Y de la abuela se repartieron las vestiduras

Luisa F. Giraldo Columnistas

Por Luisa F. Giraldo.

Como si no fuera suficiente haber sido amamantados por sus pechos desnudos, como si no bastaran las noches y los días en que, con sus manos, repartió mágicamente platos de comida para más de diez hijos hambrientos, en medio de un padre ausente. No, no fue suficiente, y hoy de la abuela se reparten las vestiduras, como si ya aguardaran su muerte, cuando ella sigue firme, erguida como un roble.

Como si la vida fuera eterna para ellos y pudieran llevarse un trozo de tierra tras la muerte. Como si no pudieran respetar su casa, esa tierra que luchó y trabajó para darles un techo. Como si la vida misma, como una bestia, los acechara.

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No esperaron más, y hoy, con su presencia viva —que vale más que los metros cuadrados de tierra— se reparten sus vestiduras.
Abuela, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Abuela, perdónalos. Hoy no mereces estar ahí, sentada con la mirada triste, con la mirada lejana de los cuervos que ahora rondan.

Ahí están, con los ojos llenos de avaricia, firmando sin espera la sucesión.
Así como hoy reparten esa tierra, están desgarrando el cuerpo materno.
La sangre de su sangre, quien les dio lo único que poseemos: la existencia.
Un 7 de agosto, los buitres se repartieron sus vestiduras.