Siendo niño, en la escuela del pueblo, reciclaba la plastilina de color amarillo; aquella mezcla uniforme aparecía pintada de rojo, verde y azul en sus manos y las de cinco niños más del salón, mientras que en las de otros treinta aparecían amarillos ‘puros’ recién comprados.
Nacido en una familia de cuatro hijos, Elkin Villada hizo parte de una generación en transición, aquella que aún con carencias logró tener una vida mucho mejor que la de sus padres, incluso cuando ellos tuvieron una mejor que la de sus abuelos.
A los once años lavaba vasos en El Raizal, lugar ideal para que los novios del pueblo pudieran tomarse una cerveza en una “heladería decente”, ubicada en pleno parque de El Retiro.
“Un tío mío me llevaba un año y cuando fue acólito en la iglesia yo ya quería ser acólito, él empezó a trabajar y yo lo veía a él con plata y yo también quería trabajar”, cuenta Elkin, quien pese a la negativa de su mamá, quiso entrar a trabajar cuando su tío fue ascendido a mesero y quedó libre su puesto de lava vasos. Muchos en el pueblo criticaron a doña Fanny Henao por ‘descarada’, por enviar a su hijo a trabajar siendo aún niño.
- Yo le estoy enseñando a ser responsable, él está trabajando y es una cosa cerquita donde yo estoy muy pendiente y la ración que me da la invierto en él, respondía su madre a las frecuentes críticas.
Esto lo sabría Elkin muchos años después, y ahora piensa “que eran otras épocas, que ahorita es distinto ver a un niño desde los once años en esas” y de inmediato viene a su mente la imagen de Sofía, su hija de siete años, sin lograr imaginar que en cuatro ella esté lavando vasos como él o siendo mesera y trabajando tan pronto.
Desde El Raizal veía “la realidad del municipio”, vivía los pequeños acontecimientos sociales, políticos, económicos y, escuchaba a viejos y jóvenes hablar de sus carencias, emociones y amores. Era una realidad distinta a la que, cuando niños, se le había presentado a sus padres de origen campesino.
A los 18 años regresaría de pie en una esquina a ser el observador constante de esa realidad. Prestó su servicio militar como policía en el pueblo y al ver a sus compañeros entrar a sus trabajos como albañiles, panaderos, meseros y ocupando otros oficios, decidió buscar opciones para estudiar en la universidad.
“Después empecé a trabajar en una fábrica de confecciones, que se llama Everfit. Yo trabajaba en el área de planchas”, relata Elkin. Fue planchador por año y medio y con este trabajo y un crédito de estudio, pudo pagar su primer semestre de Contaduría en la Universidad Católica de Oriente, en la que estudiaba de noche.
Para el segundo, fueron indispensables sus ahorros de la fábrica de confecciones y la venta de una ternera que su papá, Libardo Villada, tenía en una vereda. “Yo dije: si paso el primer semestre, paso el segundo y cuando lo pasé, dije: paso al tercero, me ‘enruté’ con esto y me gradué de contador”, explicó orgulloso el primer profesional de su familia.
Auxiliar contable, Auxiliar de Hacienda, Secretario de Gobierno, Alcalde encargado, administrador del Hospital y gerente de la empresa de servicios públicos de El Retiro; fueron algunos de los trabajos que tuvo antes de ser elegido en 2011 como el alcalde de los guarceños, a sus 39 años, ya suma más de 15 años en la administración público y esto ha contribuido a que su trabajo como alcalde no se convierta en un absorbente y pesado trabajo sino en un fructífero servicio público.
Muchos años antes, incluso cuando era Secretario de Gobierno, dedicaba su tiempo sólo al trabajo, los amigos y la rumba. Desde que llegó su hija, ésta se ha convertido en su ‘polo a tierra’ y todos los fines de semana, sin excepción, pasa a su lado un día completo en el que la contempla patinando en la calle, junto a sus pequeños amigos. Sus placeres de padre se reducen a un momento de televisión o una película en el cine o un paseo en el parque, por Sofía decidió no amanecer enguayabado y dedicar su tiempo sólo al trabajo y momentos tranquilos al lado de su familia.
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