
Por Irene Escudero/EFE
Dice el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince que Vladímir Putin y la invasión rusa de Ucrania eran solo “el prólogo” de un mundo donde vuelven a “estar de moda los hombres fuertes” y “los viejos imperios”.
“Lo que noto en el mundo es que Putin era un prólogo de lo que se nos vino después, como si estuviéramos volviendo a entrar en un periodo en que vuelven a ponerse de moda los hombres fuertes, los viejos imperios, la voluntad de los más poderosos, la voluntad del que tiene más dinero, el Ejército más grande”, apunta en una entrevista con EFE en Madrid.
Abad define al presidente ruso como “el peor monstruo de la maldad del siglo XXI” en su último libro, Ahora y en la hora, que escribió antes de que regresara Donald Trump a la Casa Blanca y comenzara la ofensiva israelí en Gaza.
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Considera que de momento nadie le ha hecho sombra porque el líder ruso “ha producido un millón de muertos”, pero “(Benjamín) Netanyahu le hace una competencia bastante cercana”.
“La reacción de Netanyahu es criminal, espantosa y además genocida, pero hubo al menos una provocación brutal de Hamás, que mató a unos 1 200 civiles y soldados de una manera salvaje. Pero Ucrania no hizo ninguna agresión a Rusia”, justifica quien se ha vuelto, por la casualidad de que dos jóvenes editaran El olvido que seremos en ucraniano, un defensor de Kiev.
Además, “con la elección de Trump, que siempre ha llamado a Putin como ‘mi buen amigo’, un hombre al que él admira, (…) es como si de verdad se quisieran repartir el mundo en áreas de influencia y como si Europa ya no tuviera voz ni palabra”.
La llegada de Trump

Y le parece “atroz” y le “da mucho miedo” la interferencia de Trump, que ha asumido el punto de vista de Putin al “tratar de imponer a una paz que recoge todos los puntos que Rusia ha defendido”.
Pero también denuncia lo que está haciendo el estadounidense con el bombardeo de lanchas de supuestos narcotraficantes en un intento de injerencia en Venezuela.
“Sin gustarme a mí para nada el régimen de (Nicolás) Maduro, que considero ilegal porque se robaron las elecciones, una gran potencia no puede ir a bombardear sin demostrar que sean de narcos. ¿Y si son narcotraficantes, por qué cuando sobreviven y los recogen los barcos de los marines norteamericanos, por qué no se los llevan a juzgarlos?”, se pregunta.
A la vez critica: “¿Y por qué si es una guerra contra el narcotráfico, Trump decide hace dos días liberar a un narcotraficante que la justicia de Estados Unidos demostró que era un aliado del Chapo Guzmán y que narcotraficó durante decenios?”, aludiendo al indulto al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, condenado por la justicia estadounidense a 45 años de cárcel por delitos de narcotráfico.
“Es todo una política muy caótica de puros intereses”, lamenta.
Una “espina clavada”
Pero, a pesar de todo, el escritor colombiano no quiere centrarse en geopolítica. Dice que él solo fue “un actor de reparto muy pequeño e involuntario” que pasaba por Ucrania cuando Rusia decidió bombardear el 27 de junio de 2023 el restaurante de Kramatorsk, en el Donetsk, donde mataron a 10 personas, entre ellas la escritora Victoria Amelina, con quien viajaba.
La última vez que narró una historia tan atroz fue la del asesinato de su padre, el médico Héctor Abad, en El olvido que seremos, pero para esta historia no podía esperar.

“Tampoco quería quedarme 20 años, si es que vivo eso que no lo voy a vivir, con esa espina clavada retumbándome en la cabeza; tenía que recordar el crimen de Victoria porque sino me enloquezco. Entonces preferí enloquecerme un año y pico escribiendo esta historia, deprimiéndome, sintiéndome mal, sintiendo que se me había olvidado hasta la ortografía, la gramática y la sintaxis; preferí eso a quedarme callado”, confiesa.
Además, Victoria Amelina se dedicaba desde que comenzó la invasión rusa a documentar crímenes de guerra, por lo que se sintió “en la obligación y la responsabilidad” de documentar lo que ocurrió, a pesar de que fue un “testigo sin quererlo, involuntariamente, con miedo, sin ganas de estar ahí”.
“Yo me sentí como nadando en un río donde me llevaba la corriente hacia ese momento. Y casi como un destino, ese río que terminó por ser el río de la historia me arrastró hacia ese momento culminante de casi muerte”, relata Abad Faciolince, quien en el libro confiesa que cuando se produjo el ataque tenía la misma edad que su padre cuando lo asesinaron y que no se consideraba digno de vivir más años que él.
Pero, dice, no se cree “merecedor” de “una bella muerte, que honra toda una vida” como la de su padre porque él fue “arrastrado” al Donetsk: “Yo esa muerte ni me la merezco ni la quiero. Yo me quiero morir como mi madre, de viejo en la cama, rodeado de muchos nietos”, zanja.
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