esposa Marta. “Él me llamó y me dijo ‘Mija menos mal me traje un libro en la tula, imagináte que me iban a atracar y les esquive las puñaladas con él’. No lo podía creer, y claro que me asusté, pero ya estaba tranquila, agradecida con la vida porque él estaba bien y se encontraba seguro, o dentro de las posibilidades del término en nuestro contexto.”
Jairo se puso su pijama de cirugía y se dispuso a trabajar, aunque en su cabeza retumbaba la voz de aquel hombre, la misma voz que escucharía un año después.
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Aquel hombre con fractura de tobillo que estaba esperando su entrada al quirófano estaba solo, no había nadie con él. Jairo se le acercó, no se aguantó, sabía que conocía esa voz y quería confirmar sus sospechas.
-Hermano, ¿cómo va?- preguntó Jairo.
-Pues doctor, con mucho dolor.
-Tranquilo que ya lo vamos a operar. ¿Cierto que usted está pagando casa por cárcel?
-Sí, doctor
-¿Te acordás que hace como un año me atracaste en ese senderito, junto al puente?
-Ay doctorcito, uno ni se fija bien a quien es que va atracar, ¡qué pena con usted!
-Y contame, ¿qué fue de tu amigo? El alto, moreno, pelilargo.
-A él ya lo mataron en La Picota, en Bogotá.
-Oiga hermano póngase a reflexionar, aproveche que usted está vivo. Esta es una oportunidad que la vida le da, haga un alto en el camino, y prepárese porque ya vamos a entrar al quirófano.
-Listo doctor, gracias.
La cirugía salió bien, se demoró aproximadamente dos horas. Del quirófano se lo llevaron para recuperación y después lo trasladaron a hospitalización. Al finalizar el turno Jairo se fue para la casa a descansar, tenía dos días libres.
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Cuando Jairo regresó a recibir nuevamente turno, el ortopedista Miguel Toro, que estaba en al cafetín de los médicos, le contó que el día anterior había venido la Sijin por Esteban, o por lo menos así dijo que se llamaba ese paciente.
-Resulta que no se quebró el pie organizando ningún apartamento. El día que llegó con la fractura para operarlo se había metido a la casa de dos viejitos, en un tercer piso a atracarlos. Pero es tan de malas él, que llegó el nieto con los compañeros que entrenaba futbol, y al ver tanta gente el ladrón se asustó y le tocó tirarse por la ventana.
Esteban llegó a la clínica Somer, y para que lo atendieran utilizó el carné del hermano mayor que trabajaba en EPM, y ese fue el momento en el que Jairo se lo encontró por segunda vez en la vida, lo supo cuando lo escuchó hablar.
Cuando el ortopedista terminó de hablar, un joven que había entrado a descargar un pedido de almuerzos, pero que escuchó toda la historia se tomó la palabra
-Doctor, usted nunca se dio cuenta, pero yo fui el que lo salvé, yo era el de la moto.
“Y así resultó ser como a un estudiante de derecho que reparte almuerzos a los doctores le debo el estar hoy aquí, salvando vidas al igual que él.”
Por: Carolina Flórez, estudiante de comunicación social de la UCO
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