Es uno de los escultores vivos más importantes de Colombia. Pelo gris, manos inquietas, barba de poeta. Alonso Ríos vive en algún sitio del Oriente al ritmo de los golpes del cincel. Está retirado, es decir, lejos de la ciudad, pero activo todavía porque aún esculpe, golpe a golpe, la escultura que, como todas las anteriores, considera la mejor que ha hecho hasta ahora.
Alonso Ríos lo ha visto todo: los frescos de Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina, los cuadros de Picasso y Rembrandt, los museos canadienses, en fin… Es el peón de un arte que aprendió del mismo Rodrigo Arenas Betancourt, otro escultor en serie, mayúsculo, fallecido en 1995.