Su carátula era morada y en la portada no recuerdo cuántos animales había. Sé, como si lo volviera a tener en mis manos, que zorros, leones y hormigas había en su interior y hablaban el mismo idioma. Era un libro de fábulas de Félix María de Samaniego y su primera historia la leí cuando llegué a casa después de unas compras que hizo papá en Rionegro, a media hora de mi pueblo, Guarne.
Tendría ocho años –o menos- y el libro lo cuidaba tanto como el uniforme verde y blanco de un equipo de fútbol. Un mal día las fábulas desaparecieron y creo, después de tantos años, que fue una de las pérdidas más grandes que he tenido. A veces soñaba con él y lo buscaba en el cuarto oscuro donde estaban los objetos inservibles o en los cajones de las camas llenos de ropa. Al despertar corría a esos lugares y comprobaba que las hojas brillantes y coloridas de mi libro habían desaparecido, pero sus historias permanecían en mis recuerdos.
Fantaseaba con la gallina de los huevos de oro e incluso creía que de los galpones de mi abuela habría alguna que nos podría hacer ricos. También leí la fábula de la hormiga y la cigarra, que recordé dos lustros después mientras la traducía en clases de inglés. El lobo, el león, el cuervo, el chacal, la oveja, el perro, todos hablaban la misma lengua.
De niño, las fábulas y cuentos fueron tan poderosos como los balones de fútbol. Mi libro favorito se perdió, aunque dejó en mis manos la obsesión de leer cuanto encontrara: periódicos, revistas, libros, el diario de una tía y la lista del mercado que preparaba mamá.
Pero una tarde, justo cuando le entregaba a un editor las crónicas del que sería mi primer libro, la protagonista de un amor frustrado me citó en un centro comercial y me entregó un regalo.
-¿Qué es?- pregunté asombrado. Nada había de original en mi comentario, eran las únicas palabras que se podían atravesar por mi cabeza.
-Ábrelo- respondió. Sonrió y me siguió con su mirada que encantaba mientras abría el paquete.
De pronto, los sueños frustrados de la niñez dejaron de ser lamento; el protagonista de mi historia regresaba a mis manos. ¡Cómo olvidar! Su carátula morada y en ella un zorro con sombrero y camisa amarilla daba la última pincelada al apellido del autor. Aquella tarde confluyó en el mismo espacio el origen de las letras y el primer paso de una aventura como cronista.
Y no dejo de pensar en aquella historia. Por estos días la Fiesta del libro de Medellín y con ella tantos recuerdos de la biblioteca de la escuela, en donde me convertí en lector asiduo y tuve mi primera etapa a favor de Germán Castro Caycedo y Alfredo Molano. Aquellos protagonistas llegaron con sus libros de carátulas coloridas e ilustradas y con sus páginas relucientes, inmaculadas, con su destello de luz. Al frente, libros viejos de hojas amarillas que nunca me provocó leer.
Borges se maravillaba ante una biblioteca inmensa como su calidad; yo sonrío cada vez que visito la biblioteca de la Universidad de Antioquia o cuando me enfrento a una fiesta del libro, en donde las armas son letras oscuras impregnadas como un perfume en papeles tan distintos como sus autores.
En Música de aguas el escritor antioqueño Mario Escobar Velásquez escribió: “yo no cuento cosas a nadie, sino que las escribo en mis cuadernotes. No confidencio con ninguno sino con mis papelotes”.
Y sí, las letras son el descanso del alma, el hombro en el que reposan las penas y los alivios. En últimas, en las letras y los libros aguarda la vida nueva, el inicio de una nueva aventura que describió muy bien el nobel Orhan Pamuk en La vida nueva: “Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado […] Era aquel un influjo tan poderoso que creí que de las páginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillantísima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hacía refulgir. Pensé que con aquella luz podría hacerme de nuevo a mí mismo, noté que con aquella luz podría salir de los caminos trillados, en aquella luz, en aquella luz sentí las sombras de una vida que conocería y con la que me identificaría más tarde.”
* Juan Camilo Gallego Castro (@jcamilogallego) es autor del libro Con el miedo esculpido en la piel. Crónicas de la violencia en el corregimiento La Danta, proyecto ganador en crónica de la Primera Convocatoria de Estímulo al Talento Creativo-Antioquia 2012. También es periodista, especialista en derechos humanos y derecho internacional humanitario de la Universidad de Antioquia y estudiante de la maestría en Ciencia Política del mismo centro universitario.