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Contra la corriente, sigue nadando el pez de Rock al Río – Día uno

  • Cuando salí de casa eran casi las cuatro de la tarde. Abordé la primera buseta que vi en el parque de San Antonio de Pereira y, acorde a mis cálculos, me bajé de ésta en el Hospital San Juan de Dios, para caminar frente a la Fiscalía, al lado del Arco del Sol –con el sol de vidrio quebrado desde hace un tiempo-, pasar el puente que lleva hacia el Matadero y, de ahí, seguir directo hacia la estridencia de la música que percibía como un olor que cuando es más cercano, más llama y atrae.

    Eran las 4:32 p.m. cuando, luego de saludar, dije a uno de los encargados de la entrada: “Yo soy de prensa, ¿qué debo hacer?”. Con afanes, para no demorar la fila, sacó de su bolsillo la hoja con la lista de acreditados, y preguntó mi nombre y el medio que iba a representar. Cuando confirmó mi identidad, me dijo: “Andá para la tarima por el lado izquierdo, les decís que sos de prensa, y allá te dejan pasar para que te den la escarapela”.

  • Al cruzar, noté que estaban anunciando al grupo que iba a subirse a la plataforma. Sutra, banda de Medellín de metal alternativo, que ya también se presentó en Altavoz 2012. Jamás los había escuchado, pero hoy era un día para gente nueva, música nueva. Entré a la zona de camerinos, donde estaban entregando las tarjetas de prensa, la cual llenaron rápidamente con mis datos.

    Al salir, di unos pasos para observar todo y en el camino me encontré a un amigo. Cuando estábamos relativamente cerca del escenario, como por instinto, tuvimos qué parar de caminar para escuchar y observar a Sutra. “Suenan brutales”, me dijo. Ambos, absortos, no pudimos evitar mover las cabezas siguiendo los compases. “Tengo qué averiguar dónde conseguir música de esta gente”, dije yo. Me dirigí a las escalas del entablado cuando terminaron su presentación, y al que más fácil le pude hablar fue al bajista, Alex Sierra. Intenté hacerle preguntas en el menor tiempo posible, puesto que se veía como si hubiera trotado varios kilómetros: con la respiración un tanto forzada, y sudando a cántaros:

    -Viejo, tremendo toque –le comenté, y chocamos manos.
    -¿En serio? Genial que a uno le digan eso después de tocar.
    -¿Cómo viste a la gente? ¿Qué tal la escena, el público?
    -¡Muy bien! Mucha buena energía y todo bien organizado.
    -Yo, personalmente, no los conocía. ¿Cómo puedo escuchar más de ustedes?
    -Metete a la página de la banda: sutrabanda.com; ahí podés descargar el Live Session de nosotros… En estos días hablamos para pasarte el “brochure” –folleto con información- de la banda.

    Chocamos manos de nuevo, ya para despedirnos, y con la bacanería que se espera de espacios como este, vino un abrazo como de amigos: porque si hay algo que se fomenta en estos eventos, es la conexión con personas que no se conocen, por un fin común; una hermandad que se enmarca en la música. Sutra era la tercera banda que se presentaba, y estaba programada para las 2.30 p.m. –según el volante y lo que se publicó del evento en Facebook-. Iban unas dos horas de retraso, pero eso no evitó que los que asistimos lo disfrutáramos. La infortunada medida que se tomó, también un tanto comprensible, fue recortar el repertorio de las agrupaciones para encajar todo, con mayor precisión, al tiempo estipulado.

    Al volver hacia la zona donde estaba el público, y recorriéndolo un poco más, me encontré con más personas. Saludos iban y venían, mientras observaba la distribución del lugar: en el separador de las vías, se dispusieron tres carpas: una a unos veinte metros del escenario, para manejar el sonido; la segunda a unos 200 metros del escenario, donde estaban reproduciendo música electrónica, para cambiar un poco los ambientes, donde al lado estaban los skaters y rollers haciendo piruetas y figuras; y la tercera, a pocos centímetros de la entrada/salida donde se estaban recogiendo las pilas y pilas de material reciclable, que era el valor de la entrada: un kilo por persona.

