Rigoberto Urán y Nairo Quintana y Julián Arredondo, los héroes en las últimas tres semanas en el Giro de Italia.
Horacio Gil Ochoa me contó alguna vez en su casa del centro de Medellín, que en su juventud pedaleó al lado de Ramón Hoyos. “Yo era de tanque pequeño”, dijo el fotógrafo, acompañando su historia con algunos álbumes en los que evidenciaba la heroicidad de los ciclistas.
En su etapa como corredor amateur Horacio competía cada domingo en las carreras que iniciaban en el centro de Medellín y que terminaban en el alto de Boquerón. El ascenso era un periplo en bicicletas pesadas que desafiaban piedras y pantanos; una subida al olimpo en la que Hoyos siempre coronaba en el primer lugar. Él, de tanque grande.
Unos años después el brioso e irascible ciclista héroe de las primeras vueltas a Colombia era uno de los protagonistas que cruzaba por el lente del gran fotógrafo. Ha sido tal el talento de Horacio que su colección fue adquirida por la Biblioteca Pública Piloto y convertida en historia para el departamento y el deporte de los héroes.
Siempre delante de la carrera el fotógrafo se instalaba en el mejor lugar. Aguardaba paciente desde los miradores que elegía. En blanco y negro, con un aura de magia, los héroes emergían en las imágenes serpenteando carreteras destapadas que como lazos amarraban las montañas.
Héroes. No habría una palabra más ajustada para hablar de los ciclistas. Quien con ímpetu ha desafiado las montañas y soportado el frío y el calor, la lluvia y el sol socarro, bien comprenderá la capacidad de sufrimiento sobre las dos ruedas. El ciclismo es una metáfora de la vida: sólo quien aguanta y persevera probará del néctar del jardín que aguarda en la cima.
Como Rigoberto Urán y Nairo Quintana y Julián Arredondo, los héroes en las últimas tres semanas en el Giro de Italia. La capacidad de soportar las adversidades en bicicleta enorgullece a quienes los observamos a través de una pantalla. Humildes y perseverantes nos entregan las alegrías de los desafortunados últimos meses, caracterizados por líderes políticos salpicados por el pantano de sus corrales. Y entre los santos –que no lo son- y los zorros –que se las pasan de vivos, como la mafiosa cultura de algunos paisas- los ciclistas colombianos bien podrían ser presidente y vicepresidente en el orden que se prefiera.
Las más grandes alegrías del deporte en el país las ha brindado el ciclismo. En los años cincuenta cuando se vivía el periodo de La Violencia, la creación del torneo de fútbol profesional y la Vuelta a Colombia permitieron a este país peleado consigo mismo apartar la mirada del odio sectario por sus hermanos y divertirse con los obreros que en los estadios o las carreteras se hacían héroes. Todos ellos de origen humilde, y a lo largo de más de medio siglo desde aquella época, son los deportistas –ciclistas, futbolistas, boxeadores, pilotos, pesistas o luchadores- quienes se han encargado de hacernos sentir orgullosos de este país.
En este periodo álgido son ellos, los deportistas –o Nairo y Rigoberto y Julián -, quienes alientan la esperanza de una Colombia con menos niños en la guerra y más héroes debatiéndose en las carreteras de este gran pueblo en la cordillera de los Andes.