Siempre le pedimos algo a la vida,
pero nunca nos detenemos a preguntarle a la vida
que nos pide ella a nosotros.
Viktor Frankl
Apapachar, esa hermosa palabra que proviene del náhuatl “apapachoa”. Simboliza una de las acciones más reconfortantes del ser humano: “acariciar con el alma”. Me viene retumbando en la cabeza desde que empezó todo esto del Covid-19 en Colombia, y que hoy más que nunca creo que la necesitamos.
¿Cómo acariciarnos el alma ahora que debemos restringirnos lo más básico del contacto? ¿Será acaso absurdo pensar que quienes padecen el virus se curarían más rápido si se pudieran apachachar? Es cierto eso de que el afecto sirve también como cura, que calma el espíritu y hace más livianas las cargas; ejemplos abundan para demostrarlo.
Podemos citar en primera instancia a Viktor Frankl, en su libro titulado El hombre en búsqueda de sentido. En su obra, de cierto modo testimonial, narra la terrible experiencia que tuvo que vivir en los campos de concentración, y cómo a partir de una voluntad de sentido que adoptó pudo sobrevivir; aún cuando nos encontramos en las peores circunstancias podemos escoger qué actitud tomar frente a la vida.
“A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”, dice.
Igual sucede en la filosofía. Pensar en la otredad (por nombrar solo una forma en la que esta se expresa) es hallarnos en la apertura hacia el bien común, abrirnos a un encuentro emocional que nos vincula y hace ver el mundo no solo desde el propio sentir, sino también desde el sentir del otro; acariciarnos el alma desde el apoyo, la fuerza, el ánimo y las buenas palabras, esas que nos penetran el corazón y nos sumergen en un estado de placidez que conforta en gran parte lo que somos.
Es normal que de momento el sentimiento más común sea la impotencia. Que nuestra alma y nuestro cuerpo se detengan a pensar sobre las vicisitudes en las que estamos enmarcados. Pero si entendemos que los afectos se manifiestan de infinitas formas, entonces sabremos que también podemos contribuir desde nuestra alma; eso es en parte lo que necesita este mundo que cada vez se encuadra más en lo instrumental y deja de lado el sentir.
Los tiempos que vivimos hacen un llamado urgente no solo a reinventar la economía, sino también nuestras relaciones. Apapachar, por ejemplo, abarca no solo nuestra intimidad por medio de los abrazos, sino que también acoge las miradas, gestos, palabras y todas las demás formas de manifestar nuestro afecto para acariciar el alma, ese baile químico que contribuye a vencer el miedo.
Venzámoslo juntos. Ante las cadenas de WhatsApp que pretenden infundir temor, yo propongo apapachar. Ante los noticieros que cada día infunden angustia, yo propongo apapachar. Ante el pesimismo de quienes solo ven tragedia en lo que está sucediendo, yo propongo apapachar. Tal vez sea esta la forma más cercana de contribuir a la solución de lo que está pasando y, en suma, a sobrellevar toda dificultad humana.
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