    Pasaron más bandas al frente: The Other Planet, con una propuesta de rock alternativo, se tomaron la escena y para promocionar su disco hicieron subir a un astronauta –que hacía recordar un poco a Moby en el video  de su canción “We are all made of stars”-. Para bailar y tomar conciencia, siguió Mawaré, con su ya pegajoso y reconocido sello reggae, quienes provocaron sonoras ovaciones tanto en su llegada como en su partida. Continuaron Civil Criminal, Vía Cerrada, Eskizofrenia y Frankie Ha Muerto. A medida que me iba topando con más gente, y viendo que llegaban más asistentes, quise ver cómo estaban las cosas por la vía habilitada como pista de patinaje: una amplia y larga hilera de cemento decorada con pasamanos y rampas para que los participantes hicieran sus maromas; y un penetrante olor a mierda que era de esperarse, puesto que las plantas de tratamiento de RíoAseo estaban de ese mismo lado; el derecho, en dirección al escenario, para ser más exactos.

    Al conversar con algunas personas que deambulaban, decían que la organización estaba bien, que las bandas eran prometedoras y el “parche” estaba “soyado”, pero que tenía unas grandes falencias: Rock al Rio, en su séptima versión, del 2012, contó con La Mojiganga, Koyi K Utho y La Derecha como actos principales; grupos que, como era de esperarse, convocaron una enorme asistencia. El festival, en ese entonces, fue ubicado a pocos metros de Terpel, cerca de la Avenida de los estudiantes, en lo que hoy se conoce como “El Cruce de la Muerte” –puesto que la semaforización es pésima, y aumenta los riesgos de accidentalidad-. La gran ventaja de esta ubicación era la cercanía que tenía con el casco urbano, mayormente para cuestiones de transporte, pues en Rock al Río se han implementado demás comodidades básicas como zona de comidas y bebidas, y baños; además, detrás del escenario la vía seguía funcionando y el flujo vehicular no presentaba problemas para el acceso al municipio. En la octava versión, 2013, los conciertos fueron dispuestos en un área conocida también a causa de su peligrosidad, ya por riesgos de atracos y violaciones –y tal vez peor-: en la zona se encuentran la Cárcel del municipio, el Matadero, y la ya mencionada planta de tratamiento de basuras de RíoAseo. Más alejado de la zona urbana no se puede pedir –además de oscuro y solitario-. Entre las personas que hablaban, conectando cabos, se discutía la idea de que el representante de Terpel en el municipio y el Alcalde de Rionegro hubiesen tenido una charla muy seria sobre no volver a instalar un evento de esta magnitud al frente de la gasolinera, de la que incluso se llegó a comentar que, en los dos días de concierto del 2012, se vio una notable disminución de la clientela, pues “greñudos” iban a fumar marihuana, o a tomar licor –algo un tanto incongruente, puesto que siempre hay policía dispuesta para actos masivos, que en dicho caso pudieron tomar acciones al respecto-.

    Con aquél asunto del recorte de repertorio en las bandas, el lapso de dos horas de tardanza se redujo a una, y alrededor de las 9:20 p.m. salió al escenario Unsigned Poems, banda de rock alternativo que fusionaba notas y “tempos” impredecibles con prosas narradas por su frontman. Juan Santiago Montoya, guitarrista y tecladista de la agrupación, señaló que, a pesar de haberse visto obligados a reducir el número de canciones a interpretar, el festival los dejó satisfechos. Luego de Unsigned Poems, continuó la banda central del día.

     

    Árbol de ojos, banda bogotana que sigue aumentando seguidores, fundada en el 2007 con integrantes de bandas de punk como Código Rojo y Poca Ley, comenzaron su presentación con las canciones “Tal Vez” y “En amores con el diablo” de su disco “Zorro”. Camilo Maldonado, vocalista del grupo, se despidió alegre del público que no paró de silbar y aplaudir. Según él, no interpretaron “Ahí vienen” -una de sus canciones más conocidas- pues es muy suave, y no hubiesen querido desentonar con el rock más movido o pesado de las demás agrupaciones programadas.
    Comentó, con una gran sonrisa, que Rionegro lo había dejado con ganas de volver y que Rock al Río era un éxito que esperaba siguiera creciendo.

    Cerraban la cuota del sábado Guillotina y, después, Masacre, banda de death metal de Medellín, con una trayectoria de 25 años; pero para mi primer día en Rock al Río 2013, Árbol de Ojos fue el final, puesto que terminaron su aparición a las 11 p.m., hora en la que se complica conseguir transporte, y el frío estaba haciéndose más punzante.

    Por: Santiago Sánchez Franco 

    Foto: Edwin Simanca - Marcela Sánchez Giraldo

     

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