Eran las 5:51 p.m. cuando salí de casa, después de intentar terminar de redactar las notas del día anterior. No pude finalizarlas entonces, pero tampoco podía quedarme, pues me faltaba otra jornada de música. En San Antonio de Pereira, al frente de la iglesia, se veían manifestantes en contra de la reforma a la salud y, kilómetros después, desde el Arco del Sol, se escuchaba Chokke: el eco de sus tonadas rebotaba en los muros de la Fiscalía como aludiendo a un reclamo social. Cuando entré a las instalaciones de Rock al Río, estaban siendo despedidos con sonadores aplausos. Era el turno de la banda bogotana de hardcore Ataque en Contra, que hizo saltar a los asistentes con su música que hace recordar a Ill Nino, Cypress Hill y Sepultura; continuó Eternal, grupo de metal gótico de Medellín, con más de diez años de experiencia que, con tonadas oscuras, mostró canciones de su primer álbum “Gothic Dreams” y de su más reciente trabajo “Nightfall”. Subieron, luego, los integrantes de Nuckleus, con una propuesta más psicodélica y un entablado adornado de pinturas fosforescentes.

Al hablar con los asistentes de este nuevo día, continuaban repudiando el hecho de que el evento se llevara a cabo en un lugar tan alejado, no sólo por lo peligroso, sino además porque “se siente como una indirecta del alcalde y quienes lo apoyan, alejándonos del casco urbano, de la sociedad, como si no hiciéramos parte de esta, como si nos exiliaran”, decía un joven metalero con cara de indignación y asco, mientras pasaba el amargor de sus palabras con cerveza; y su novia, a su lado, complementaba, más calmada, alegando que “estamos en un lugar donde huele a excremento, y no es loco pensar que si nos mandaron para acá, es porque así piensan de nosotros”. Luego de circular por los stands de comida, que ventilaban el olor de las carnes preparadas al carbón, y después de las crudas palabras de la pareja con la que había acabado de toparme, Nuckleus anunció su última canción, lo que sólo significaba una cosa: Pornomotora estaba preparándose y una masa de gente, que parecía un líquido derramándose, corría para situarse lo más cerca posible para verlos. Tan cerca que la tierra, que había en el separador de la vía, se derretía rápidamente y sólo quedaba un lodazal.

  • Cuando subieron a la plataforma, las aclamaciones no se hicieron esperar. Entre su repertorio, pudimos oír “Izquierdo”, “Dispárame”, “Mantra”, “Láser verde”, “Invitación”, “No más caminar” y “Prefiero”. Tan animados se les notaba, que cuando un asistente ebrio, entre improperios, lanzó una lata de cerveza al pecho de Cristian de la Espriella –vocalista y guitarrista-, éste la levantó del suelo, y con un buen sentido del humor y nulos delirios de grandeza o ego, habló en el micrófono: “ojalá quede un chorrito”, a lo que, acto seguido, bebió lo que en el envase quedaba. “Es una chimba estar parado en el escenario, y notar que el público se sabe y canta las letras que hemos escrito”, decía Cristian, mientras Edwin Reyes, antes baterista y ahora guitarrista, hacía muecas y se tomaba fotos con la fanaticada que pudo acceder a la zona de camerinos. Pasados dos minutos del cierre de Pornomotora, aún la gente gritaba “¡otra, otra!”

    Ya se estaban preparando los integrantes de Almalions, banda de reggae que con mensajes de paz ondeaba banderas de Etiopía, lo que me dio tiempo de hacer unas cuantas preguntas y rondas más. Una asistente, con cierta gracia, y rodeada de sus amigas, insistió, mientras se desternillaba de la risa, en que “es mejor que vayan pensando en un nuevo nombre para el festival, porque al Rock al Río de este año prácticamente lo mandaron a Marinilla”. Para quienes no pudieron asistir al evento, o no conocen el lugar en el que se hizo, la vía donde se situó conduce a, y está cerca de, Marinilla, por eso el chiste. Otra, del grupo de chicas, opinaba que “de cierto modo, es una hipocresía que nos manden tan lejos por la ‘bulla’, pero no les molesta tanto el ruido de las parrandas que ellos hacen –refiriéndose a los que no gustan del rock-. Sea como sea, al final están ellos tranquilos sin nosotros cerca, y nosotros bien sin tener qué aguantar que nos hagan mala cara.”

    Para dar por terminados los conciertos de este año, desde Nueva York fueron invitados los miembros de Outernational, quienes tienen un directo y fuerte mensaje social revolucionario en contra del sistema. Promocionando su trabajo “Todos somos ilegales/We are all illegals”, en el que participaron también Residente de Calle 13 y Tom Morello de Rage Against The Machine, los realmente altos integrantes de la banda no pararon de brincar y hacer saltar a quienes se quedaron hasta el final: hasta el vocalista, en un momento, pasó las bardas para cantar mezclado entre el público. “Estamos muy felices de estar aquí, es la segunda vez que estamos en Colombia, la primera vez fue en Bogotá, y ha sido magnífico”, decía Nathan, el baterista. “Incluso estuvieron en la Comuna 13 de Medellín, interactuando y tocando música con los niños”, contaba emocionado el rapero invitado a cantar las líneas compuestas por el cantante de Calle 13, en español.

    Los integrantes de Outernational, terminado el evento, se quedaron caminando por las vías del área donde se llevó a cabo todo, juntándose y hablando con la gente, tomándose fotos, abrazando a quienes desde cerca de la tarima gritaron “¡Revolución, única solución!”

    Así cerró Rock al Río 2013, en medio de mucho sudor y saliva, saltos, gritos, aplausos, charlas y risas. Un festival de fraternidad y mucho esfuerzo no sólo de los músicos invitados, sino también de sus organizadores.

    Por último, antes de conseguir un taxi que me llevara a casa para descansar, me encontré con una conocida, encargada de la logística: “Estoy cansadísima, pero feliz. No se me va la sonrisa de la cara, así ya deba desmontar todo esto, y haya qué dejar el lugar como si aquí no hubiera pasado nada”.

     

    Por: Santiago Sánchez Franco