Sentí en las noches el traqueteo de las metralletas en las esquinas, oí noticias de tomas guerrilleras en pueblos vecinos. Por estos días me ilusiona la idea de la paz y la prefiero ante la idea de la guerra perpetua, entiendo y respeto a quienes por muchas razones o por rabia tal vez -condenada tan humana- prefieren la idea de alcanzar la paz por la fuerza de las armas, pero quiero creer en la ilusión de la paz.
Soy parte de una generación que en la adolescencia vio matar a sus amigos en las esquinas de los pueblos del altiplano del Oriente de Antioquia por los paramilitares o por los que llamaban del F2, que le tocó escuchar las noticias de las tomas guerrilleras, reclutamientos, abusos sexuales, secuestros y bloqueos a la autopista Medellín Bogotá por parte de los frentes 47 y 9 de las FARC y el Carlos Alirio Buitrago y el Bernardo López Arroyave del ELN, escuché las historias de cuerpos de jóvenes y campesinos inocentes abaleados, vestidos de camuflado y presentados cómo guerrilleros ante los micrófonos sedientos de un periodismo que conoce muy poco nuestro conflicto; me encontré -que digo, me encuentro - en las calles de Rionegro y Medellín con hordas de desplazados por las balas y la pobreza. El conflicto tiene hondas raíces en nuestra desigualdad crónica y nuestra torpe forma de resolver las diferencias políticas
Conocí la guerra en el rostro y en la voz de sus víctimas, he visto que los caminos, ríos y carreteras de la región y del país entero aún guardan el rumor de los guerreros, el temor de las minas antipersonal -esos guerreros invisibles que siguen al acecho- las historias del despojo siguen a flor de piel, y el temor de la guerra perpetua se respira en algunos caminos del extenso Oriente Antioqueño. La paradoja es que los relatos de la mayoría de las víctimas son de perdón y reconciliación. No pasa así en quienes han visto la guerra televisada.
He concluido que este conflicto alargado, aletargado y degradado por el narcotráfico y la avaricia, no es una novela de buenos y malos, es una puta y compleja tragedia alcahueteada por un estado incapaz, fortalecida por avivatos de ocasión y tolerada por una ciudadanía pasiva que no conoce su propia historia. Es una guerra que ha sacado lo peor de nosotros, nos polariza de manera estéril por las ideas de líderes políticos que ni siquiera conocemos.
Nos llegó la hora de no matarnos por nuestras ideas políticas, a la derecha y la izquierda les tocó renunciara a la combinación de las formas de lucha, a los movimientos sociales les tocó declarar su independencia absoluta de los que queda del obsoleto proyecto insurgente, a la derecha le tocó renunciar de manera irrevocable a formar sus propios ejércitos para defender sus intereses. Nos toca aceptar que los guerrilleros también son personas, son colombianos; tal vez los de la Colombia que no moja prensa y los veremos en las calles de nuestros pueblos y ciudades vestidos de civil - admito que no será fácil – A ellos les toca aceptar las reglas de juego de la legalidad.
Soy consciente de que con la inevitable firma del acuerdo entre el gobierno y las FARC no cambiaran muchas cosas de facto - mi nevera seguirá vacía cada mes, la crisis de la salud se agravará y la violencia urbana no dará tregua – Pero estoy seguro de que la firma de un acuerdo con la guerrilla más vieja del continente es una posibilidad política única e irrepetible, es una ventana de oportunidad política histórica, es un síntoma de que los tiempos están cambiando.
La paz me ilusiona. Quiero tomar el riesgo de la reconciliación y no caer de nuevo frente al absurdo monstruo de la guerra, quiero creer que en las esquinas de los pueblos del Oriente de Antioquia los jóvenes disfrutan la vida y construyen el futuro. Las noticias que deseo escuchar de los pueblos la región son las del buen vivir, no exento de los conflictos cotidianos. Hoy tenemos una oportunidad, tal vez para equivocarnos de nuevo, en la cotidiana tarea de seguir construyendo la paz.
Luis Fernando Calle Viana - Sociólogo