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El manifiesto desarrollista

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  • Un tipo de apellido Engels, siendo un muchacho, viajó a la ciudad inglesa de Manchester —epicentro del capitalismo mundial— con la misión de administrar un negocio familiar. En 1844 regresaba a Alemania, su país natal, pero antes realizó una parada en Francia. Específicamente en el Café de la Régence —sitio en el que expertos, aficionados, y curiosos rendían culto al ajedrez. Personajes como Napoleón, Benjamin Franklin, Diderot, Montesquieu, Robespierre, Rousseau, Voltaire, Balzac, entre otros frecuentaron el extinto lugar— allí, tras varios intentos, Engels logró reunirse con un compatriota suyo llamado Karl Marx. Este encuentro fue el germen de una máxima que se propagó por Europa y el resto del mundo como una pandemia.

    Hegel y Marx decidieron combatir el desarrollo industrial dotados únicamente de palabras, a sabiendas de que estas pueden ser tan beligerantes como los mosquetes y las bayonetas. El Manifiesto Comunista, escrito por estos dos bávaros, se convirtió en una extensión de su pensamiento y en la forma de hacer tangible su descontento. Sin importar que haya sido publicado hace 168 años, el manifiesto sigue teniendo vigencia y me sirve de asidero para decir lo siguiente:

    “Un fantasma recorre el Oriente Antioqueño: el fantasma del desarrollo. Todas las administraciones del altiplano se han unido en una Santa Alianza para amamantar a ese fantasma: Alcaldes y Concejos municipales, Luis Pérez y Juan Manuel Santos, los pequeños empresarios y las grandes corporaciones.

    Han puesto nuestro territorio a merced del cáncer naranja: el verde es borrado por una gangrena de cemento, la temperatura aumenta, el agua de ríos y quebradas escasea, ¿Pueden ser más evidentes las consecuencias? “Ese es el precio” dirán los desarrollistas”.

    La historia de las sociedades se ha caracterizado por ser una lucha entre dominados y dominantes. Pero la indiferencia convierte al sometido en cómplice de quien lo somete. Un silencio fantasmal se escucha en el oriente, sus habitantes se acostumbraron a sobrevivir en densas mini urbes dónde un abrazo es sinónimo de delincuencia”.

    Cada día estoy más convencido de que la historia es interesante no por lo que está escrito, sino por lo que falta contar de ella.  No me gusta justificar el presente en el futuro, prefiero hacerlo mirando al pasado.

    El manifiesto Comunista es un grito contra la amnesia histórica. Es una denuncia que representa la voz de la clase obrera; que invirtió su energía vital en la revolución industrial europea, aunque nunca pudo disfrutar de los beneficios anunciados por ella.

    Y como obviar a Latinoamérica, una de las mayores importadoras de soluciones; la sumisa esclava alimentada con discursos de esperanza. Zona de etapas tardías, con crisis inminentes pero maquilladas. Aquí las orillas se tocan, aquí viven juntas todas las contradicciones.

    Esa aversión nuestra de mirarnos al espejo, nos hace cree que tocamos las puertas del cielo sin darnos cuenta que ponemos los pies en el averno. ¿Quién denunciará la arbitrariedad impune de esta tormenta?

    Juan Alejandro Echeverri

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