Pero no solo cambian los nombres. Los caminos son distintos, sus texturas, sus elevaciones, sus características. Entonces el país es aristotélico: acto y potencia. La ruta es el acto, es real, es largo, es duro. Y el peregrino es potencia. Aquí no importa la meta sino el paso. El Camino nos enseña el cambio y su precio es cansancio, pero es cambio.






